Cómo los protectores de rinocerontes en Sudáfrica se han convertido en una amenaza para la especie

El esperado juicio a un guardabosques estrella por acusaciones relacionadas con la caza furtiva ilustra el alcance de las organizaciones delictivas en el parque nacional Kruger.

Por Tara Keir
Publicado 7 jul 2021, 12:44 CEST
Rodney Landela

Rodney Landela, fotografiado en 2014 en una patrulla contra la caza furtiva, fue detenido en 2016 por matar presuntamente a un rinoceronte y llevarse su cuerno. Era un guardabosques muy respetado que subió de rango rápidamente y aspirante a ser el próximo guardabosques jefe del parque, en opinión de muchos colegas.

Fotografía de James Oatway, Getty Images

Una dulce mezcla de café y té de rooibos imbuye de una comodidad familiar el hangar de aviones de la sede del parque nacional Kruger, en Skukuza, Sudáfrica. Reina una atmósfera lánguida en la pausa entre la acción que estalla cuando se recibe por radio un informe sobre cazadores furtivos de rinocerontes. 

Don English, guardabosques regional que ayuda a dirigir la lucha contra la caza furtiva en el parque, está acomodado en un sofá descolorido en la pequeña sala de estar del hangar, con la pierna cruzada. En el momento de esta entrevista, en julio de 2019, English supervisaba la zona de Kruger que alberga más rinocerontes que cualquier otra parte del parque de 19 400 kilómetros cuadrados, que linda con Mozambique.

Cuando conversa, suele hablar en voz baja. Pero al mencionar a un antiguo amigo y colega, su tono se agudiza y su expresión se endurece.

«Rodney Landela, podía compartir con él y confiarle cualquier cosa. Cualquier cosa», dice English acerca del guardabosques de quien fue mentor. «Desde que lo detuvieron, no lo he visto ni le he dirigido la palabra. No he tenido oportunidad de hacerlo, dice, «pero tampoco quiero verlo».

English frunce el ceño, mientras reflexiona sobre la ilusión rota de la que en su día consideró una amistad sólida.

«Era un cerdo». Sus palabras atraviesan la habitación.

Un rinoceronte blanco del sur en el parque nacional Kruger, en Sudáfrica, que alberga la mayor población de rinocerontes salvajes del mundo.

Fotografía de Godong, Getty Images

«¿Cómo te atreves?», dice indignado, como si se dirigiera a Landela, que está en casa bajo fianza en un pueblo al norte de Kruger. English enuncia cada palabra y los cáusticos silencios entre ellas arden más que sus propias palabras.

La de Rodney Landela se consideraba una historia de éxito en Kruger. Era «el príncipe coronado», dice English. En 15 años, Landela ascendió de guardabosques sobre el terreno a guardabosques de sección y a guardabosques regional, y muchos de sus colegas lo consideraban el mejor candidato para convertirse en el próximo guardabosques jefe del parque, posiblemente el primer africano negro en ocupar ese puesto.

Pero justo después de su ascenso a guardabosques regional, todo se derrumbó.

El 27 de julio de 2016, los subordinados de Landela lo sorprendieron huyendo del lugar donde yacía un rinoceronte muerto. Una bala de un rifle del parque y los zapatos de Landela cubiertos de sangre del rinoceronte muerto lo relacionaron con el animal. Fue detenido y acusado de cargos que incluyen caza ilegal, robo de un cuerno de rinoceronte, eliminación de pruebas y fuga de la custodia.

El abogado de Landela no respondió a las peticiones de declaraciones y ni él ni Landela, que se declaró inocente, han hecho declaraciones públicas.

Landela fue juzgado por primera vez en 2017, pero el magistrado que llevaba el caso falleció en 2018, antes de que el juicio hubiera concluido, y la ley sudafricana exige reanudar el proceso desde el principio.

Tras más de cuatro años y varios retrasos, el juicio debía comenzar el 6 de julio en el Tribunal Regional de Skukuza, también conocido como el «tribunal de los rinocerontes» por su exitoso historial de enjuiciamiento de cazadores furtivos de rinocerontes en Kruger. Volvió a aplazarse el 5 de julio cuando el magistrado accedió a la petición de la defensa de un nuevo aplazamiento ante el reciente aumento de casos de COVID-19 en el país.

