El turismo de brujería es lucrativo, pero también oculta una historia trágica

Salem, en Massachusetts, intenta equilibrar los beneficios y los homenajes. ¿Cómo pueden hacer lo mismo otros lugares populares por su historia de brujería?

Por Karen Gardiner
Publicado 26 oct 2020, 14:06 CET
El monumento conmemorativo de Steilneset

El monumento de Steilneset, está ubicado en la costa del mar de Barents, en Noruega, conmemora a 91 mujeres y hombres ejecutados por brujería en el siglo XVII.

Fotografía de Max Galli, Laif, Redux

Siglos después de que el pánico a la brujería se extendiera por Europa y algunas partes de América, las brujas aún nos tienen hechizados. Se les confieren poderes asombrosos, se las romantiza y se reencarnan como decoraciones de Halloween. Son las protagonistas de películas, obras de teatro y series de televisión, y a menudo son «malvadas», pero también «buenas» e incluso encantadoras de vez en cuando.

En realidad, las brujas y los acusados de utilizar magia son personas reales. Sus historias —de las que se han apropiado y que no siempre se narran de forma precisa— generan ingresos en lugares vinculados al ocultismo, como Salem, Massachusetts, y Zugarramurdi, el «Salem español».

Pero ante la mayor concienciación sobre la persecución de personas —la mayoría mujeres— por brujería en todo el mundo, hay un creciente malestar sobre cómo recordamos a los hombres, mujeres y niños que perdieron sus vidas durante las cazas de brujas en las localidades turísticas. La pregunta es: ¿cómo mantenemos el equilibrio entre conmemoración y mercantilización? La respuesta no es fácil.

Kitsch brujesco

Cada Halloween, las imágenes de la mujer de nariz aguileña que lleva un sombrero puntiagudo aparecen por todo Estados Unidos, y en Salem más que en ninguna otra parte.

En los años prepandémicos, casi un millón de turistas generan 140 millones de dólares en la ciudad, que ahora es sinónimo de los juicios por brujería de 1692, en los que ejecutaron a 19 personas. La celebración de Halloween, que dura un mes, es la principal atracción y representa más del 30 por ciento de los visitantes anuales de la ciudad, que llegan disfrazados y fotografían a policías con insignias en las que aparecen sombreros puntiagudos y compran vasos de chupitos adornados con brujas.

Vecinas disfrazadas de brujas marchan por Salem, Massachusetts, en el gran desfile anual «Haunted Happenings» de 2018. El desfile es un evento central en la famosa celebración de Halloween de la ciudad, que dura un mes.

Fotografía de Joseph Prezioso, AFP/Getty Images

Hay una escena similar durante todo el año en Zugarramurdi, Navarra, donde 7000 personas fueron acusadas de brujería durante los juicios por brujería vasca de principios del siglo XVII. Los visitantes recorren una cueva cercana donde se dice que los hechiceros y hechiceras se codeaban con el demonio (disfrazado de cabra), visitan un museo histórico y compran cachivaches de temática brujesca.

Con todo, aunque el turismo brujesco sea entretenido, algunos académicos temen que estos estereotipos hagan más mal que bien. La venta de muñecas en tiendas de regalos como las de Zugarramurdi «perpetúa la idea de que las denominadas brujas... no fueron víctimas de una persecución terrible, sino figuras ficticias», afirma Silvia Federici, autora de Calibán y la bruja. «No creo que los turistas que compran estas muñecas sean conscientes de que estas eran mujeres acusadas de delitos ficticios y que después sufrieron torturas horribles y a menudo fueron quemadas vivas».

La historia se repite

Desde finales del siglo XVI hasta mediados del siglo XVII, el pánico a las brujas se propagó por la Europa de principios de la era moderna. En aquella época, los conflictos de tierras, las enfermedades inexplicables y las sospechas hacia mujeres poderosas o transgresoras fueron algunas de las fuentes de acusaciones de brujería. En el proceso, decenas de miles de personas inocentes fueron asesinadas en juicios por brujería.

