Exclusiva: Un estudio islandés confirma que los niños tienen la mitad de probabilidades que los adultos de contraer y propagar el coronavirus

Las grandes decisiones sobre la COVID-19 y los niños han estado cargadas de política y escasas en ciencia. Nuevos estudios a gran escala lo han cambiado todo.

Por Lois Parshley
Publicado 11 dic 2020, 11:35 CET
Escuela Elemental Walter P. Carter

Las alumnas se sientan en clase el primer día de infantil en la Escuela Elemental Walter P. Carter en Baltimore, el 16 de noviembre de 2020.

Fotografía de Rosem Morton, T​he New York Times

Muchas partes del mundo todavía están sufriendo la peor ola de casos de COVID-19, así que se ha vuelto a debatir el tema de si cerrar los colegios o no. Ahora, una investigación emergente confirma que los colegios no son los principales impulsores de los brotes, pero que los casos se filtran y contribuyen a la propagación de la enfermedad si un país no logra controlar la pandemia.

National Geographic ha tenido acceso exclusivo a los resultados de un estudio islandés que aporta evidencias definitivas de cuánto contribuyen los niños a la propagación del coronavirus. Los investigadores de la Dirección e Sanidad y deCODE genetics, una empresa de genómica humana en Reikiavik, supervisaron a todos los adultos y niños del país que habían hecho cuarentena tras una posible exposición al virus esta primavera mediante el rastreo de contactos y la secuenciación genética para rastrear los vínculos entre varios conglomerados de casos. Este estudio de 40 000 personas desveló que los niños de menos de 15 años tenían casi la mitad de probabilidades que los adultos de infectarse y solo la mitad de las probabilidades que los adultos de transmitir el virus. Casi todas las transmisiones de coronavirus a niños procedían de adultos.

«Pueden infectarse y se infectan y lo transmiten a los demás, pero lo hacen con menos frecuencia que los adultos», afirma Kári Stefánsson, director ejecutivo de deCODE.

Este análisis forma parte de una serie de estudios recientes a gran escala que respaldan la conclusión de que los adultos infectados suponen un peligro mayor para los niños que los niños para los adultos. Las autoridades que tienen dificultades para decidir cuándo o si deben cerrar las escuelas podrían aprovechar la información de estos estudios, sabiendo que los cierres perjudican a los niños. Además de las lecciones académicas fundamentales, las escuelas proporcionan servicios esenciales a las comunidades, por eso la semana pasada los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos recomendaron que las escuelas fueran «las últimas en cerrar» y «las primeras en reabrir».

Con todo, aunque en general los niños son menos susceptibles, cuando las infecciones aumentan en una comunidad, los riesgos en las escuelas pueden aumentar drásticamente. Como Estados Unidos no ha conseguido contener el virus a nivel nacional, a 10 de diciembre las escuelas de enseñanza primaria y secundaria habían documentado más de 313 000 casos de COVID-19.

Los niños están bien, pero...

Si una enfermedad infecciosa se propaga o no en los colegios depende de dos factores: la frecuencia con que se infectan los niños con coronavirus y la facilidad con que transmiten la enfermedad a los demás. Si los niños fueran muy susceptibles y muy infecciosos, es probable que las escuelas impulsaran nuevos brotes de COVID-19, como ocurre con la gripe. Pero si los niños no la contraen ni la propagan con tanta facilidad, las escuelas simplemente reflejarían lo que ocurre en la comunidad en general.

Sin embargo, antes del otoño, los datos de coronavirus en niños escaseaban, principalmente porque las escuelas estadounidenses habían cerrado en los primeros meses de la pandemia. Asimismo, las investigaciones que surgieron durante el verano tenían limitaciones.

Los niños desempeñan un papel secundario en la transmisión del coronavirus, pero eso no justifica la reapertura instantánea de las escuelas sin antes tomar otras medidas para controlar la propagación comunitaria.

