Sin insectos, nuestras vidas peligrarían

Hay 1.400 millones de insectos por persona en este planeta, y los necesitamos a (casi) todos.

Por Simon Worrall
Publicado 19 feb 2019, 15:50 CET
Abeja
Las abejas son fundamentales para cultivos como las almendras y las sandías.
Fotografía de Anand Varma, National Geographic Creative

Por cada humano, hay 1.400 millones de insectos. Aunque necesitarías un microscopio para ver a la mayoría, los insectos son «los impulsores del mundo», afirma David MacNeal, autor de Bugged. Prestan muchos servicios: nos alimentan, eliminan residuos y generan unos 57.000 millones de dólares en la economía de los Estados Unidos.

Hoy en día, muchas especies se encuentran en peligro de extinción. Cuando National Geographic habló con MacNeal en Los Ángeles, nos explicó por qué esta situación sería catastrófica para la vida en la Tierra y por qué una abeja creada mediante ingeniería genética salvaría colmenas —y nuestro suministro de alimentos— de todo el mundo.

Portada del libro "Bugged".
Fotografía de St Martin's Press

Creo que, como yo, mucha gente considera que los bichos solo son bichos. Son criaturas molestas que nos pican o arruinan nuestros picnics. Pero a ti te encantan, ¿por qué?

A nivel individual, los insectos no son tan interesantes, a no ser que los observes bajo el microscopio para analizar sus complejidades. Pero son una fuerza invisible que trabaja por todo el planeta para que siga en marcha.

De no ser por las abejas, no tendríamos las almendras de California o las sandías de Florida. Los insectos también devuelven nutrientes a la tierra. Si no existieran, la cantidad de descomposición y podredumbre sería terrible.

No advertimos estos servicios porque los insectos son muy pequeños y los consideramos una molestia. Pero son los impulsores del mundo.

Sugieres que el trabajo de los insectos tiene un valor equivalente a miles de millones de dólares. Explícanoslo.

Mace Vaughan y John Losey, dos entomólogos, investigaron cuánto contribuyen los insectos económicamente a Estados Unidos. Descubrieron que eran unos 57.000 millones de dólares, sin incluir la polinización. La mayor parte de esta suma procede de la fauna silvestre, sustentada por los insectos porque son la base de la cadena trófica para peces, aves y mamíferos. Los insectos que controlan las plagas añaden unos 500 millones más. Y no hay forma de contabilizar cuánto cuesta reciclar un cadáver o descomponer materia vegetal.

Dices que 3.071 grupos étnicos diferentes consumen 2.086 especies de insectos en unos 130 países. ¿Puedes darnos algunos datos de ese menú global y de tu experiencia en Japón?

[Se ríe] Si vas a México, venden chapulines —saltamontes— en bolsas de papel marrones llenas de especias. En Borneo, comen gorgojos de arroz mezclados con chiles y sales, cocinados en tallos de bambú huecos. Las orugas son muy populares en África y son una fuente importante de zinc, calcio, hierro y potasio. En Córcega y Cerdeña comen «queso podrido» —casu marzu— que literalmente tiene gusanos dentro.

En Japón, fuimos a tres restaurantes de Tokio y Shinjuku. En el primero, tenían esas orugas cocinadas en bambú. Era obvio que llevaban muertas bastante tiempo. Se me atragantaron en la garganta. [Se ríe] Necesité un trago de cerveza para bajarlas.

El siguiente lugar al que fuimos tenía un bufé de varias especies de insectos. Una era una langosta que se alimentaba de hojas de arroz. Se cocinaba con soja, con un glaseado apetecible, y como se alimentaba de hojas de arroz, crujía cuando te la comías, pero después tenía un intenso sabor a hierbas que era único. Nunca había probado un ingrediente como ese.

Las larvas de avispa sabían como las pasas del cuscús. Son dulces y al morderlas se produce una pequeña explosión. Cuando los chefs consideran los insectos ingredientes llenos de potencial, consiguen platos fantásticos.

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    Si los humanos nos extinguiéramos mañana, al planeta no le pasaría demasiado, pero la extinción de los insectos sería catastrófica. Explícanos por qué.

    La extinción de los insectos sería una de las extinciones más caras para el planeta. Da miedo, porque no te das cuenta hasta que es demasiado tarde. Los patrones migratorios cambian por el clima y los insectos ofrecen una vía mejor para analizarlo. En los años 60, un coleccionista acudió a las dunas de Antioch en California y capturó toda una gama de bichos. Cuando los científicos volvieron décadas después, descubrieron que muchas especies habían desaparecido y, con ellas, las plantas que las albergaban. Estas criaturas dependen de plantas y determinados patrones meteorológicos y temperaturas, un poder adaptativo que han obtenido a lo largo de los últimos 400 millones de años.

    Hace 20 años, podían verse mil millones de mariposas monarca migrando a México. El recuento más reciente es 56,5 millones. Para combatir esa disminución, el gobierno de Obama, en colaboración con el Departamento de Pesca y Fauna Silvestre, aprobó un corredor migratorio desde Texas a Minnesota. Por el camino, plantaron asclepias, la planta que alberga mariposas monarca, con la esperanza de cuadruplicar esos 56,5 millones para 2020. Yo soy un cínico optimista, así que creo que los insectos nos sobrevivirán si no nos cargamos el planeta.

    Antaño, las sanguijuelas se usaban en la medicina. Háblanos de los insectos que se usan hoy para curarnos.

