La vacuna del sarampión no solo protege contra el sarampión

Sin las vacunas, este contagioso virus puede permitir la aparición de otras enfermedades en poblaciones desprotegidas durante más de dos años después de una infección.

Por Maya Wei-Haas
Publicado 5 mar 2019, 13:35 CET
Vacunas
La ayudante de un médico se dispone a administrar a Tijana, de 11 meses, las vacunas del sarampión, la rubeola, las paperas y la varicela en Berlín, Alemania, en 2015.
Fotografía de Sean Gallup, Getty
Nota del editor: Este artículo se publicó originalmente el 4 de marzo y se ha actualizado para incluir información de dos nuevos estudios publicados en octubre.

El sarampión es alarmantemente contagioso: se propaga por el aire y puede persistir en una habitación hasta dos horas después de que se haya marchado la persona infectada. La enfermedad es responsable de más de 100 000 muertes al año entre personas no vacunadas.

Es más, ese peligro acecha incluso a quienes sobreviven a un brote.

El sarampión debilita el sistema inmunológico a corto plazo y, además, los brotes del virus parecen borrar la memoria del sistema inmunológico y hacen que el cuerpo olvide cómo combatir enfermedades que ya ha superado. Esta «amnesia inmunológica» puede permanecer más de dos años en algunas personas.

Ahora, dos estudios publicados en Science y Science Immunology profundizan en el mecanismo específico tras este efecto secundario perjudicial comparando muestras de sangre de niños sin vacunar en los Países Bajos antes y después de la exposición al sarampión.

Un habitante de Monga, región de la República Democrática del Congo, anuncia una campaña de emergencia de vacunación contra el sarampión, las paperas y la rubeola. La iniciativa se lleva a cabo tras un pico que se originó en Monga, pero las autoridades esperan vacunar todas las regiones circundantes.
Fotografía de William Daniels, Nat Geo Image Collection

Estos estudios añaden más peso a la importancia de la vacunación, como indica en un comunicado de prensa Colin Russell, de la Universidad de Ámsterdam, el autor principal del estudio publicado en Science Immunology. Antes de la introducción de la vacuna del sarampión en 1963 era casi seguro que todos los niños iban a contraerlo y se estima que la enfermedad causaba 2,6 millones de muertes cada año. Por suerte, la vacuna del sarampión, que suele combinarse con la de las paperas y la de la rubeola, tiene una eficacia increíble y dos dosis aportan casi un 97 por ciento de protección.

Sin embargo, en los últimos años han aumentado los casos de sarampión. En 2018, 98 países documentaron más casos que en el año anterior, según un informe de Unicef publicado en marzo de este año. El sarampión, que se propaga por el aire, es muy contagioso, y el virus puede permanecer en una habitación hasta dos horas después de que una persona infectada se haya marchado.

Aunque en algunas partes de mundo las infraestructuras inadecuadas y los conflictos civiles han impedido las campañas de vacunación, los expertos indican que hay otro problema tras el reciente aumento de los casos: la despreocupación ante la vacunación.

«Los beneficios de las vacunas han sido una especie de desventaja. La gente no las considera una intervención relevante», explica Yvonne Maldonado, epidemióloga de la Facultad de Medicina de Stanford.

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    Examinan a Inesse Yaluba, de cuatro años, en busca de síntomas del sarampión en Monga, una región de la República Democrática del Congo.
    Fotografía de William Daniels

    Sin embargo, los datos demuestran que no es así: cuando se generalizó el uso de la vacuna, no solo cayeron en picado los casos de sarampión, sino también los casos de otras enfermedades como el neumococo y la diarrea, entre otras. En regiones con escasez de recursos, el descenso fue bastante drástico, de hasta un 50 por ciento. En regiones empobrecidas, descendieron hasta un 90 por ciento.