No es fácil describir la brujería. Britanicca la categoriza como una creencia religiosa y la define como «el ejercicio o la invocación de supuestos poderes sobrenaturales para controlar a personas o acontecimientos, prácticas que suelen incluir hechicería o magia». Pero la brujería abarca un amplio abanico de creencias culturales y regionales, desde el chamanismo hasta las ideas metafísicas, pasando por tradiciones folclóricas cristianas que históricamente se han visto de forma negativa.

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    En este grabado en madera, el rey Jacobo de Escocia preside el juicio por brujería de North Berwick de 1591, en East Lothian, un condado a unos 30 kilómetros a las afueras de Edimburgo.

    Fotografía de Chronicle, Alamy Stock Photo

    Cientos de años después aún circulan percepciones erróneas sobre la brujería. Por consiguiente, las cazas de brujas son una práctica del siglo XXI en muchas partes del mundo, sobre todo en el África subsahariana, la India y Papúa Nueva Guinea.

    Aunque en la mayoría de los países las autoridades simplemente hacen la vista gorda, algunos sistemas legales permiten la persecución. Además de tener leyes contra la hechicería (un delito penado con la muerte), Arabia Saudí fundó una unidad antihechicería en 2009 dentro del departamento de policía religiosa del país.

    Por qué han aumentado las cazas de brujas en algunos países es una pregunta difícil de responder. Además de los mismos conflictos que predominaban en la Europa de principios de la era moderna, la brujería puede ser un camuflaje ideal para el problema creciente de la violencia de género. «La violencia contra las mujeres se ha intensificado mucho en los últimos años por motivos que, según creo, guardan cierta relación con la violencia contra las mujeres durante los juicios por brujería del pasado», dice Federici.

    Otro factor también podría ser falta de reconocimiento de la historia de las cazas de brujas. «No se ha declarado un día conmemorativo en ningún calendario europeo», escribe Federici en la introducción a su colección de ensayos de 2018 Brujas, caza de brujas y mujeres. La historia de las víctimas no «puede enterrarse en silencio si no queremos que se repita su destino, como ya ocurre en muchas partes del mundo».

    Una conmemoración más apropiada

    En todo el mundo se han puesto en marcha iniciativas para ir más allá del cliché de la bruja montada en una escoba y reconocer de forma realista esta historia oscura. «Proctor’s Ledge», en Salem, Massachusetts, es una zona ajardinada discreta donde las acusadas fueron ahorcadas en 1692. En Essex, Inglaterra, una pequeña placa enumera los nombres de las 33 víctimas de Castle Park.

    En las islas Orcadas de Escocia, una placa de piedra recuerda a las 80 personas asesinadas en Gallow Ha’. A lo largo del Fife Coastal Path, tres placas mencionan a 380 personas acusadas de brujería. En 2019, también en Fife, el gobierno propuso dedicar un faro de 200 años a la víctima más famosa del condado, Lilias Adie (que murió en la cárcel en 1704 a la espera de juicio),y a todas las víctimas del pánico de brujas del país. Sin embargo, al final la campaña fracasó.

    Con todo, nada de esto puede compararse con la escala y el impacto del monumento conmemorativo de Steilneset, en Noruega. La estructura, erigida en 2011, describe las vidas de las 77 mujeres y los 14 hombres ejecutados a finales del siglo XVII en los juicios por brujería de Finnmark. Los visitantes se encuentran con el monumento al final del Norwegian Scenic Route Varanger, al borde del mar de Barents, al que arrojaron a las acusadas y acusados de brujería. Si flotaban, eran culpables.

    El arquitecto Peter Zumthor diseñó un largo pabellón que conduce hasta una caja de acero y cristal ahumado. Dentro de la caja, la escultura de la artista Louise Bourgeois titulada «Los condenados, los poseídos y los amados» (2007–2010) resalta una silla de acero ardiente rodeada de espejos.

