El veto de China a la importación de basura desplaza la crisis de residuos al Sudeste Asiático

A medida que los residuos plásticos se acumulan, Malasia y otros países se defienden.

Por Laura Parker
Publicado 19 nov 2018, 18:06 CET
Malasia
Un hombre busca plástico que reciclar en un basurero de Malasia.
Fotografía de Mohd Samsul Mohd Said, Getty
Esta historia forma parte de ¿Planeta o plástico?, una iniciativa plurianual para crear conciencia sobre la crisis global de desechos plásticos, y se ha producido en colaboración con la National Geographic Society. Aprende cómo reducir el empleo de plásticos de un solo uso y comprométete. #PlanetaOPlástico

Cuando el presidente Donald Trump firmó la legislación que renovaba el programa federal de desechos marinos, acusó a Asia de ensuciar los océanos del mundo. Mencionó que Japón, China «y muchos países más» vertían residuos plásticos que flotan hasta la Costa Oeste.

«Y nosotros debemos encargarnos de retirarlos, una situación muy injusta», dijo.

Lo que Trump no reconoció es que los plásticos que contaminan los mares no pueden vincularse solo a Asia. Oriente y Occidente están íntimamente conectados por sus residuos plásticos, ya que las naciones ricas venden sus desechos plásticos reciclados a Asia por el simple hecho de que es más fácil trasladarlos por el mundo que procesarlos en casa.

Dicho servicio se vio con una nueva luz el pasado enero, cuando China, el mayor importador, dejó de comprar la mayor parte de residuos reciclados. Tras 25 años como rey mundial de la reutilización, China se ha negado a comprar desechos plásticos reciclados que no tuvieran una pureza del 99,5 por ciento, una medida que perturbó una industria mundial por valor de 200.000 millones de dólares con profundas consecuencias a ambos lados del mundo.

Fardos de desechos se acumularon en California, Reino Unido y Australia, entre otros países, mientras las naciones exportadoras buscaban nuevos exportadores. En todo el Sudeste Asiático, los recicladores que operan en Indonesia, Tailandia, Vietnam y Malasia compraron residuos, pero enseguida se vieron abrumados al recibir la gigantesca cantidad que China había absorbido.

Para cuando Trump tachó a Asia de «agresora» por «convertir nuestros océanos en sus vertederos», Malasia ya se ahogaba en desechos plásticos. La ministra del Medio Ambiente de Malasia entendió la ironía de las declaraciones del presidente.

«Odio que mi país sea considerado el vertedero del mundo desarrollado», afirmó Yeo Bee Yin, cuyo título completo es ministra de Energía, Tecnología, Ciencia, Cambio Climático y Medio Ambiente. Declaró que «ninguna nación en vías de desarrollo debería ser el basurero del mundo desarrollado».

Y en una entrevista con National Geographic añadió una reprimenda a Estados Unidos: «Deben hacerse cargo de la basura que tienen frente a sus narices. Sobre todo, la basura no reciclable».

Un montón creciente de basura

La acumulación de plástico en los océanos ha empeorado y dos tendencias revelan un panorama desolador para el futuro de los residuos. El Banco Mundial prevé que, en general, la pila creciente de basura del planeta aumentará un 70 por ciento en 30 años. Y el asombroso crecimiento de la producción de plásticos —la mitad de los 7.800 millones de toneladas producidas se han fabricado desde 2004, y el 40 por ciento de ellas son desechables— supera la del resto de materiales fabricados, así como la capacidad de los países en vías de desarrollo para hacerles frente. En otras palabras, la crisis de basura solo va a empeorar.

En aquella ceremonia de firma en la Casa Blanca, Trump sí aportó algo relevante sobre la basura de Asia. En 2015, cuando la primera medida global de residuos plásticos reveló que una media de 8,5 millones de toneladas fluye al océano cada año, China figuraba en primer lugar en la lista de 192 países costeros como principal contaminante de plásticos. Entre los siguientes 19 países del top 20, 11 estaban en Asia.

Entre los ríos que transportan la mayor cantidad de plásticos al mar, analizados para un estudio de 2017 publicado en Nature, 15 de los primeros 20 están en Asia. Seis están en China. Asia tiene graves problemas de contaminación por plástico, pero enviar residuos allí solo empeora la situación.

Los residuos plásticos importados añaden, de media, otro 12 por ciento a los residuos plásticos generados por China a nivel nacional cada año, según un estudio publicado en Science Advances el pasado junio. En 2016, eso se tradujo en 8,1 millones de toneladas más sobre los 67 millones de toneladas de basura doméstica generada en China.

Carroll Muffett, presidente y consejero delegado del Centro de Legislación Medioambiental Internacional, una organización sin ánimo de lucro con sedes en Washington y Ginebra, afirma que el hecho de que China haya cerrado sus puertas a la basura «pone de manifiesto el mito de que Estados Unidos es capaz de hacer frente a su propio problema con los plásticos».