Fotografía de Rosem Morton, T​he New York Times

La mejor manera de entender cómo podría producirse la transmisión entre niños y adultos sería vigilar constantemente a las familias con niños en edad escolar para comprobar si se infectan. Al hacer pruebas frecuentes, los científicos localizarían las infecciones cuando ocurren y sabrían quién ha enfermado primero.

Islandia y deCODE lo pusieron en práctica realizando pruebas y rastreos exhaustivos, examinando a más de la mitad de la población del país: cualquiera que pudiera haber estado expuesto fue puesto en cuarentena, lo que lo aislaba de la comunidad, pero a menudo exponía a sus familias. Al observar la diferencia entre adultos y niños en estas cuarentenas, deCODE descubrió que los niños desempeñan un papel secundario en la transmisión.

Islandia nunca cerró sus escuelas primarias, aunque sí cerró los institutos en el pico de la primera ola. Los datos de la ola de septiembre respaldan la idea de que los niños pequeños son menos propensos a enfermar o infectar a los demás. Stefánsson ha iniciado el proceso para publicar estos resultados en una revista con revisión científica externa, pero dice que el meticuloso conjunto de datos es concluyente para la transmisión islandesa «y nos hemos convertido en el modelo animal razonable de la población humana».

Stefánsson advierte que, si se cierra todo salvo escuelas y guarderías, los niños se convertirían en una de las principales fuentes de transmisión. Explica que, aunque el riesgo individual sea bajo entre los jóvenes, las escuelas seguirán teniendo brotes.

Esto significa que la cuestión no es científica, sino qué nivel de riesgo está dispuesta a aceptar la sociedad para que los niños sigan yendo al colegio: «¿Con qué [nivel de riesgo] estamos dispuestos a vivir?», pregunta.

No hay que tratar igual a todas las edades

Además del estudio de Islandia, otra investigación ha demostrado que los niños prepúberes tienen una probabilidad mucho menor de enfermar. Por consiguiente, los trabajadores escolares deben distinguir entre niños pequeños y adolescentes.

Un estudio reciente a gran escala sobre cómo detener la propagación viral consolida esta conclusión. En las primeras semanas de la epidemia de COVID-19, miles de personas viajaron para celebrar el Año Nuevo Lunar en China. En Hunan —la provincia adyacente a donde se descubrió el coronavirus—, el gobierno estableció cribados de viajeros y rastreo de contactos. Con los datos de estos puestos de control, los investigadores analizaron a 1178 personas infectadas y sus 15 648 contactos cercanos.

“Nuestra prioridad para que el virus no entre en las escuelas es que no entre en la comunidad.”

por FIONA RUSSELL, UNIVERSIDAD DE MELBOURNE

Sus resultados, publicados en Science a finales de noviembre, demuestran que los niños menores de 12 años eran menos propensos a contraer la enfermedad que los adultos tras exponerse, explica el coautor del estudio Kaiyuan Sun, investigador del Centro Internacional Fogarty de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos. El estudio también desveló que el riesgo de transmisión en los hogares, sobre todo durante el confinamiento, era mucho mayor que entre contactos más casuales, como los que se producen en el colegio. Cuando los positivos se aislaban y sus contactos se ponían en cuarentena, se rompían las cadenas de transmisión. Esto sugiere que los inventos inteligentes podrían contribuir a detener los brotes más amplios, entre ellos los de los colegios.

Muchos más estudios coinciden en que la edad importa. Un original sin revisar rastreó a 4524 personas de 2267 hogares en Ginebra, Suiza, de abril a junio. Los investigadores determinaron que los niños de cinco a nueve años tenían un 22,7 por ciento menos de probabilidades de infectarse y que su riesgo aumentaba con la edad.

