Las fotografías pueden mostrar la complejidad de las protestas, pero también perpetuar viejas mentiras

Las imágenes de las manifestaciones en Estados Unidos pueden convertirse en símbolos poderosos, pero algunas solo cuentan un lado de la historia.

Por John Edwin Mason
Publicado 11 jun 2020, 14:38 CEST
Kyle Errison

Kyle Errison levanta el puño en solidaridad con los manifestantes que gritan a coro «justicia para George Floyd». «He sido acosado por la policía de Nueva York y, en cierto modo, entiendo esta lucha a nivel personal», afirma Errison.

Fotografía de Ruddy Roye, National Geographic

Una mañana de la semana pasada, vi una fotografía que me enfadó. Es raro decirlo de esta manera, pero así fue como me sentí. No me irritaba la imagen en sí. Era la forma en que la utilizaban y los mensajes que enviaba. Una fotografía puede mostrar la verdad y al mismo tiempo contener una mentira monstruosa. A veces, esas mentiras son sobre personas como yo.

La mañana después de la tercera noche de protestas en todo el país por el angustioso asesinato público de George Floyd, un hombre negro desarmado y esposado, a manos de Derek Chauvin, un agente blanco de la policía de Minneapolis, llamé a la página web de un periódico y me preparé para lo peor. Como todos sabemos ahora, el vídeo de Chauvin asfixiando el cuerpo postrado de Floyd se compartió ampliamente tanto en redes sociales como en medios convencionales. Las protestas contra el asesinato comenzaron en Minneapolis y enseguida se extendieron por el resto del país.

La muerte de Floyd fue, por supuesto, la más reciente de una procesión infinita de asesinatos policiales de afroamericanos desarmados que se ha convertido en un espectáculo público. Cada uno de estos asesinatos y sus recreaciones en el espacio virtual de las pantallas de nuestro móvil u ordenador sientan como un mazazo, son físicamente agotadores y emocionalmente devastadores. Al igual que la mayoría de los afroamericanos, yo vivo sabiendo que ser negro en Estados Unidos es ser consciente de que cualquier encontronazo con un agente de policía puede ser letal.

No hay nada sorprendente en la fotografía con la que me encontré en la página web del periódico aquella mañana. Me había ido a dormir sabiendo que las protestas, que habían comenzado de forma pacífica, no siempre acababan de ese modo. La imagen era predeciblemente violenta. Un joven afroamericano dominaba el centro del encuadre. Sin camiseta, se erguía sobre un coche de policía destrozado que estaba envuelto en llamas. Sostenía lo que parecía un escudo antidisturbios sobre la cabeza y parecía furioso. Las figuras borrosas de otros manifestantes rodeaban el coche de policía y el humo pendía en el aire de una atmósfera en la que prevalecía el caos. Era una imagen fotoperiodística muy bien montada, y la odiaba.

Mi objetivo no es humillar al fotógrafo. El papel principal de un fotoperiodista es ser nuestro testigo, y ese era el caso de esta imagen. Así que no concretaré qué vi en la foto ni dónde la vi.

El problema de la foto es que contaba una sola historia, como diría Chimamanda Ngozi Adichie, sobre el hombre en el techo del coche policial y sobre las protestas que se estaban celebrando. Es cierto que se subió al coche. Pero la foto también invocaba una vieja mentira sobre los hombres negros. Invocaba siglos de estereotipos sobre los hombres negros como bestias inherentemente salvajes, una idea sobre la naturaleza de la negritud que se ha empleado para justificar la esclavitud, los linchamientos y el uso indebido de la fuerza por parte de la policía. El hombre tiene una vida más allá del momento en el que lo capturó la cámara. Pero nada sobre la imagen nos insta a reflexionar sobre de quién es hijo, de quién es padre, de quién es vecino, de quién es amigo. La fotografía también sugiere que el caos definió las protestas, no la demanda de que la policía deje de matar a personas negras indefensas.

Esta no fue la única foto de las protestas que mostraron los periódicos aquel día. Otras proporcionaban más contexto. Pero esta imagen estaba en primer plano. Sin embargo, mi irritación no cesó ahí. Lo que me empujó a levantarme y alejarme del ordenador fue la certidumbre de que ya había visto muchas veces esta misma fotografía contando la misma mentira.