    El monumento conmemorativo de Steilneset, en Noruega, fue diseñado por la artista Louise Bourgeois y el arquitecto Peter Zumthor para recordar a las víctimas de los juicios por brujería de Finnmark.

    Fotografía de Max Galli, Laif, Redux

    Junto a cada una de las 91 ventanas con marco de acero del pabellón (una por cada víctima), hay un texto impreso en seda —escrito por la historiadora Liv Helene Willumsen y basado en registros judiciales— mencionan a las víctimas, los cargos de los que se las acusaba y su sentencia. Entre las recordadas están la mujer sami Karen Edistdatter, la primera de las 13 mujeres culpadas de un naufragio en 1617; y Marette, conocida solo como «la mujer de Torsten», que fue quemada en la hoguera en 1645 y «de la que solo quedaron un par de pantalones azules y un viejo jersey».

    «Yo era muy consciente del peligro de romantizar los juicios por brujería», afirma Willumsen. «Intenté tratar el material histórico de forma respetuosa, sin dramatizar. Quería devolver a las víctimas su dignidad, una dignidad que nunca tuvieron en sus vidas. Quería demostrar que eran seres humanos, [cada uno] con un nombre y una voz. [Que] tenían vidas en las aldeas de Finnmark».

    «Un equilibrio incómodo»

    Steilneset se ha convertido en un modelo para los activistas de Escocia, donde la historia de la persecución de brujas es especialmente triste. Los lugareños están presionando para que se reconozcan las atrocidades cometidas en el país en una época en la que se están celebrando protestas respecto a los monumentos que reflejan erróneamente la historia de América y Europa.

    A las personas les importa «registrar la historia correctamente», sobre todo «las mujeres [que] aún no son iguales en la sociedad», afirma Claire Mitchell, abogada penal de Edimburgo que ha puesto en marcha una campaña para que el Parlamento conceda un perdón legal, una disculpa y un monumento.

    Pero Mitchell reconoce el potencial de un monumento para crear un equilibrio incómodo entre conmemorar a las víctimas y monetizar sus historias. «Lo que quiero es que Escocia no cree una mera [atracción] turística, sino que [los visitantes] entiendan el patrimonio y lo que ha ocurrido», afirma, añadiendo que el monumento debería «crearse de forma correcta».

    «No es fácil conmemorar una atrocidad», escribe Stacy Schiff, una escritora ganadora del Pulitzer, en su ensayo First, Kill the Witches. Then, Celebrate Them, acerca del sector turístico de Salem inspirado en las brujas. Acerca de que Salem genere ingresos turísticos con su terrible pasado, escribe: «la ciudad transmutó su vergüenza secreta en su gracia salvadora».

    Pese a todo su kitsch brujesco, Salem es uno de los pocos lugares que ha reconocido su historia de forma adecuada. En las décadas posteriores a los juicios por brujería, los acusadores se disculparon oficialmente por los acontecimientos de 1692. Trescientos años después, Salem erigió un monumento a las víctimas y para 2002 Massachusetts había exonerado a todos los acusados. El sector turístico también se ha modificado: brujas modernas dirigen las visitas guiadas, explicando la verdadera historia y desmienten los estereotipos.

    Esta contradicción resulta muy familiar para Kristen J. Sollee. En su nuevo libro Witch Hunt, narra la experiencia de visitar lugares asociados a los juicios por brujería y aquellos de interés para las personas que se autoidentifican como brujas, como hace ella. «Tras años de investigación, es experta en el eterno conflicto... ese que inspira el turismo de brujas», escribe.

    Un capítulo describe su visita a Triora, Italia, donde «al igual que en Salem, la faceta comercial... es desalentadora». Aunque lo considera «afectado por el mercantilismo, al mismo tiempo había rituales preciosos e iniciativas comunitarias reales para conmemorar la caza de brujas», cuenta Solee. «Así que es igual que Salem... oscilando entre lo sombrío o lo salaz».

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    Karen Gardiner es una escritora autónoma sobre viajes y arte. Síguela en Instagram y Twitter.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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