En esta aldea tailandesa, la vida gira en torno a 300 elefantes cautivos

Los habitantes de Ban Ta Klang viven junto a los elefantes que crían y adiestran para el sector turístico.

Por Natasha Daly
fotografías de Kirsten Luce
Publicado 30 oct 2019, 11:53 CET
Thong Bai
Thong Bai, que ha aparecido en anuncios de cerveza Chang, es uno de los cientos de elefantes cautivos que viven en la aldea de Ban Ta Klang. Cuando no trabaja para la industria del entretenimiento, permanece encadenado en su recinto.
Fotografía de Kirsten Luce, National Geographic

Hasta donde Juthamat Jongjiangam recuerda, siempre hubo elefantes en casa.

«Desde que tenía dos o tres años, estuve con elefantes», afirma mientras amamanta a su hija frente a la casa de su familia en Ban Ta Klang, un pueblecito en el este de Tailandia. A unos metros a la izquierda, cuatro elefantes están encadenados en diferentes lugares del jardín.

Jongjiangam es una mahout, una cuidadora y adiestradora de elefantes. Su padre y su hermano también lo son. Quiere que su hija también crezca con elefantes.

La casa familiar es una de las muchas que salpican la tierra roja de la aldea. Frente a cada casa hay una amplia plataforma de bambú para sentarse, dormir y ver la televisión.

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    Un mahout entrena a un elefante joven para que haga el pino. Cuando un mahout puede demostrar que un elefante domina tres trucos y actúa en espectáculos locales, el gobierno tailandés le paga un estipendio mensual para subvencionar los cuidados del animal.
    Fotografía de Kirsten Luce, National Geographic

    Mientras camino por la carretera principal al atardecer, percibo el brillo azul de las pantallas, pero veo elefantes por todas partes. Algunas casas tienen uno, otras tienen cinco bajo lonas o tejados de metal o árboles. Algunos están juntos —madres y crías—, pero la mayoría están solos. Casi todos portan cadenas o maniotas en los tobillos, esposas que les atan las patas delanteras. Perros y gallinas caminan entre las patas, levantando nubes de polvo rojo.

    Los elefantes cautivos —unos 3800— son la piedra angular del sector turístico de Tailandia. Muchos trabajan en campamentos actuando para e interactuando con los turistas. Ban Ta Klang, también conocida como «la aldea de los elefantes», alberga unos 300 elefantes en todo momento. La zona circundante de la provincia de Surin dice ser la fuente de más de la mitad de los elefantes cautivos del país.

    Mucho antes de que los turistas acudieran en bandada a Tailandia para montar y entretenerse con elefantes, la región era el núcleo del comercio de elefantes; capturaban a los animales silvestres y los domaban para usarlos en el transporte de troncos. Cuando se prohibió la tala en 1989, muchos mahouts que de repente se encontraron sin trabajo llevaron sus elefantes a las ciudades, donde vagaban por calles llenas de tráfico pidiendo propinas.

    Ahora hay una nueva industria de elefantes en auge: el turismo. Cada noviembre, se exhiben, compran y venden cientos en la ciudad principal de la provincia, Surin.

    El gobierno fomenta el adiestramiento de elefantes para el sector turístico y lo subvenciona con estipendios mensuales que paga a los mahouts si demuestran que un elefante a su cargo domina tres trucos y actúa en espectáculos locales u ofrece paseos a los turistas. Muchos mahouts locales, como la familia de Jongjiangam en Ban Ta Klang, participan en el programa.

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      Los elefantes de Ban Ta Klang viven con las personas. La mayoría permanecen atados con cadenas cortas frente a las casas. La localidad es un centro de la industria de elefantes cautivos de Tailandia. Aquí se cría y se adiestra a los elefantes; más adelante, venden muchos a campamentos de todo el país, donde comienzan una nueva vida de trabajo y confinamiento.
      Fotografía de Kirsten Luce, National Geographic

      «Aquí, los elefantes se heredan. Es como la tierra que obtienes», cuenta Wanchai Sala-ngam, un mahout cuya casa se encuentra a unos cinco minutos a pie de la de Jongjiangam.