«La forma en que hemos hecho frente a nuestro problema de residuos es exportarlos», afirma. «Invisibiliza nuestra crisis plástica al desplazarla. También demuestra que no es solo un problema asiático».

El surgimiento del desastre de reciclaje

Si la lata de aluminio es el envase reciclable más perfecto del mundo, el plástico es todo lo contrario. El aluminio puede reciclarse muchas veces para fabricar latas nuevas. El plástico puede reciclarse un número limitado de veces y es difícil de reciclar. Cada variedad de plástico requiere un proceso de reciclaje diferente y los plásticos están formados por miles de fórmulas diferentes.

Hasta los siete tipos más habituales de plástico usados en la fabricación para el consumo —que llevan grabado un número dentro de un triángulo— están repletos de una composición desigual de resinas, color, transparencia, peso, forma y tamaño que complican y, a veces, descartan el reciclaje. Por ejemplo, una botella de refresco del número 1 tiene propiedades de derretimiento diferentes que un envase de lechuga del número 1, convirtiendo el envase de lechuga en un contaminante para la botella de refresco. Las botellas de refresco de color no pueden mezclarse con botellas de refresco transparentes. Los envases de yogur no pueden mezclarse con garrafas de leche, aunque ambos sean blancos. El film transparente puede reciclarse, en teoría, pero suele estar contaminado con comida. Existen demasiadas limitaciones como para contarlas todas.

La mayor planta de reciclaje de Recology, en San Francisco, maneja de 500 a 600 toneladas diarias. Al ser una de las pocas plantas de Estados Unidos que aceptan bolsas de la compra, ha duplicado el tonelaje que recicla en los últimos 20 años. La cinta transportadora lleva plástico mezclado a un clasificador óptico.
Fotografía de Randy Olson, Nat Geo Image Collection

Clasificar todo el plástico es una faena enorme. «Ahí es donde la economía se viene abajo», afirma Douglas Woodbring, fundador de Ocean Recovery Alliance, con sede en Hong Kong.

Las naciones ricas no pueden ni pensar en clasificar a mano determinados plásticos, aunque a veces sea la única forma de mantener la pureza cuando se reprocesa el plástico. Durante años, ha sido más económico para los recicladores estadounidenses acumular los desechos plásticos y enviarlos a Asia, donde la mano de obra es barata y las normativas medioambientales presentan un obstáculo menor que sortear.

«Nunca pensé que el reciclaje de plástico funcionase», afirma Roland Geyer, profesor de ingeniería de la Universidad de California, Santa Bárbara, y autor del estudio Production, use and fate of all plastics ever made («Producción, uso y destino de todos los plásticos fabricados»). «Existe un modelo de negocio viable en torno al metal, pero los plásticos nunca lo han tenido. Tiene un valor demasiado bajo, con demasiados polímeros diferentes mezclados. Y solo puede funcionar con una mano de obra barata».

Durante un tiempo, China, el centro del comercio mundial de reciclaje, hizo que funcionara. Al convertirse en el fabricante principal de ropa y otros bienes sintéticos baratos, su apetito por el plástico como materia prima aumentó. Tras enviar bienes a la Costa Oeste, China tenía barcos vacíos que llenar en el viaje de vuelta y ofreció precios irrisorios de transporte a empresas de reciclaje de la Costa Oeste para que les vendieran sus desechos plásticos. Los Estados Unidos pronto se convirtieron en uno de los mayores clientes de China.

Para 2016, se comerciaba a nivel internacional la mitad de los desechos plásticos del mundo destinados al reciclaje. China ha importado el 45 por ciento de los residuos mundiales totales desde 1992. (Si se añade Hong Kong, que volvió a la soberanía de China en 1997 tras 156 años como colonia británica, el porcentaje de China pasa a ser el 70 por ciento.)

Hoy, Recology, una empresa cooperativa de reciclaje, paga entre 300 y 500 dólares por enviar un contenedor de plástico reciclado por el Pacífico, una mera fracción de los 3.500 a 4.000 dólares que cuesta el transporte de ese mismo contenedor por Estados Unidos hasta plantas de reciclaje ubicadas principalmente en el sur, según Robert Reed, portavoz de la empresa.

«Existe un alto nivel de incertidumbre en los mercados de reciclaje actuales», afirma Reed. «Nadie tiene una bola de cristal para ver o predecir qué ocurrirá mañana, la semana que viene, el mes que viene o el año que viene».

Steve Wong, director de una empresa de reciclaje en Hong Kong y un pez gordo excepcional en el mercado de reciclaje chino, estima que las compras de residuos de China de este año equivalen a solo el uno por ciento de los ocho millones de toneladas que antes compraba cada año.

Mientras tanto, Estados Unidos es uno de los países que busca otros compradores asiáticos, ya que Asia sigue siendo el destino principal de sus exportaciones de basura. Entre enero y junio de este año, el 81 por ciento de las exportaciones de basura estadounidenses se enviaron a Asia, según un análisis de Greenpeace Unearthed, un proyecto de periodismo de investigación en Reino Unido financiado por Greenpeace. Para poner un ejemplo, los recicladores estadounidenses vendieron 101 millones de toneladas de residuos plásticos a Tailandia en los seis primeros meses de este año, un aumento del 1.985 por ciento desde las 4.409 toneladas vendidas durante ese mismo periodo en 2017. También se ha observado un aumento pronunciado de las ventas de basura a Malasia, Vietnam, Turquía y Corea del Sur en junio de este año.