    «En realidad, observamos un descenso precipitado de la línea base general de mortalidad infantil», afirma Michael Mina, de la Universidad de Harvard, autor de un estudio de 2015 que analizaba el descenso y autor principal del estudio de Science. En definitiva, la vacuna del sarampión no solo parece proteger a la población contra el sarampión, sino que también podría mantener a raya un montón de infecciones. Es posible que lo consiga mediante la prevención de la amnesia inmunológica.

    La anatomía de la infección

    Durante años, los científicos han acumulado pruebas del misterioso mecanismo del sarampión, como la aparente tendencia del virus a atacar las células inmunitarias. Pero el rompecabezas estaba incompleto. Un estudio de 2012 publicado en PLOS Pathogens proporcionó las piezas restantes.

    El equipo, dirigido en parte por Rik de Swart, virólogo del Centro Médico de la Universidad de Erasmus y coautor de los dos estudios recientes, se aprovechó de una necesidad viral: para multiplicarse y expandirse, un virus debe invadir una célula y apropiarse de su maquinaria para replicarse. Insertaron un gen en el virus del sarampión que codificaba una proteína fluorescente e introdujeron el virus modificado en macacos. Conforme el virus modificado invade las células para hacer copias, la anfitriona se enciende y permite a los científicos rastrear su movimiento en diversas etapas de la enfermedad.

    Las autoridades sanitarias preparan una vacuna contra el sarampión y la rubeola en un puesto integrado de servicios sanitarios en la aldea de Wanasari, Java Occidental, el 8 de septiembre de 2017.
    Fotografía de NurPhoto via Getty Images

    En los tejidos linfoides de los monos —que albergan células inmunitarias— aparecieron motas verdes brillantes que brillaban como estrellas en el firmamento. La luz desveló que el virus mostraba preferencia por las denominadas células de memoria inmunológica. Estas células registran y catalogan toda una vida de infecciones y ayudan a combatir futuros invasores en encuentros repetidos. En una etapa posterior de la infección, el virus se establece en la capa superficial que reviste los pulmones y la nariz, lo que ayuda a que llegue al aire mediante la tos.

    Cuando el sistema inmunológico entraba en acción para librarse de la infección, esta constelación viral se desvanecía. La oscuridad repentina señalaba un paso importante de la amnesia inmunológica: al infectar las células de memoria, el virus no solo borraba los recuerdos inmunológicos del cuerpo, sino que volvía al propio sistema en su contra obligando a las células inmunitarias sanas a matar a sus camaradas infectadas.

    «Si el virus no lograba matar a las células de memoria, el sistema inmunológico las remataba. Vimos como pasaba ante nosotros, literalmente», explica de Swart.

    Más adelante, el equipo confirmó que era probable que se hubiera un mecanismo similar en humanos. Pero no está claro cuánta memoria inmune desaparecía, ya que, según de Swart, es probable que varíe de una persona a otra. Con todo, el proceso pone de manifiesto por qué son tan habituales las enfermedades secundarias con el sarampión. El virus ataca la primera línea defensiva del sistema inmunológico y daña la piel y los tractos respiratorio y gastrointestinal, y también borra las costosas resistencias.

    Trabajadores sanitarios en el norte de Laos inoculan a niños en 1991 como parte de una iniciativa patrocinada por UNICEF contra la polio, el sarampión, el tétano y otras dolencias.
    Fotografía de Peter Charlesworth, Light Rocket, Getty
    Una enfermera prepara una vacuna del sarampión en una escuela de la aldea de Lapaivka, cerca de la ciudad de Lviv, en el oeste de Ucrania, el 21 de febrero de 2019. Ucrania sufrió la mayor incidencia de sarampión en 2018, con más de 30.000 casos confirmados. Desde el comienzo de 2019, lo han contraído más de 20.000 personas en Ucrania.
    Fotografía de YURI DYACHYSHYN / Getty Images

    Efectos persistentes

    Para Mina, el brillo que se observó dentro de los monos planteaba una incógnita fastidiosa: «Si el sarampión devora todas nuestras células inmunitarias, ¿afecta a largo plazo a nuestra memoria inmune?».