Si es declarado culpable de todos los cargos, Landela afrontaría una condena de hasta 90 años de cárcel, según el fiscal, Ansie Venter.

Mientras tanto, los guardabosques del parque nacional Kruger han tenido que afrontar la realidad de lo que revela esta detención, dice English. Rodney ha sido el último clavo en el ataúd. «Sé que algunos de los mejores guardas del parque están implicados», afirma. «Mire a quien mire, no sé en quién puedo confiar. No me fío de nadie».

La detención y el juicio de Landela suponen una continuación de las dificultades de Kruger con la corrupción entre guardabosques y es uno de los casos más importantes hasta la fecha, ya que arroja luz sobre lo mucho que los se han infiltrado las organizaciones delictivas de caza furtiva en las filas de los protectores de rinocerontes del parque. Entre 2009 y 2021, 42 trabajadores fueron despedidos por su presunta implicación en la caza furtiva de rinocerontes, según Cathy Dreyer, la nueva guardabosques jefa del parque.

Pero esta cifra solo incluye a los que han sido pillados y es probable que haya muchos más miembros del personal implicados, ya sea como informadores y facilitadores de los cazadores furtivos, o como participantes activos, dice Ken Maggs, el ex guardabosques jefe de Kruger, que se jubiló a principios de este año tras 18 años en el cargo.

En febrero, Kruger informó de que el número de rinocerontes había descendido un 70 por ciento durante la última década, pasando de más de 10 000 en 2010 a poco menos de 4000 hoy en día, debido sobre todo a la caza furtiva. La demanda de cuerno de rinoceronte procede principalmente de China y el Sudeste Asiático, donde se convierte en tallas ornamentales y se emplea en la medicina tradicional, pese a la falta de pruebas científicas que respalden su eficacia. El valor del cuerno de rinoceronte como símbolo de posición social ha aumentado más la demanda.

Estas cifras no han sorprendido a los guardabosques de Kruger ni a los conservacionistas que trabajan con ellos. En 2019, el personal contó a National Geographic que era probable que los rinocerontes fueran cazados y erradicados del parque en tan solo dos o tres años. Los guardabosques han logrado evitar esa tragedia y los casos de caza furtiva de rinocerontes han disminuido por quinto año consecutivo. Pero es el propio éxito de los guardabosques a la hora de mantener a los cazadores furtivos fuera del parque lo que ha llevado a las bandas de traficantes de cuerno de rinoceronte a cambiar de tácticas y reclutar a personal interno como cómplices.

La recopilación de información, el reclutamiento de informantes y la selección de cazadores furtivos entre los empleados del parque son ahora imprescindibles para su éxito, dicen English y otros guardabosques. Durante la última década, los sindicatos han probado y perfeccionado sus métodos y desarrollado la capacidad de convencer o coaccionar a los guardabosques de todos los rangos para que participen.

Estas bandas delictivas están dirigidas por criminales muy organizados que dirigen una elaborada red de cazadores furtivos de rinocerontes, informadores y traficantes. En Sudáfrica, existen varios grupos como estos, cada uno de los cuales supervisa diferentes operaciones de caza furtiva con base en los municipios adyacentes al parque nacional Kruger.

La detención de su jefe

Una tarde seca de julio en Kruger, hace cuatro años, los guardabosques de la sección 37 realizaban una patrulla rutinaria en medio de un mar de hojas de mopani de tonos naranjas, amarillos y rojos cuando escucharon disparos.

Corrieron hacia el sonido para investigarlo, según el testimonio judicial de septiembre de 2017 de Lucky Ndlovu, un guardabosques de Kruger con más de 25 años de experiencia. Mientras iban en coche hacia el lugar donde habían oído los disparos, los guardabosques se toparon con dos hombres que corrían hacia una camioneta aparcada cerca. Cuando se subieron al vehículo y se marcharon a toda velocidad, los guardas lo vieron: un rinoceronte blanco muerto y con los cuernos cortados.