Casi de forma instintiva, buscamos una imagen que parezca definir un acontecimiento o un momento histórico particular. Pensemos, por ejemplo, en la forma en que los libros de texto y los documentales usan una y otra vez la imagen Migrant Mother de Dorothea Lange para resumir la Gran Depresión. Los iconos tienen inconvenientes. El más fundamental de ellos es que un fenómeno histórico complejo no puede resumirse en una única imagen. No cabe duda de que las madres pobres estaban preocupadas y ojerosas durante la Gran Depresión, pero no querríamos que nuestra comprensión de esos años difíciles se limite a eso.

Es improbable que la foto del hombre negro y el coche de policía en llamas se conviertan en un icono de este momento. Los estadounidenses parecen ser cada vez más conscientes de que las protestas están arraigadas en la larga historia de maltrato policial a los afroamericanos.

Fotografía de Julio Cortez, Ap

Con todo, las imágenes de la violencia o de sus consecuencias dominan la cobertura de las protestas de las dos últimas semanas. Una fotografía de Julio Cortez para Associated Press es más compleja que la mayoría. Evoca la tensión entre la promesa estadounidense de libertad y democracia y la cruda realidad del racismo y la supremacía blanca estadounidenses. Cortez sacó la foto en Minneapolis durante la tercera noche de protestas. En ella, un hombre de edad y etnia indeterminadas camina por una calle sosteniendo en alto una bandera de Estados Unidos. Tras él arde una licorería y sus llamas dibujan la silueta del hombre e iluminan la bandera con un espeluznante brillo naranja. Los fotógrafos y los artistas como Faith Ringgold llevan años incorporando la bandera en su obra, convirtiéndola en un emblema de la contradicción entre la libertad estadounidense y el racismo estadounidense.

Fotografía de Robert Cohen, St. Louis Post-Dispatch, Ap

La foto de Cortez me recordó a una que sacó Robert Cohen durante las protestas de Ferguson, Misuri, de 2014. La imagen de Cohen sí se convirtió en un icono de la sublevación de Ferguson y es una de las imágenes que ayudó al personal de fotografía del St. Louis Post-Dispatch a ganar el premio Pulitzer 2015 de Fotografías de Noticias de Última Hora. El asesinato de Michael Brown, un hombre negro desarmado, a manos del agente de policía Darren Wilson suscitó las protestas de Ferguson. Al igual que Cortez, Cohen sacó su foto de noche. En ella aparece el manifestante Edward Crawford, cuya posterior muerte sigue siendo polémica, justo cuando arroja contra la policía una lata de gas lacrimógeno que habían tirado los agentes. Al igual que las fotos de Cortez, las llamas son el elemento más destacado del retrato. Y la imagen de una bandera estadounidense en la camiseta de Crawford confiere un poder simbólico similar.

Las fotografías de Cortez y Cohen son imágenes extraordinarias y merecen reconocimiento. Sin embargo, mirarlas me agota y hace que recuerde imágenes de las protestas de personas negras que vi de niño en los años sesenta, y que se han repetido de forma regular desde entonces. No es ninguna crítica señalar que estas fotos reproducen tropos visuales de las protestas afroamericanas que llevan celebrándose desde al menos los años sesenta. Estas imágenes recurrentes no han desaparecido porque las causas subyacentes siguen con nosotros. Es una carga de la que ningún afroamericano puede escapar.

Fotografía de Dai Sugano, MediaNews Group, The Mercury News, Getty

Las imágenes de mujeres negras rebeldes figuran entre los tropos más apasionantes de la protesta negra. Las fotografías de Gloria Richardson apartando la bayoneta de un miembro de la Guardia Nacional durante una protesta en Cambridge, Maryland, en 1963 podrían haber establecido la pauta. Al principio, la foto de Dai Sugano de una joven negra arrodillada frente a una hilera de policías armados hasta los dientes durante una protesta del 29 de mayo en San José, California, no parece hacerse eco de la ira despectiva que Richardson sentía contra la policía. Pero aquí arrodillarse no es una señal de sumisión. Arrodillarse es una forma de protesta no violenta vinculada al exjugador profesional de fútbol americano Colin Kaepernick, cuyas acciones le costaron su carrera.

Fotografía de Jonathan Bachman, Reuters

Sugano encuadró esta foto de forma que enfatiza la vulnerabilidad de la joven no identificada. Con todo, su coraje estoico es similar al que mostró Ieshia Evans durante una protesta en 2016 contra el tiroteo policial de Alton Sterling, en Baton Rouge, Luisiana. Jonathan Bachman, de Reuters, la fotografió cuando dos policías armados con equipo antidisturbios la sacaban de la calle, donde estaba en silencio, derecha y sola. La imagen congeló el movimiento de los policías de forma que parecen retroceder, no avanzar, como si la fortaleza de las convicciones de Evans los repeliera.

