Varias especies de mejillones de agua dulce sufren una mortandad misteriosa

¿Es el cambio climático, la contaminación o una enfermedad desconocida? Los expertos tratan de resolver el misterio.

Por Carrie Arnold
Publicado 17 dic 2019, 10:36 CET
Epioblasma capsaeformis
El Epioblasma capsaeformis es una especie en peligro de extinción autóctona del río Clinch, que circula por Virginia y Tennessee (Estados Unidos).
Fotografía de Joël Sartore, National Geographic Photo Ark

Para el ojo inexperto, las aguas cristalinas del río Clinch, que serpentea hacia el sudoeste por la frontera entre Virginia y Tennessee, parecen limpias y sanas. Pero Jordan Richard puede ver los cadáveres en cuestión de segundos.

En una mañana fría en la isla Sycamore, justo antes de que el Clinch se adentre en Tennessee, Richard se inclina para recoger una concha marrón del tamaño de la palma de la mano del lecho del río. La carne restante que antes unía las dos valvas del mejillón Actinonaias pectorosa sobresalía como si fuera una lengua viscosa y fétida. Tras determinar que el mejillón había muerto hacía uno o dos días, el biólogo del Servicio Federal de Pesca y Vida Silvestre estadounidense (USFWS, por sus siglas en inglés) tira la concha a una bolsa de basura etiquetada para su posterior análisis.

Con un poco de suerte, este molusco fallecido albergará pruebas de qué está acabando con los mejillones del río Clinch.

Desde 2016, las poblaciones de A. pectorosa —antes una de las especies de mejillón más abundantes del Clinch— se han desplomado más de un 90 por ciento, según la investigación de Richard y Rose Agbalog, otra bióloga del USFWS. Las poblaciones de las casi 30 especies de mejillones de agua dulce del río se han reducido a la mitad. Esta mortandad es uno de los motivos por los que el Clinch alberga la mayor concentración de especies acuáticas en peligro de extinción del continente, con 29 mejillones en peligro de extinción y 19 especies de peces vulnerables.

No se trata de un incidente aislado: en todo Estados Unidos y Europa están muriendo cantidades asombrosas de mejillones de agua dulce. Y lo que es peor, nadie sabe por qué, lo que ha abierto varias vías de investigación de causas posibles, como las enfermedades infecciosas, el cambio climático o la contaminación hídrica.

Ha costado mucho dar la voz de alarma sobre lo que Richard describe como un apocalipsis de mejillones de agua dulce, sobre todo porque los moluscos carecen del prestigio cultural y las caritas peludas de los pandas y los tigres.

Con todo, los mejillones son cruciales en sus ecosistemas, ya que limpian las impurezas del agua y crean un refugio para otras especies en sus conchas (una vez se acaban sus vidas, que suelen durar décadas). Aunque los mejillones de agua dulce no son comestibles —son duros y saben mal—, hay pesquerías de mejillones de agua dulce destinados a una industria de botones y perlas que genera varios millones de dólares cada año en Estados Unidos. Es más, los ecólogos estiman que los invertebrados proporcionan millones de dólares en servicios ambientales.

Tony Goldberg, experto en enfermedades de la fauna en la Universidad de Wisconsin-Madison, habla sin rodeos de la importancia de los mejillones. Sin ellos, «el ecosistema de agua dulce cambiaría para siempre», afirma.

Resolver el misterio de los mejillones

Cuando Richard empezó a trabajar en la oficina del USFWS en Abingdon, Virginia, en el otoño de 2016, no tenía ni idea de que iba a enfrentarse a uno de los mayores misterios ecológicos de la década. Unas semanas después, los habitantes de Kyles Ford, Tennessee, informaron de un aumento de los mejillones muertos.

El Epioblasma brevidens en peligro de extinción en las Conservation Fisheries de Sneedville, Tennessee.
Fotografía de Joël Sartore, National Geographic Photo Ark

Richard y Agbalog se subieron a su maltrecho todoterreno y condujeron al sur hacia el Clinch, donde llenaron varias bolsas de basura con conchas de mejillones muertos que llevaron a la oficina del USFWS. El análisis inicial no reveló la causa de la muerte. Cuando volvieron una semana después, descubrieron que el lecho del río estaba de nuevo cubierto de mejillones muertos.

En el otoño de 2017 ocurrió lo mismo: un repunte de cadáveres de estos moluscos bivalvos. Para 2018, otras especies comenzaron a sucumbir, entre ellas el Epioblasma brevidens, el Dromus dromas, el Hemistena lata, el Lemiox rimosus y, con la propagación de la mortandad de Tennessee a Virginia, el Ptychobranchus subtentum. Cuando Richard contactó con la comunidad de investigadores de mejillones de agua dulce, científicos de todo el país hablaron de desplomes similares, del estado de Washington a Wisconsin.

Por aquel entonces, la estudiante de doctorado en ecología Traci DuBose y su tutora Caryn Vaughn, de la Universidad de Oklahoma, empezaron a investigar la mortandad de los mejillones en los ríos Kiamichi y Mountain Fork. La investigación de DuBose y Vaughn explicó provisionalmente las muertes de esos mejillones como el resultado de una sequía grave.

Pero la causa de la muerte de otras poblaciones siguió siendo un misterio. La falta de solución reconcomía a Richard, que registró la oficina en busca de documentos antiguos que pudieran contener alguna pista y los archivó en una pila de carpetas marrones que le llegaban hasta las rodillas y que estaban dobladas y maltrechas por el uso.