      Pero no todos los mahouts de Ban Ta Klang tienen el privilegio de la herencia. Muchos cuidadores de elefantes, como la familia de Jongjiangam, no son sus dueños. Los dueños de los elefantes, que no suelen vivir en Surin, pagan a las familias un sueldo modesto a cambio de cuidar y adiestrar a sus animales para la industria del entretenimiento.

      Un elefante adiestrado por la familia de Jongjiangam fue vendido a un campamento de Chiang Mai, un centro neurálgico del sector turístico de elefantes de Tailandia. «Es habitual que los jóvenes elefantes vayan a los campamentos», afirma, y añade que cuando tienes elefantes, los crías y los cuidas como si fueran tu familia. «Pero si un día se los llevan, no puedes hacer nada. Una vez, le quitaron un elefante a mi padre sin poder despedirse».

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        Siriyupha Chalermlam, de 16 años, descansa con su hija Joy frente a la casa familiar del padre de Joy en Ban Ta Klang. La familia cría a cuatro elefantes para ganarse la vida. Una vez adiestrados, los elefantes de Ban Ta Klang pueden venderse a proveedores turísticos o contratarse para eventos locales.
        Fotografía de Kirsten Luce, National Geographic

        Sri Somboon, vecino de la familia, es el propietario de sus elefantes. Su padre se dedicaba a capturar elefantes y empezó a enseñar a su hijo a ser un mahout cuando tenía siete u ocho años. Somboon, que ahora es de mediana edad, ha criado a seis elefantes. Cinco están en Ban Ta Klang y uno trabaja en un campamento en el destino costero de Pattaya.

        «Elefantes domésticos», afirma Somboon, gesticulando mientras baja el volumen de la televisión. Junto a la plataforma externa, una cría de elefante de dos meses se mueve pesadamente junto a su madre. Somboon señala un tercer elefante a su cargo al otro lado de la carretera, un macho de tres años llamado Saeng Kaem, que está atado a un árbol. Mueve la cabeza hacia atrás y hacia delante y sacude la trompa. Parece que se está volviendo loco.

        Según cuenta Somboon, Saeng Kaem está en pleno adiestramiento y está mejorando con la pintura. Es uno de los trucos más habituales en los espectáculos de elefantes: el animal arrastra un pincel con la trompa sobre un papel, guiado por un mahout que lo pincha con una vara de madera con un gancho metálico afilado en la punta. Saeng Kaem ya ha sido vendido por casi 72 000 euros, un precio bastante habitual a cambio de un elefante joven y adiestrado en Tailandia. Somboon dice que Saeng Kaem empezará a trabajar en un campamento turístico en el sur del país cuando esté listo.

        Una tradición compleja

        Una tarde, me senté en una plataforma con Wanchai Sala-ngam y Jakkrawan Homhual frente a la casa de Homhual. Ambos tienen 33 años y han sido mejores amigos desde la infancia. Nuestra conversación se desvió hacia el adiestramiento de elefantes.

        Cuentan que, cuando una cría tiene casi dos años, los mahouts atan a su madre a un árbol y alejan a la cría de ella. Cuando están separadas, encierran a la cría. Pinchándola con el gancho en la oreja, la enseñan a moverse: derecha, izquierda, gira, para. Sala-ngam explica que, para enseñar al elefante a sentarse «le atamos las patas delanteras. Un mahout utiliza un gancho en la espalda. El otro tira de una cuerda en las patas delanteras». Añade: «Para adiestrarlo, hay que utilizar el gancho para que el elefante aprenda».

        Puede costar reconciliar las realidades aparentemente contradictorias de la tradición de cría de elefantes. Los mahouts de aquí sostienen que consideran a los elefantes parte de la familia, pero también usan ganchos y otros métodos de adiestramiento basados en el miedo, y suelen atar a los elefantes con maniotas. Ban Ta Klang alberga un sereno cementerio de elefantes con más de cien tumbas cuidadas meticulosamente. Están cubiertas de piedras en forma de sombreros tailandeses tradicionales que aportan a los elefantes un matiz simbólico en su lugar de reposo. Pero no muy lejos del cementerio hay una rotonda rodeada de estatuas de elefantes montados por cazadores de elefantes que portan cuerdas y ganchos.