Con Ndlovu y otros en una persecución, otro grupo de guardabosques llegó desde otra dirección y cortó el paso al coche que huía. Cuando los sospechosos salieron, los guardabosques se quedaron boquiabiertos. Se trataba de su jefe, Landela, y el veterinario jefe destinado en Kruger, Kenneth Muchocho (a veces llamado «Motshotso»).

En un testimonio emotivo, Ndlovu contó que en un principio pensó que quizá habían disparado al rinoceronte por accidente. Pero mientras esperaban a que llegara la policía, la unidad de investigación de delitos ambientales del parque y un helicóptero para buscar a los sospechosos, Landela se puso nervioso y paseó de un lado a otro con aspecto «infeliz, que no es lo normal en él», dijo Ndlovu. Ndlovu declaró que, tras interceptar a los dos hombres, Landela se subió a la camioneta de Ndlovu y apagó y encendió la radio, lo que dificultó la comunicación entre los guardabosques de servicio.

Landela insistió en que los guardabosques buscaran en la dirección opuesta a la que se había marchado Muchocho, insistiendo en que los cazadores furtivos habrían ido en esa dirección, declaró Ndlovu. En ese momento, contó Ndlovu, los guardabosques acordaron ignorar las órdenes de su jefe porque habían empezado a sospechar de Landela y Muchocho.

Cuando llegó el helicóptero, Ndlovu hizo señas un colega que estaba dentro y pronunció unas palabras que un subordinado nunca habría esperado decir: que su jefe, Landela, y Muchocho eran los cazadores furtivos que estaban buscando.

Landela y Muchocho fueron detenidos, según Ndlovu, que rompió a llorar en este momento de su testimonio. Ndlovu recordó que se dio cuenta de que Landela llevaba unos zapatos diferentes a los que había visto antes y poco después descubrieron sus zapatos empapados de sangre de rinoceronte en la camioneta de Muchocho. Más adelante, se encontró el cuerno cortado y desechado en las inmediaciones y se extrajo la bala de un rifle del parque en el cuerpo del rinoceronte.

Muchocho, como Landela, ha sido acusado de cargos de caza ilegal y robo de un cuerno de rinoceronte. Se declaró inocente y está siendo juzgado con Landela. El abogado de Muchocho no respondió a las peticiones de declaraciones, ni hizo ninguna declaración en nombre de su cliente en el momento de la detención.

No está claro cuándo ni por qué comenzó la presunta implicación de Landela en la caza furtiva. Landela no ha hablado con sus antiguos compañeros desde su detención. Tampoco hizo declaraciones a la policía, a los investigadores ni a la prensa, ni dijo nada durante la audiencia con su empleador, SANParks, la organización que supervisa los parques nacionales de Sudáfrica.

Landela tenía todo lo que una organización delictiva podría desear de un infiltrado, dicen sus compañeros guardabosques: acceso a información confidencial sobre los despliegues de los guardabosques y la ubicación de los rinocerontes, la capacidad de ayudar a introducir armas y sacar cuernos de rinoceronte, e influencia en la estrategia contra la caza furtiva.

Se había ganado la confianza de sus colegas y de su equipo, que incluía cinco guardabosques de sección y unos cien guardabosques de campo. Normalmente, Landela sabía dónde se habían desplegado los guardas de campo cada día y tenía autoridad para asignar los despliegues. Pero el día del asesinato del rinoceronte, los guardabosques desplegados cambiaron de plan en el último momento y olvidaron informar a Landela, según los guardabosques de esa sección. Por lo tanto, es probable que Landela no supiera que el equipo de Ndlovu estaría lo bastante cerca como para oír los disparos, explica un guardabosques.

En toda África, los rinocerontes luchan por sobrevivir.

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    Los reclutadores de las bandas de cazadores furtivos son astutos y persuasivos. Algunos guardabosques intentan mantener su profesión en secreto para evitar convertirse en un objetivo, dicen. «Es mejor que la gente no sepa que soy guardabosques», dice uno de ellos, que pidió permanecer en el anonimato por su seguridad. «Por mi propia protección y la de mi familia». 

