¿Ha provocado el cambio climático la temporada de huracanes histórica de 2020? Es complicado

La formación de la tormenta «Theta» ha convertido la temporada de huracanes de este año en la más activa desde que se tienen registros.

Por Sarah Gibbens
Publicado 11 nov 2020, 12:51 CET

Una pareja camina por la playa mientras la tormenta tropical Eta azota Miami Beach, Florida, el domingo, 8 de noviembre de 2020. La tormenta tropical Eta es la 28ª tormenta con nombre de este año, empatando con 2005 como la temporada de huracanes más activa desde que se tienen registros.

Fotografía de Wilfredo Lee, Ap

En términos meteorológicos, 2020 ha sido un año histórico: la tormenta subtropical Theta se ha formado en el océano Atlántico, con lo que la cifra total de tormentas con nombre de esta temporada ha ascendido a 29, empatando con 2005, aunque todavía quedan varias semanas para que termine. En septiembre, el Centro Nacional de Huracanes ya había agotado su lista alfabética de nombres y pasado a las letras griegas.

En las mentes de los estadounidenses, las temporadas de tormentas como esta están cada vez más vinculadas al cambio climático. Una encuesta de la CBS publicada el año pasado reveló que el 45 por ciento de los participantes creían que el cambio climático contribuía «mucho» a los huracanes intensos.

En cambio, cuando se les plantea esta pregunta a los climatólogos, muchos sugieren que la explicación de la actividad de esta temporada no es tan sencilla. No recomiendan afirmar que una sola tormenta o incluso una sola temporada sea una señal del cambio climático.

«Con todo lo que sabemos sobre cómo calienta los océanos el cambio climático y dado que esta temporada fue hiperactiva porque ha hecho mucho calor, es muy probable que contribuyera a esta temporada activa», afirma James Kossin, climatólogo de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés). «Pero ¿hasta qué punto? Aquí es donde la cosa se pone difícil».

Imagen aérea tras el desbordamiento del río Bambito en Panamá debido a las intensas precipitaciones provocadas por el huracán Eta.

Fotografía de Luis Acosta, AFP, Getty Images

¿Qué sabemos sobre los huracanes y el calentamiento?

La temporada de huracanes de 2020 ha cumplido los pronósticos de que sería más activa de lo normal. Las tormentas empezaron a formarse pronto y su cifra aumentó a un ritmo sin precedentes. Florida, Nicaragua y Honduras aún están luchando contra las inundaciones tras la 28ª tormenta del año, el huracán Eta, cuya lluvia ha anegado las regiones. La temporada podría incluso extenderse hasta el invierno: en 2005, la tormenta tropical Zeta, la 28ª del año, se formó a finales de diciembre.

Un motivo por el que ha habido tantas tormentas este año es la formación del patrón meteorológico de La Niña en el Pacífico, que provoca menos vientos que pueden impedir que las tormentas se transformen en huracanes en el Atlántico.

Pero algunas tormentas también mostraron características que los científicos asocian al cambio climático: intensificación rápida, movimiento lento y la descarga de grandes cantidades de lluvia. Estos factores se relacionan con el calor.

«Ante todo, para la temporada, el océano Atlántico ha estado anormalmente cálido y no cabe duda de que esto ha impulsado la temporada de huracanes hiperactiva», afirma Kossin.

No cabe duda de que el cambio climático contribuye al calor anómalo: las temperaturas medias en la superficie del mar han aumentado de forma constante desde finales del siglo XIX. Pero la NOAA atribuye parte del calor insólito de este año al ciclo de cambio climático llamado Oscilación Multidecadal del Atlántico (AMO, por sus siglas en inglés), que calienta o enfría el Atlántico Norte cada pocas décadas. Los científicos no están seguros de qué ejerce mayor influencia, el cambio climático o la AMO.

Sea como fuere, el agua caliente es el combustible de los huracanes y puede provocar un proceso llamado intensificación rápida, en el que las velocidades máximas del viento de una tormenta aumentan en al menos 56 kilómetros por hora en menos de 24 horas. Ocho de las tormentas de 2020 sufrieron esta intensificación rápida sobre las aguas cálidas del mar Caribe y el golfo de México.

«Estas tormentas reciben más energía. Obtienen la energía del océano, en gran medida, y aceleran su velocidad de rotación», afirma Kossin. «Sería como si alguien modificara el motor del coche para ir más rápido. Lo acelera más rápidamente».

La intensificación rápida significa que una tormenta tropical puede convertirse en un huracán o en un huracán mayor más rápido. Pero eso no significa necesariamente que viaje más rápido sobre el mar y la tierra; hay otra fuerza que rige eso. Los vientos de la atmósfera son los que conducen e impulsan el avance de un huracán. Por eso el huracán Laura paso por la costa del Golfo a 24 kilómetros por hora, mientras que el huracán Sally, que siguió una trayectoria similar, avanzó a apenas cinco kilómetros por hora.

En su propia investigación, Kossin ha descubierto que los huracanes podrían mostrar una tendencia a moverse más lentamente, aproximadamente un 17 por ciento en los últimos 120 años. Esto también podría estar relacionado con el cambio climático.