La conclusión es que aparece un cambio drástico entre los 10 y los 12 años. En torno a la pubertad, aumenta el riesgo de que los adolescentes contraigan y transmitan el virus. El COVID Monitor, un grupo que rastrea la información de más de 7000 distritos escolares de Estados Unidos, descubrió que las tasas de prevalencia en los institutos son casi el triple que las de los colegios de educación primaria.

Aún no está claro el porqué. Una teoría es que los niños se exponen a los coronavirus con más frecuencia, lo que les otorga algo de protección. Otra sostiene que los niños tienen menos receptores ECA2, a los que se fija el coronavirus, en las vías respiratorias altas. Con todo, otra teoría apunta a que a sus pulmones más pequeños no se les da tan bien proyectar gotículas o generar aerosoles.

A pesar de esta distinción, los niños y los adolescentes suelen incluirse en el mismo grupo en los informes sobre enfermedades, algo que Alasdair Munro, investigador clínico de enfermedades infecciosas pediátricas en el Hospital Universitario de Southampton, Gran Bretaña, considera «extremadamente problemático».

Pero la transmisión no solo se basa en la biología. El comportamiento también está implicado. En noviembre, un estudio de medio millón de personas realizado en la India descubrió «patrones de mayor riesgo de transmisión» en niños de menos de 14 años, entre ellos muchos casos en los que los niños infectaban a otros niños.

«Si abren un colegio, los niños establecen contacto con mucha más frecuencia que los adultos», afirma Sun. Su análisis también confirmó la estimación de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) de que la transmisión presintomática representa casi el 50 por ciento de las infecciones, lo que significa que no siempre es posible aislar a las personas antes de contagiar a otras. Por eso los colegios siempre presentarán cierto nivel de riesgo.

¿Cuándo hay que cerrar los colegios?

Como los países han adoptado medidas diferentes en lo que respecta a las escuelas, el mundo ha diseñado involuntariamente un experimento natural sobre el papel exacto que desempeñan en la transmisión de la COVID-19.

En el Reino Unido, un nuevo artículo publicado en The Lancet reveló que las reaperturas parciales de las escuelas este verano se vinculaban a un bajo riesgo de casos; entre más de 57 000 colegios y guarderías, el estudio descubrió solo 113 casos asociados a 55 brotes. Estos casos estaban correlacionados con las tasas de contagio locales, lo que demuestra la importancia de reducir la transmisión comunitaria para que las escuelas sean seguras. «Habrá transmisión en los colegios, como ocurre en cualquier lugar donde se mezclen las personas», afirma Munro. «Pero los niños no son los impulsores de la enfermedad». Más bien, está cada vez más claro que, en muchos países, son las personas de entre 20 y 30 años las que provocan los brotes que después se propagan a las personas mayores y los niños.

El patio de recreo vacío de una escuela pública en la ciudad de Nueva York, el 19 de noviembre de 2020. Los errores del gobierno y los mensajes contradictorios sobre la pandemia han aumentado las disparidades raciales en la educación.

Fotografía de Wang Ying, Xinhua, Alamy Live News

Los datos de Alemania reflejan estas conclusiones. Hace poco, se hicieron pruebas a miles de niños en Baviera para detectar anticuerpos y descubrieron que los tenían seis veces más niños de lo previsto, lo que sugiere que muchos casos infantiles pasan desapercibidos. Pero pocos de estos casos provocaron brotes más generalizados. El país también ha recopilado datos de sus 53 000 colegios y guarderías; incluso este otoño, cuando aumentaron los casos comunitarios, una media de 32 escuelas por semana habían tenido más de dos casos positivos. Susanne Kuger, directora del Centro de Observación Social del Instituto Alemán de la Juventud, afirma que a menudo «son los adultos los que transmiten la enfermedad, incluso en los entornos de guardería», ya que los padres dejan a los niños o el personal se mezcla en las salas de descanso.

Alemania también ha adoptado otras medidas para apoyar a los padres, como aumentar el número de días de baja por enfermedad para que los padres puedan quedarse en casa más tiempo si sus hijos enferman. Estos son pasos fundamentales, señala Kruger, porque «los padres transmiten miedo y preocupación a sus hijos. Cuanto más estresados están los padres, más estresado está el niño».