    Y algunos guardabosques evitan ir a los bares, donde los reclutadores suelen hacer sus proposiciones iniciales, cuenta English.

    El reclutamiento de un guardabosques de nivel inferior, según English y otros, puede seguir este patrón: después de que un guardabosques que regresa de un despliegue de varios días salga del parque, se recompensa con una cerveza fría en un bar local. Agotado, baja la guardia cuando otro cliente de bar le ofrece invitarlo a otra. Empiezan a hablar y el guardabosques enseguida se da cuenta de que su nuevo conocido está buscando información sobre el lugar en el que ha estado desplegado y empieza a lanzar amenazas veladas. Insinúa que sabe dónde vive la familia del guardabosques, y dónde y cuándo su mujer deja a los niños en el colegio. El sudor nervioso de las palmas de las manos del guardabosques se mezcla con la condensación de la botella fría. 

    Si un reclutador no tiene éxito con las cervezas y las amenazas sutiles, puede recurrir al dinero, que puede ser más difícil de resistir. «Un guardabosques no ganaría en un año lo que obtendría de la banda delictiva», dice Maggs, el ex guardabosques jefe. «Los sueldos en el sector gubernamental nunca competirán con las empresas criminales». Los guardabosques de Kruger suelen ganar entre 21 y 28 dólares al día.

    De los casi 20 guardabosques de su sección, solo cinco son de fiar, dice un guardabosques veterano.

    «Todos a los que conozco tienen problemas o necesidades financieras, así que se centrarán en un guardabosques [que] quizá necesite ruedas nuevas para el coche», dice English. El reclutador puede ofrecerse a pagar los neumáticos, pero luego se espera que el guardabosques se lo devuelva con información. «Si no pagas, te matan. Si firmas con estos tipos, has firmado una sentencia de muerte», dice English. «Es como si te metes en la mafia, no sales». 

    (A finales de 2019, un guardabosques suspendido por ser sospechoso de caza furtiva alegó que English lo había torturado. English fue suspendido durante dos meses mientras el parque lo investigaba y durante su ausencia al menos 50 rinocerontes fueron cazados furtivamente en su región, informó National Geographic en 2020. Un portavoz del parque declaró que una de las estrategias de los sindicatos criminales «es tratar de acusar» para quitar de en medio a los guardabosques más eficaces). 

    Podría ser algo más que unos neumáticos, añade Maggs: un coche, dinero para construir una casa. el respeto de la comunidad que lleva consigo la riqueza.

    Bruce Leslie, que dirige a los guardabosques de operaciones especiales contra la caza furtiva en Kruger, dice que eso puede ser muy eficaz. «Muchos guardabosques vienen de zonas que se han convertido en paraísos para los cazadores furtivos, gestionados por ese personaje a lo "Robin Hood"» dice.

    Las personas involucradas en el tráfico de cuernos de rinoceronte suelen ser vistas como héroes porque son las que aportan dinero a las comunidades, dice. Tras la creación del parque en 1926, algunas comunidades fueron expulsadas por la fuerza de esta tierra. Eso contribuyó a crear resentimiento, así como a una división entre las comunidades empobrecidas de un lado de la valla y las iniciativas de conservación y las inversiones turísticas con grandes recursos del otro, según la experta en Kruger Jane Carruthers, historiadora ambiental de la Universidad de Sudáfrica.  

    La mayoría de las personas que viven cerca del parque nunca han visto un rinoceronte ni han visitado Kruger. Que los rinocerontes sigan vivos les da pocos beneficios —el dinero del turismo rara vez llegan a sus comunidades— y es más probable que estén familiarizadas con los beneficios rápidos de uno muerto. 

    Miedo a la traición

    Cuando un guardabosques local veterano empezó a trabajar en Kruger hace más de 30 años, los uniformes no incluían ropa de camuflaje ni armas de fuego. La guerra contra la caza furtiva aún no había comenzado.  