Me he topado con dos fotografías destacadas de las actuales protestas nacionales que se salen de los tropos de la fotografía de protestas negras. Al mismo tiempo, guían al observador hacia una mayor comprensión de los manifestantes y las causas subyacentes de las protestas. Tampoco la sacó un fotoperiodista profesional.

Fotografía de Nathan Aguirre

El primero es el retrato de Deveonte Joseph, obra de Nathan Aguirre. Los elementos del retrato son simples. Joseph, recién graduado del instituto, está en la acera en St. Paul, Minnesota. Es de noche y el espacio a su alrededor está iluminado, pero vacío. Va vestido con el atuendo incongruente compuesto por la toga y el birrete que habría llevado a su ceremonia de graduación. Aguirre hizo la foto en una protesta contra el asesinato de Floyd, pero pocos elementos de la imagen lo evidencian.

En la distancia, detrás de Joseph, podemos distinguir una ambulancia con la puerta trasera abierta. En los límites del encuadre hay unas personas vestidas con una especie de equipo de protección. La imagen sigue siendo un misterio en cierto modo, incluso con su pie de foto. Hace que nos preguntemos quién es este joven y por qué ha ido a una protesta con el birrete y la toga. El retrato nos pide que lo veamos como persona, no como estereotipo. Nos lleva a pensar sobre su educación, su familia y sus sueños de futuro. Y si seguimos en esta línea, nos damos cuenta de que los miles de manifestantes no identificados y casi si rostro de las imágenes que vemos deben tener familias, sueños e historias propias.

A la CNN le pareció que el retrato de Joseph era lo bastante intrigante para crear un artículo al respecto. Joseph contó al medio que se puso la toga aquella noche precisamente para rebatir los estereotipos raciales. Dijo que se sentía consternado porque «la gente mira a mi gente como si fuéramos perdedores, como si no tuviéramos nada. Creo que no nos respetan lo suficiente». Su meta era «poner positividad en el mundo».

Fotografía de Natalie Murphy

El retrato de Joseph que sacó Aguirre nos impulsa a ver a los manifestantes de formas que quizá no habríamos considerado. Igualmente, la foto del monumento a Robert E. Lee en Richmond, Virginia, que sacó Natalie Murphy tras una de las protestas de la semana pasada nos permite ver los vínculos entre el asesinato policial de George Floyd y algunos de los aspectos más profundos y dolorosos de la historia estadounidense. Murphy sacó su foto al atardecer. El cielo sobre el monumento, que ocupa la mayor parte del encuadre, está teñido de naranja. Encima está la efigie de Lee, intacta, a lomos de su caballo. Sin embargo, la mitad inferior de la enorme base de monumento está cubierta de grafitis. Gran parte de las palabras son crudas y nos recuerdan que la estructura no es tanto una conmemoración a Lee como un monumento a la supremacía blanca.

John Mitchell, editor del periódico afroamericano de la ciudad en 1890 cuando se erigió el monumento al general confederado, habría simpatizado con los sentimientos expresados por los grafitis, pero no con el lenguaje que emplean. Creía que el monumento simbolizaba «un legado de traición y sangre» y el mito de la «Causa Perdida» que sostenía que la rebelión del Sur fue justa.

Mitchell no se equivocaba. En 2016 y 2017, participé en una comisión municipal en Charlottesville, Virginia, que investigó la historia y el significado de nuestra propia estatua de Lee y envió recomendaciones sobre su destino al ayuntamiento. En nuestro informe concluimos que la estatua «representaba la interpretación de la Causa Perdida de la guerra de Secesión, que romantizaba el pasado confederado y suprimía los horrores de la esclavitud y el papel de la esclavitud como causa fundamental de la guerra civil, reafirmando el papel duradero de la supremacía blanca». La mayoría de los historiadores contemporáneos están de acuerdo. El 4 de junio, el gobernador Ralph Northam anunció que ordenaría la retirada y el almacenamiento de la estatua de Richmond.

La foto de Murphy sugiere que el asesinato policial de George Floyd y las protestas que impulsó son, en el más profundo de los sentidos, continuaciones de la guerra de Secesión. Los problemas de base son los mismos. ¿Reconocerá el país la humanidad y la ciudadanía completas de los afroamericanos? ¿Se convertirá la promesa de la democracia en una realidad para todos?

John Edwin Mason enseña historia africana e historia de la fotografía en la Universidad de Virginia. Está escribiendo un libro sobre Gordon Parks, el fotógrafo, director y escritor afroamericano.
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