Malasia, el epicentro

Ante el veto de China a la importación de desechos, cientos de pequeños recicladores de plástico chinos se han trasladado a países del Sudeste Asiático. Han fundado nuevas fábricas, normalmente de forma ilegal, y han empezado a comprar residuos plásticos importados para reprocesarlos. En la primera mitad del año, las importaciones de basura plástico aumentaron un 56 por ciento en Indonesia, se han duplicado en Vietnam y han aumentado un 1.370 en Tailandia, según un análisis de datos comerciales del Financial Times.

En Malasia, Yeo ha observado consternada cómo los residuos plásticos tomaban un enorme desvío por todo el Sudeste Asiático y, casi de la noche a la mañana, convertían Malasia en uno de los mayores importadores del mundo de residuos plásticos. Entre enero y junio, Malasia recibió cientos de miles de toneladas de desechos plásticos: 215.000 de Estados Unidos, 115.000 de Japón, 95.000 de Reino Unido y 37.000 de Australia, según cifras aportadas por la oficina de Yeo a National Geographic.

Con la reubicación de recicladores chinos, su objetivo, descrito en Plastics Today, una newsletter industrial, era convertir los desechos plásticos en pellets, que vender a China, apostando por que los pellets quedaran lo bastante limpios en el proceso como para superar la inspección en las aduanas chinas. Sin embargo, en los puestos fronterizos de China, no todo ha ido como la seda. Los inspectores no solo han estado atentos a la contaminación, sino también al plástico de baja calidad pasado de contrabando oculto en contenedores de pellets. En junio, China había iniciado 134 investigaciones criminales que implicaban 254.000 toneladas de basura de contrabando.

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    Por su parte, mientras las plantas empezaban a derretir los desechos, sus nuevos anfitriones han intentado cerrarlas. Malasia, Vietnam, Tailandia, India e Indonesia han impuesto una serie de restricciones a la importación de plástico no reciclable, como vetos, inspecciones, congelación de nuevas licencias, nuevos impuestos y tasas, y redadas de operaciones ilegales.

    En Malasia, Yeo y otros dos ministros también clausuraron 30 fábricas que habían importado desechos plásticos de forma ilegal. Yeo afirma que el gobierno está tomando medidas para prohibir de forma permanente los plásticos no reciclables y permitir solo la importación de plástico reciclado de buena calidad.

    «En el momento álgido de mi enfado, quise devolverlo todo a su país de origen», afirma. «Me di cuenta de que no hay supervisión. Existe un vacío entre lo que saben los ciudadanos sobre sus residuos y lo que ocurre en realidad con ellos. Los Estados Unidos son el exportador principal de residuos plásticos a Malasia. Creo que los americanos deben saber qué ocurre y asumir la responsabilidad compartida como ciudadanos del mundo».

    ¿Un futuro verde?

    Yeo solo lleva en ese puesto unos cuantos meses. La nombraron tras las elecciones nacionales de mayo, que cambiaron el partido gobernante por primera vez en 61 años. Ver lo que ella describe como «proliferación de fábricas ilegales» en su país la inspiró a exigir reformas más generales y a convertir a Malasia en un país más verde, con uso cero de plásticos de un solo uso, para 2030.

    El gobierno está eliminando gradualmente las bolsas de plástico, imponiendo una tasa por comprarlas. En un país de 32 millones de habitantes, donde la Asociación de Fabricantes de Plásticos Malayos estima que los ciudadanos usan una media de 300 bolsas de plástico al año, es un buen comienzo. Tesco Malasia, una división de la cadena de supermercados británica, anunció que daría descuentos a los consumidores que reutilizasen las bolsas de la compra. Yeo también anunció un veto en las pajitas de plástico dispensadas en los restaurantes del territorio federal de Malasia que se aprobará en 2020.

    «Nuestro objetivo no consiste solo en reducir nuestro uso de plástico, sino también en transformar la industria de los plásticos en Malasia», afirma Yeo. «¿Hay algo que podamos hacer para aportar una solución al mundo?».

    Parece inusual que el gobierno se centre de forma tan ambiciosa en los desechos plásticos al mismo tiempo que se enfrenta a otros retos importantes, como limpiar un escándalo financiero de fama mundial que apartó al anterior gobierno del poder, pero Yeo afirma que el veto de China ha obligado a Malasia a tomar medidas.

    «Fue un buen toque de atención», afirma. «Lo que China dijo al mundo con su veto es que debemos reconsiderar el uso de plástico y esta generación debe resolver el problema. Para 2050, nuestro mundo tendrá 10.000 habitantes más. ¿Puedes imaginarte cuánto plástico habremos acumulado para entonces?».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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