«Los vientos son impulsados por una diferencia de temperatura entre el ecuador y los polos», explica. Kossin y otros científicos tienen la hipótesis de que, como el Ártico se calienta más rápido que los trópicos, esa diferencia de temperatura se reduce y ralentiza las velocidades de los vientos conductores.

Los huracanes que se desplazan más despacio suelen descargar más agua, como ocurrió con el huracán Harvey en Houston en 2017, el huracán Dorian en las Bahamas en 2019 y el huracán Sally en Alabama este año. El efecto torrencial del movimiento lento se ve agravado por el hecho de que una atmósfera más caliente alberga más agua.

«En lo que respecta al cambio climático, creo que una de las repercusiones más directas es el aumento de las precipitaciones. Una atmósfera más cálida contiene más humedad», afirma Phil Klotzbach, climatólogo de la Universidad del Estado de Colorado. La mayor humedad incrementa las probabilidades de que cualquier tormenta descargue más lluvia.

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    Galveston, Texas, sufrió el desastre natural más mortal en la historia de Estados Unidos: entre 6000 y 12 000 personas fallecieron en el huracán del 8 de septiembre de 1900.

    Fotografía de Keystone View Company, Library of Congress

    5 de noviembre de 2020, Honduras, La Lima: Imagen de la aldea inundada después de que el sistema de bajas presiones «Eta» descargara lluvias intensas en toda la región. Los corrimientos de tierra y las inundaciones mataron a 13 personas en Honduras, cinco respectivamente en Guatemala y Panamá y dos respectivamente en Costa Rica y Nicaragua. Sin embargo, las cifras de víctimas aún podrían aumentar.

    Fotografía de Picture Alliance, Getty Images

    Cayo Perdido, Florida, 17 de septiembre: Una agente inmobiliaria comprueba un apartamento que gestiona después de que el techo saliera volando tras el paso del huracán Sally por la zona el 17 de septiembre de 2020 en Cayo Perdido, Florida. Dijo que los inquilinos se habían ido antes de la llegada de la tormenta. La tormenta tocó tierra con precipitaciones y vientos intensos.

    Fotografía de Joe Raedle, Getty Images

    ¿No solo el cambio climático?

    Los datos de la NOAA sobre las tormentas tropicales en el Atlántico muestran un incremento a largo plazo de la cantidad de tormentas desde la década de 1880. En cambio, los investigadores lo atribuyen a la mejora de la tecnología. Ahora los satélites detectan tormentas efímeras que antes no se documentaban, sobre todo en partes remotas del océano.

    Sin embargo, esto podría no explicar el incremento de las tormentas tropicales observado desde la década de 1980. Kerry Emanuel, climatólogo del Instituto de Tecnología de Massachusetts, dice que la tendencia más reciente es real, no un artefacto observacional. Pero podría estar relacionado con un tipo de contaminación atmosférica diferente a las emisiones de carbono que provocan el calentamiento global, o más bien con la forma en que limpiamos esa contaminación.

    Se sabe que la contaminación de aerosoles de los coches, las centrales eléctricas y las fábricas enfría el entorno circundante a escala local. Este tipo de aerosoles de sulfatos reflejan la luz solar de forma muy eficaz. Durante los años setenta, los días de verano en la Costa Este de Estados Unidos solían ser brumosos, una consecuencia del reflejo de la luz solar.

    Emanuel señala que este mismo fenómeno suprime la formación de tormentas. Por el contrario, un estudio publicado en 2013 vinculaba la aprobación de la Ley de Aire Limpio de 1970 al descenso subsiguiente de los aerosoles, el aumento del calor y el incremento de las tormentas tropicales que comenzó a finales de los años ochenta.

    Emanuel apunta que un reto a la hora de verificar esta teoría es que los datos de las tormentas eran más limitados antes de los años setenta, cuando los satélites meteorológicos empezaron a ser más comunes. Kossin dice que las repercusiones exactas de la contaminación por aerosoles son «una de las incógnitas más importantes que existen» sobre los huracanes.

    No hay evidencias de que el cambio climático causado por las emisiones de carbono provoque el aumento de la cantidad de tormentas. «No preveíamos que el número de tormentas aumentara [con el cambio climático]», afirma Klotzbach. «Es más la intensidad de las tormentas». Por otra parte, señala que el patrón meteorológico intenso de La Niña este año significa que el Atlántico será activo hasta finales de la temporada.

    «No creo que Eta sea el último (huracán) de este año», afirma.

    Una cuestión de probabilidades

    Kossin y Emanuel nos recomiendan considerar las repercusiones del cambio climático en los huracanes en términos de probabilidades.

    Como ejemplo, Emanuel dice: «Sobre el huracán Harvey de 2017 podemos decir que la probabilidad de aquella cantidad de lluvia era dos o tres veces mayor en 2017 que en 1970».

    Dos estudios publicados a finales de 2017 desvelaron que el cambio climático había triplicado las probabilidades de una tormenta lenta y lluviosa como el huracán Harvey.

    Lo que se aplica a una sola tormenta se aplica a una temporada de tormentas, señala Kossin. No se puede afirmar que el cambio climático haya provocado el conjunto de tormentas lluviosas, lentas y de rápida intensificación de 2020, solo que ha incrementado las probabilidades de un año como este: «Este año hemos visto el tipo de temporada que podemos esperar vivir más a menudo con el cambio climático».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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