Consecuencias desiguales

Tras meses de clases remotas, tanto profesores como padres tienen cada vez más claro que cerrar los colegios provoca daños. Hay muchos informes sobre el aumento de los problemas de salud mental, la violencia doméstica y sobre que posiblemente se hayan perdido años de vida debido a la disminución del aprendizaje. Por eso Fiona Russell, directora del programa de doctorado en Salud Infantil y Adolescente de la Universidad de Melbourne, en Australia, afirma que «las escuelas deben tener prioridad para abrir y ser las últimas en cerrar. Hay que priorizarlas».

Esto no significa necesariamente que haya que reabrir escuelas sin antes tomar otras medidas para controlar la propagación comunitaria. Por ejemplo, el estado de Victoria adoptó un enfoque muy conservador de los confinamientos. El estado, que tiene 6,5 millones de habitantes, no reabrió hasta que hubo menos de 10 infecciones totales de COVID-19. Russell dice que las escuelas se cerraron no porque fueran inherentemente peligrosas, sino para impedir el movimiento de personas.

Brett Sutton, director de sanidad de Victoria, también declaró que, en retrospectiva, el estado no habría cerrado las escuelas. En parte gracias a sus consejos, Irlanda dejó sus colegios abiertos durante el confinamiento más reciente, pero cerró gimnasios, iglesias, restaurantes y comercios no esenciales. Sin embargo, las infecciones comunitarias han disminuido un 80 por ciento en seis semanas.

«Nuestra prioridad para que el virus no entre en las escuelas es que no entre en la comunidad», afirma Russell.

En los Estados Unidos, el presidente electo Joe Biden ha declarado que reabrir los colegios será una prioridad en los primeros cien días en el cargo, pero comunicar la ciencia con claridad —y ser honesto sobre los riesgos desiguales del virus según la raza y los ingresos— será importante para crear confianza en los padres cuando los colegios intenten reabrir.

Kaliris Salas-Ramirez, neurocientífica de la Escuela CUNY, es madre soltera y ha decidido que su hijo de nueve años se quedará en casa. «Hay muchas más cosas que ponen en peligro a mi hijo negro», explica, citando los peligros existenciales del racismo institucionalizado. «Las familias negras y de color no tenemos el lujo de elegir poner en peligro la vida de nuestros hijos».

Los errores del gobierno y los mensajes contradictorios sobre la pandemia han aumentado las disparidades raciales en la educación. Una encuesta reciente en Massachusetts desveló que las familias negras, latinas y con bajos ingresos son mucho más propensas a que sus hijos aprendan de forma remota este otoño, una tendencia observada en todo Estados Unidos. Estas decisiones son intencionadas y reflejan una reflexión lógica sobre los riesgos desproporcionados: la mayoría de los niños que se han contagiado y han muerto por el coronavirus pertenecen a estos grupos raciales y étnicos. Por su parte, los colegios privados tienen más probabilidades de abrir para dar clases en persona.

«No quiero ponerme a mí, a mis hijos ni a sus profesores en peligro», afirma Naomi Pena, mujer de color y miembro del Consejo de Educación Comunitaria del Distrito 1 en Nueva York. Ha visto cómo varios amigos fallecían de COVID-19. Así que Pena decidió que sus hijos adolescentes se quedaran en casa, aunque uno de ellos tiene dificultades de aprendizaje. Al igual que Pena, en torno al 60 por ciento de las familias del Distrito 1 han decidido que sus hijos aprendan de forma remota.

Mientras los científicos alcanzan un consenso sobre la seguridad en los colegios, las juntas escolares no solo tendrán que elaborar planes basados en la evidencia, sino comunicar mejor qué medidas han tomado para que los niños y sus comunidades estén a salvo.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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