    Ahora ocupa un puesto en el que supervisa a decenas de guardabosques y pidió permanecer en el anonimato por su seguridad. Los días más difíciles del trabajo solían ser aquellos en los que encontraban animales enganchados en trampas de alambre, sufriendo una muerte lenta y dolorosa para convertirse en carne en la mesa de alguien. Eso era duro de ver, dice, pero no se puede comparar con la presión de enfrentarse a la implicación interna, una traición que él describe como «el reto más difícil de mi trabajo».

    Si él y los otros guardabosques se hubieran enfrentado a los cazadores furtivos que venían de fuera, dice, las matanzas de rinocerontes habrían cesado hace mucho tiempo. Pero cuando los guardabosques que llevan el uniforme son cómplices, eso, dice, es otro nivel. De los casi 20 guardabosques de su sección, dice que solo cinco son de fiar. Ese pequeño grupo debe soportar la carga de trabajo de todo el equipo. 

    Eso es insostenible, dice English. 

    El miedo constante a la traición también tiene consecuencias psicológicas. «Prefiero ir a trabajar solo porque no quiero que nadie me cubra las espaldas», dice el guardabosques veterano. Teme que una de las bandas haya pagado a un colega corrupto que patrulla con él para dispararle por la espalda. A esa presión se suma el efecto desmoralizador de ver cómo despiden o detienen a compañeros por su presunta implicación en la caza furtiva. 

    Más que nada, dice English, el arresto de Landela aplastó la moral. 

    En busca de respuestas

    Tras casi cinco años de espera, Don English y los demás guardabosques de Kruger podrían obtener respuestas de Landela. ¿Qué empujó a la traición a un guardabosques de su rango y que tanto prometía? ¿Tenía el grupo delictivo algo contra él? ¿Fue simple codicia? 

    «No puedo revelar si testificará, pero puedo afirmar que en todos los años que he llevado casos de rinocerontes, no he tenido ni un solo juicio relacionado con rinocerontes en el que el acusado no haya testificado», dice Venter, el fiscal.

    En Kruger, muchos esperan que el caso Landela proporcione el impulso y la voluntad política para acabar con la participación interna. La «gestión de la integridad», o el establecimiento de métodos para proteger las normas éticas de una organización, no es un concepto nuevo para las reservas de caza privadas de Sudáfrica. Algunos recurren a las pruebas del polígrafo para eliminar al personal que pueda estar implicado en la caza furtiva de rinocerontes, pero estas medidas han sido difíciles de aplicar en Kruger y otros parques nacionales. 

    Maggs intentó poner en marcha las pruebas del polígrafo durante su etapa como guardabosques jefe de Kruger, pero «se nos echan encima los contratos de los empleados cada vez que se habla de pruebas de integridad». Esos contratos, así como el sindicato que representa al personal de los parques nacionales sudafricanos, no permiten que se incluyan pruebas de polígrafo o de integridad en los contratos si se van a utilizar como justificación para repercusiones, como suspensiones o despidos.

    Los polígrafos no siempre son fiables y otros altos cargos de Kruger han sugerido que una solución más factible reside en un plan holístico centrado en el desarrollo profesional, como la formación en rastreo, técnicas tácticas y habilidades de defensa; el bienestar psicológico; los aumentos salariales y las recompensas para los guardabosques que actúen con integridad. 

    Puede ser difícil predecir quién es susceptible a la corrupción, pero los altos cargos de Kruger afirman que crear un entorno de trabajo en el que los guardabosques se sientan apoyados, valorados y que sus exigentes esfuerzos tengan sentido puede ayudar a Kruger a acabar con la implicación interna.

    Maggs dice que le han presentado «todos los remedios milagrosos del mundo», que pretendían ofrecer soluciones tecnológicas a la crisis de la caza furtiva: drones, helicópteros equipados con infrarrojos y otras tecnologías para ayudar a vigilar los animales y detectar a los cazadores furtivos. Pero insiste en que «no se pueden sustituir las patrullas sobre el terreno». 

    Ante la implicación interna, esas patrullas sobre el terreno —los guardabosques que actúan con integridad— seguirán quemándose mientras asumen la responsabilidad de proteger la mayor población de rinocerontes salvajes que queda en el mundo de las organizaciones delictivas, en las que, por ahora, figuran los suyos.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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