    En un estudio de 2015 publicado en Science, Mina y sus colegas trataron de abordar esta incógnita. Recurrieron a vastos conjuntos de datos de Estados Unidos, Dinamarca, Inglaterra y Gales de antes y después de que la vacunación se generalizase en los años 60. Los análisis revelaron descensos pronunciados de los casos en niños. En general, cuando el sarampión se propagaba en poblaciones no vacunadas, hasta la mitad de todas las muertes infantiles por enfermedades infecciosas habían sido la consecuencia de infecciones que se producían tras haber contraído el sarampión.

    Es más, los efectos perduraban. Mina explica que el mejor indicador de muertes no provocadas directamente por el sarampión era el número total de casos de sarampión durante los tres años anteriores. Esto apunta a que los niños con sarampión corrían más peligro de morir por infecciones tres años después. Pero estas relaciones temporales no pueden desvelar todo.

    «Al fin y al cabo, son asociaciones epidemiológicas», afirma Mina. «Hay que adentrarse en la biología».

    Aquí es donde entran los dos estudios más recientes, ya que ayudan a resolver los entresijos del ataque viral. Para este nuevo trabajo, los investigadores estudiaron a niños no vacunados de entre cuatro y 17 años que asistían a colegios protestantes ortodoxos en los Países Bajos. Tomaron muestras de la sangre de los estudiantes antes de que padecieran sarampión y de nuevo tras un brote de sarampión en 2013.

    El estudio de Science Immunology examinó los linfocitos B de la sangre, un tipo de célula inmunológica primaria capaz de identificar patógenos invasores y desencadenar ataques. Algunos linfocitos B pueden combatir invasores específicos, mientras que otros permanecen «naífs», esperando instrucciones de ataque. El análisis reveló que, tras la infección, el ejército de linfocitos B no se recupera de inmediato y pierde diversidad.

    “«Es un virus que no se detiene en las fronteras»”

    por RIK DE SWART, CENTRO MÉDICO DE LA UNIVERSIDAD DE ERASMO

    El estudio de Science empleó un nuevo método para catalogar los anticuerpos, o proteínas neutralizadoras de invasores, en las muestras de sangre. El análisis reveló que el sarampión provocaba un descenso de la panoplia de anticuerpos de un 11 a un 73 por ciento en un plazo de dos meses tras la infección, perjudicando gravemente la capacidad de respuesta del sistema inmunológico.

    Una expansión global

    Entonces ¿podrían afectar las infecciones secundarias a las personas que actualmente padecen sarampión en Estados Unidos?

    «Sí, estoy segurísimo», afirma Mina, aunque insiste en que el sistema sanitario estadounidense es lo suficientemente sólido como para tratar estas infecciones y evitar la mortalidad en la mayoría de los casos.

    No ocurre lo mismo en muchas regiones en vías de desarrollo, donde algo aparentemente leve como la diarrea puede resultar mortal. Y, como el virus ataca al sistema inmune, la gravedad de las infecciones depende de la salud general de la población. Básicamente, el sarampión es una especie de altavoz de infecciones que sube el volumen del ruido de fondo. Esto significa que, en zonas con recursos limitados, el virus puede provocar tasas generales de mortalidad más altas.

    «En muchos países en vías de desarrollo muere uno de cada 50 o uno de cada 100 niños por sarampión, sobre todo debido a este tipo de efectos inmunes», afirma Mina. Y lo que es peor, el sarampión sigue siendo contagioso mucho después de que los afectados lo sepan, lo que facilita que el virus viaje de polizón en las personas infectadas.

    «Este virus no se detiene en las fronteras», afirma de Swart, aludiendo al famoso dicho: «No se puede eliminar el sarampión en ninguna parte si no se elimina en todas partes».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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