        En los últimos años, Ban Ta Klang, denominada «la aldea de los elefantes», ha empezado a atraer a más turistas ansiosos por ver humanos y elefantes cautivos viviendo codo con codo. El turismo de elefantes es una piedra angular del sector turístico de Tailandia.
        Fotografía de Kirsten Luce, National Geographic

        El trasfondo enfrentado de respeto y explotación converge en esta tradición arraigada de doma de elefantes. Dichas tensiones se han agravado conforme los mahouts de Ban Ta Klang veían cómo la lucrativa industria del entretenimiento con elefantes comercializaba su forma de vida tradicional.

        Jongjiangam abandonó Ban Ta Klang en una ocasión para trabajar en un campamento de elefantes en el destino costero de Hua Hin. Describe la presión de sus jefes para que consiguiera que su elefante actuara bien en los espectáculos como «una experiencia estresante. Si un elefante no lo conseguía, me bajaban el sueldo».

        Un elefante practica la pintura en Ban Ta Klang. Pintar es uno de los trucos más habituales en los espectáculos con elefantes. Normalmente, el elefante es guiado por un mahout que lleva una vara de madera con un gancho metálico afilado en la punta.
        Fotografía de Kirsten Luce, National Geographic

        Varios residentes de Ban Ta Klang me han contado que los campamentos suelen contratar a gente sin experiencia trabajando como mahouts de elefantes. «Algunas personas simplemente quieren un trabajo», explica Sala-gnam. Aunque afirma que a veces es necesario utilizar un gancho cuando los elefantes no obedecen, insiste en que «no puedes usarlo todo el tiempo». Dice que ha visto a mahouts que golpeaban en exceso a los elefantes en muchos campamentos de Pattaya y Phuket, sobre todo si un elefante no consigue propinas. «La gente que no los cría no los entiende. Por eso les pegan». Según Sala-gnam, resulta frustrante. «La gente nos mira como si fuéramos malas personas a pesar de que no actuamos igual [que algunos trabajadores de los campamentos] y pensamos de forma diferente».

        Jongjiangam solo se quedó dos o tres meses en el campamento de Hua Hin antes de volver a Ban Ta Klang. «No quiero volver a marcharme», cuenta sobre su hogar. «Aquí conozco a los elefantes».

        Muchos residentes afirman que el estipendio mensual del gobierno les permite quedarse en Ban Ta Klang. Con todo, la vida ha sido complicada, sobre todo para los elefantes.

        Según Sala-gnam, antes había más tierra y los elefantes podían pasar los primeros años de vida en el bosque atados con cadenas más largas, explorando y vagando con más libertad que hoy.

        Ahora, según dice, gran parte de la tierra ha desaparecido, ya que ha sido comprada y desbrozada para la agricultura y el desarrollo urbano, y hasta escasea la comida para los elefantes. Señala a las casas y los cercados de elefantes al otro lado de la carretera: «Antes, todo eso era bosque».

        Algunos mahouts locales participan en el Surin Project, fundado en 2009 por la Save Elephant Foundation —una organización tailandesa sin ánimo de lucro— en colaboración con el gobierno provincial de Surin. El proyecto se centra en una parcela de 8000 metros cuadrados que el gobierno ha reservado para reforestarla. Los mahouts que participan pueden traer a los elefantes al terreno y colaboran con turistas que pagan a cambio de ayudar en tareas como la siembra y la construcción de refugios mejorados para elefantes. Los mahouts reciben un estipendio semanal a cambio de participar y comprometerse a mejorar las vidas de los elefantes.

        El Surin Project ofrece una fuente alternativa de ingresos turísticos fuera de la industria del entretenimiento con elefantes tradicional, pero el poder que ejerce esta última sobre Ban Ta Klang no cambiará enseguida. Muchos sostienen que los 3800 elefantes cautivos de Tailandia están mejor actuando para los turistas que pidiendo limosna en las calles de las ciudades. Pero si los turistas siguen pagando altos precios a cambio de encuentros con elefantes, la crianza y el adiestramiento de elefantes —en Ban Ta Klang y en otros lugares— continuará.

        Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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