Una pista: en 1998, un camión lleno de acelerante de caucho volcó en una zanja junto al río Clinch y mató a casi todos los mejillones a lo largo de decenas de metros. Pero el vertido también aniquiló a otras especies del río, algo de lo que ni Richard ni Agbalog habían observado pruebas en los últimos años.

Al otro lado del charco, 26 países europeos habían documentado descensos de hasta un 90 por ciento en varias poblaciones de mejillones, sobre todo las de mejillón de río (Margaritifera margaritifera). Existen los mismos peligros en potencia, además de las presas, las especies invasoras y los descensos de peces huéspedes que ayudan a los mejillones a reproducirse.

Los retos de la investigación

El Epioblasma triquetra estaba presente en 18 estados de Estados Unidos y en Ontario, Canadá, pero ahora ha desaparecido de más del 60 por ciento de su área de distribución.
Fotografía de Joël Sartore, National Geographic Photo Ark

Para averiguar qué estaba matando a los mejillones del río Clinch, Richard sabía que tendría que empezar a pensar de forma más metódica.

Con la ayuda de Goldberg, Richard creó un experimento para comparar las poblaciones enfermas con las sanas, un estudio de casos y controles diseñado para comprobar si los mejillones enfermos presentaban alguna diferencia que explicara la mortandad.

Pero sin tener ni idea de cuál era la posible enfermedad —o de si se trataba siquiera de una enfermedad—, Richard y Goldberg tuvieron que abarcar varias opciones. Empezaron a secuenciar el ADN del tejido de los mejillones muertos para identificar posibles patógenos o cambios inducidos por el estrés en sus microbios que pudieran aumentar la susceptibilidad de los invertebrados a las enfermedades.

A principios de 2018, Richard y Agbalog dividieron sus lugares de estudio en el río Clinch en la frontera del estado. En Tennessee, escogieron zonas donde los A. pectorosa estaban muriéndose; los lugares del norte, en Virginia, parecían albergar mejillones sanos (esos serían los controles del experimento). Pero en cuanto empezó la temporada de campo a finales de agosto, se toparon con obstáculos.

Lo que quiera que estuviera acabando con los mejillones había devastado tanto los lugares de estudio de Tennessee que quedaban pocos moluscos que investigar. Además, los A. pectorosa de algunos de los lugares de Virginia, entre ellos la isla Sycamore, habían empezado a sufrir muertes masivas. Solo quedaba un sitio intacto.

Pero los biólogos persistieron y en 2019 regresaron varias veces a los mismos lugares. Este año es tan nefasto como los tres anteriores y los biólogos no están más cerca de descubrir la causa.

La importancia de un río sano

Mientras vadea las aguas transparentes que corren junto a Sycamore, Agbalog se detiene en un banco de arena en medio del río. «Antes había 60 000 mejillones aquí. Ahora solo quedan 2000 o 3000», cuenta.

Alzando la voz para que lo oigamos sobre el borboteo del agua, Richard añade que los mejillones filtran cada gota de agua que pasa sobre el banco de arena al menos tres veces. Es un servicio de limpieza importantísimo para los ríos, pero también significa que los mejillones están expuestos varias veces a muchos patógenos.

«El sistema inmune de un mejillón es un río sano», afirma Agbalog.

Las poblaciones de Cyprogenia stegaria, autóctono del Medio Oeste de Estados Unidos, han descendido debido a las presas y los embalses, que inundan gran parte de su hábitat.
Fotografía de Joël Sartore, National Geographic Photo Ark

Mientras conduce junto al Clinch, Richard indica las muchas formas en que el río sufre. Está el clima cambiante, que podría provocar estrés térmico que afecta a los mejillones. Pero Richard cree que un factor más importante es la tala, que priva los arroyos de los grandes bosques de frondosas que proporcionan sombra y enfrían el agua. No es solo el calor lo que estresa a los mejillones y los hace más susceptibles a las enfermedades, sino que la subida de las temperaturas también puede afectar a las especies de las que se alimentan.

«Así es una extinción. Ha sometido a una población entera», afirma Richard. «¿No podemos darles un respiro?».

Dar una oportunidad a los mejillones

Independientemente de la causa de la mortandad masiva, no cabe duda de que la ausencia de mejillones tendrá graves efectos en cadena para los habitantes de río, como descubrió DuBose, de la Universidad de Oklahoma.

Cuando los mejillones fallecen, sus cadáveres descompuestos incitan un breve pulso de productividad seguido de un descenso pronunciado de la diversidad de las especies conforme los ríos se vuelven más turbios y oscuros sin mejillones que filtren los sedimentos. Se trata de un fenómeno que Agbalog y Richard han observado en el Clinch.

«No son solo los mejillones. Los arroyos de agua dulce experimentan un declive general», afirma Rachel Mair, bióloga del criadero de peces nacional del lago Harrison en Virginia oriental que había trabajado en el Clinch. «Es muy triste que los mejillones puedan desaparecer para las generaciones futuras».

Averiguar qué les ocurre a los mejillones ayudará a biólogas como Mair a desarrollar un plan para propagar los mejillones restantes en piscifactorías y liberarlos en la naturaleza.

Pero encontrar financiación para esta tarea no será fácil, sobre todo tratándose de especies que poca gente conoce. Pero deberían conocerlas, dice Richards.

«¿Qué es lo peor que podría pasar si nos interesamos? Tendríamos un río más limpio».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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