    En ensayos clínicos con humanos en Estados Unidos y Australia, están estudiando la «pintura para tumores», un veneno derivado de los escorpiones amarillos (Leiurus quinquestriatus) que se fija a los tumores como un imán. Los biólogos lo han combinado con fluorescentes, de forma que, en una cirugía cerebral, en lugar de depender de una imagen por resonancia magnética, pueden verse los tumores brillando en el cerebro de una persona. Los neurocirujanos pueden ver el punto exacto donde deben cortar, así que no cortan tejido sano. En algunos casos, se iluminan otras partes del cerebro donde un tumor podría haberse pasado por alto. Es neurocirugía revolucionaria.

    Las cucarachas ayudan a los científicos a resolver la resistencia a los antibióticos. ¡Les encanta la porquería! Viven en algunas de las zonas más sucias, aunque ellas son limpísimas, y han desarrollado resistencia a muchas infecciones. En lugar de analizar plantas y hongos en busca de nuevas curas, los científicos están empezando a recurrir a los científicos.

    Los saltamontes se comen en muchas partes del mundo. Aquí, los sirven fritos en un restaurante de cata de insectos de Brooklyn.
    Fotografía de Evan Sung, T​he New York Times, Redux

    E.O. Wilson consideraba a las hormigas cortadoras de hojas «los superorganismos definitivos del planeta». Háblanos de estas asombrosas criaturas y explícanos qué nos revela la organización social de las hormigas sobre nuestras propias sociedades.

    Antes pensábamos que la estructura de las hormigas se basaba en clases. Estaba la obrera, la soldado y, por encima de todas, la reina. Sin embargo, hoy los entomólogos están descubriendo que gran parte se autogobiernan y que las hormigas se comunican a gran velocidad. Hay hormigas que se adelantan a lo largo de un sendero, que se tocan las antenas, como si fuera código Morse: «oye, tenemos que ir por aquí» o «ve por aquí para buscar comida».

    Deborah Gordon está llevando a cabo una investigación fantástica de una especie de hormigas que sube a las hojas de los árboles donde residen. Descubrió que, si una hoja se parte de repente, las hormigas se alían y la reparan enseguida, empleando una especie de patrón algorítmico y comunicándose a gran velocidad. De eso podríamos estudiar formas de reparar sistemas o cartografiar cerebros, y encontrar conectividad. Además de las abejas melíferas, las hormigas son unos de los seres más inteligentes del planeta, junto a los delfines y los humanos.

    Las abejas llevan fabricando miel para nosotros desde los tiempos del antiguo Egipto. Pero, actualmente, hay una crisis global conocida como síndrome del colapso de las colonias (CCD, por sus siglas en inglés). ¿Cuáles son sus causas? Y háblenos de la emocionante investigación en Reino Unido sobre «abejas higiénicas».

    El CCD fue una enorme alarma que saltó a mediados de la década del 2000. Los entomólogos sabían que había un problema con las abejas desde que los ácaros Varroa se expandieron por el mundo en los 80 y los 90. Pero su causa todavía es un misterio. Muchos científicos se han dado cuenta de que la causa probable ha estado ante sus narices todo este tiempo: los ácaros Varroa y factores estresantes, como transportar las colmenas largas distancias para la polinización, algo que ocurre aquí en Estados Unidos, pero menos en Reino Unido y Europa. Un científico compara los ácaros Varroa con tener una rata fijada al cuerpo, absorbiéndote la vida.

    En la Universidad de Sussex, en Inglaterra, se está llevando a cabo una labor increíble. Naturalmente, la evolución favorecerá la supervivencia de las abejas resistentes a los Varroa. En el laboratorio de Sussex, están reproduciendo un rasgo en particular empleando abejas que son resistentes al ácaro. Los apicultores de Estados Unidos y del resto del mundo buscan estas abejas resistentes a los Varroa, o higiénicas.

    Las poblaciones de mariposas monarca descienden y los científicos no saben el porqué.
    Fotografía de Joël Sartore, National Geographic Photo Ark

    Acabas tu viaje en la isla griega de Icaria. ¿Qué te llevó allí? Y ¿cómo te cambió la vida escribir este libro?

    ¡Buena pregunta! Soy una persona estúpida y curiosa. [Se ríe] Cuando veo algo que me interesa, lo sigo hasta el final. Cuando oí hablar de un tipo específico de miel, al que los aldeanos locales atribuyen su longevidad —es habitual que los habitantes de Icaria vivan hasta bien avanzados los 90 o los 100 años—, me quedé fascinado. Hay una miel llamada reiki, que es tan densa como la mantequilla de cacahuete y está llena de vitaminas y nutrientes. Claro está, hay otros factores que explican la longevidad de los isleños, como la sociabilidad. En la celebración anual del solsticio de verano, se reúnen en sus aldeas, tocan música y beben vino, y bailan en círculo con los brazos unidos. Hay amor por todas partes.

    El viaje ha sido algo de otro mundo. Pasé de ser un capullo que de adolescente vaciaba una lata entera de insecticida sobre una araña, a descubrir que estamos rodeados de estos seres pequeños e increíbles. Ahora siempre camino mirando al suelo. [Se ríe] He aprendido a pararme, observar y apreciar. Solo estamos aquí durante un breve periodo de tiempo. Reconforta saber que hay algo que nos sobrevivirá durante millones de años.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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