La Tierra ha sufrido más extinciones masivas de lo pensado

Estos periodos de desaparición de especies drástica y repentina comparten patrones. Esto podría tener implicaciones preocupantes para la crisis de biodiversidad que vivimos hoy en día.

Por Lucy Jakub
Publicado 20 dic 2019, 12:04 CET
Emeishan, China
Un templo encaramado en el monte Emeishan, en la provincia de Sichuán, China. El campo circundante incluye el basalto de inundación de los traps de Emeishan, que marcan el fin de la época Guadalupiense.
Fotografía de dbimages, Alamy Stock Photo

Quienes creen que las especies del planeta van encaminadas hacia un desplome suelen denominar esta crisis de biodiversidad la «sexta extinción masiva». Pero algunos científicos sostienen que nos enfrentamos a la séptima, no la sexta.

En 1982, los paleontólogos cuantitativos Jack Sepkoski y David Raup en la Universidad de Chicago hicieron balance de las peores extinciones masivas de la Tierra y las llamaron las «cinco grandes». Ese conjunto incluye la del Pérmico-Triásico, la mayor extinción masiva de todos los tiempos, que ocurrió hace casi 252 millones de años y erradicó al 95 por ciento de las especies marinas.

Entonces, la masacre del Pérmico-Triásico eclipsó otro evento de extinción que tuvo lugar solo ocho millones de años antes, al final de la época Guadalupiense.  Sin embargo, en las tres últimas décadas, los geólogos han profundizado en el Guadalupiense y cada vez se acepta más que fue una crisis independiente. Ahora, algunos científicos sostienen que esta extinción prehistórica fue lo bastante grande como para figurar en el panteón de apocalipsis pasados y proponen llamar al grupo de grandes eventos de extinción los «seis grandes».

En la historia de la vida se han producido muchos desastres y reveses. Pero señalando y estudiando los más grandes, los geólogos pueden empezar a desentrañar patrones y buscar causas comunes. Cada vez más pruebas sugieren que muchas extinciones masivas globales estaban vinculadas a la disminución del oxígeno en los océanos, un síntoma de calentamiento por efecto invernadero, lo que tiene consecuencias preocupantes para los efectos actuales del cambio climático. La extinción de finales del Guadalupiense encaja en esta tendencia.

«Creo que aferrarse al número cinco resulta problemático», afirma Richard Bambach, paleoecólogo marino y profesor emérito de paleontología en el Instituto Politécnico de Virginia que revisó el estudio referente de Sepkoski y Raup. Si se tienen en cuenta los porcentajes, la extinción masiva del Pérmico-Triásico estuvo mucho más cerca de erradicar toda la vida. Pero sostiene que la extinción del Guadalupiense resultó asombrosamente perjudicial para la biodiversidad.

«Si se analizan las cifras brutas, la pérdida de taxones del Guadalupiense es mucho mayor que la del Pérmico», explica.

Inundaciones de lava

El final de la época Guadalupiense se caracterizó por los traps de Emeishan  del sudoeste de China, un monumento de una inundación de lava que erupcionó en el océano hace 260 millones de años y que discurrió a lo largo de un millón de kilómetros cuadrados. El fenómeno desencadenó columnas de metano y dióxido de carbono que causaron estragos en el clima y aniquilaron hasta un 60 por ciento de las especies marinas, la mayoría en aguas tropicales en torno al supercontinente Pangea.

Hay basaltos de inundación como los traps de Emeishan en lugares de todo el mundo y se ha demostrado que coinciden con las cinco grandes extinciones masivas. «Es una correlación unívoca», explica Michael Rampino, geólogo de la Universidad de Nueva York.

Pero los geólogos que estudian las extinciones masivas no siempre han buscado basaltos de inundación. A partir de los años 80, tras la hipótesis de Luis y Walter Álvarez de que el impacto de un meteoro acabó con los dinosaurios no aviares, los equipos de geólogos buscaron sin éxito evidencias de impactos de meteoros que pudieran explicar las otras extinciones masivas.

Con las manos vacías, Rampino enseguida recurrió a los basaltos de inundación e indicó que los traps del Decán indios se formaron en torno a la misma época en la que se produjo el impacto de Chicxulub y la extinción del Cretácico‑Paleógeno. La del Pérmico-Triásico también se caracterizó por los enormes traps Siberianos.

«Pasé de los impactos al vulcanismo», cuenta. Su investigación a lo largo de la última década se ha centrado en correlacionar los basaltos de inundación con las otras grandes extinciones masivas y también con periodos de disminución de oxígeno y acidificación en los mares.

En los 80, investigar dichas relaciones era complicado, ya que las tecnologías para datar fósiles y rocas eran menos fiables. Sin embargo, en los últimos cinco años, los métodos de datación radiométrica avanzados han proporcionado marcas temporales cada vez más precisas de los fenómenos geológicos. La datación uranio-plomo del circón ha remplazado la datación argón-argón mucho más imprecisa y los márgenes de error que solían abarcar millones de años ahora abarcan miles, lo que aumenta la resolución de los datos.

Con esta nueva especificidad, los geólogos pueden determinar con seguridad que la inundación de lava de finales del Guadalupiense ocurrió en un periodo de 100 000 años —un instante en términos geológicos— y que coincidió con la crisis de extinción documentada en el registro fósil.

Fósiles 101

En un estudio publicado en Historical Biology, Rampino y su coautor Shu-Zhong Shen, de la Universidad de Nanjing, recopilaron los datos más recientes sobre los traps de Emeishan y analizaron la gravedad ecológica de la extinción del Guadalupiense para defender su inclusión entre los grandes seis eventos de extinción.

Según el equipo, los cambios ecosistémicos de finales del Guadalipiense fueron drásticos. Los enormes arrecifes de corales y esponjas sufrieron un desplome generalizado, así como otros organismos que construían conchas con carbonato cálcico, que se habría disuelto en el agua acidificada. Los moluscos gigantes con conchas rebordeadas que parecían naves alienígenas desaparecieron para siempre. También se extinguieron muchas especies de cefalópodos llamados amonites.

Los paleontólogos tienen menos información acerca de las víctimas terrestres, pero entre ellas figuraba un grupo de protomamíferos grandes de cráneo robusto denominados dinocéfalos. Tras la crisis, los helechos sin semilla dominantes fueron remplazados por gimnospermas productoras de semillas como coníferas y gingkos.

Revisando el registro

Nuevos cálculos han esclarecido el momento de las primeras y últimas apariciones de especies en el registro fósil. Los investigadores citan un estudio de 2016 que sostiene que, debido a la datación deficiente, muchas especies que se extinguieron en el Guadalupiense se atribuyeron por error a la extinción del Pérmico-Triásico. Dicha datación otorgó a esta última un récord de un 95 por ciento de especies marinas extintas que probablemente esté más cerca del 80 por ciento.

Bambach tiene algunas dudas respecto a la evaluación de la gravedad ecológica de la extinción del Guadalupiense del estudio. Los niveles del mar globales alcanzaron su mínimo durante el Guadalupiense y aumentaron de nuevo tras la extinción masiva, lo que significa que quedaron relativamente pocos arrecifes del Guadalupiense preservados en rocas a las que puedan acceder los paleontólogos.

«Parte de la desaparición de los ecosistemas puede deberse simplemente al deterioro de la calidad —o cantidad— del registro preservado», afirma. Hay excepciones en China, donde Shen ha datado fósiles marinos del Pérmico y ha refinado el retrato biológico del Guadalupiense.

Con todo, Bambach coincide con Rampino y Shen en que es hora de añadir el Guadalupiense a las cinco grandes extinciones: «Sí que figura en la misma categoría que las grandes».

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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