¿Cómo le diremos a los tataranietos que no desentierren nuestros residuos nucleares?

Se han propuesto como soluciones temibles monumentos, gatos que cambian de color y "sacerdocios" atómicos, pero advertir a la humanidad del futuro de este peligro existencial es mucho más difícil de lo que parece.

Por Mark Piesing
Publicado 4 sept 2023, 10:58 CEST
Cartel informando de la radiación en Buryakovka, Ucrania

Un cartel maltrecho advierte de la radiación dentro de la zona de exclusión de Chernóbil en Buryakovka, Ucrania, 2011. Las investigaciones sugieren que tan solo el 6% de la población mundial reconoce la señal de advertencia de radiación "universal" de un trébol sobre fondo amarillo.

Fotografía de Gerd Ludwig, Nat Geo Image Collection

A lo largo de unas cinco décadas, los seres humanos nos hemos dedicado a enterrar residuos nucleares en las profundidades del subsuelo, un legado radiactivo que puede seguir siendo letal durante miles de años. En todo el mundo hay más de 20 depósitos nucleares nuevos en estudio y desarrollo en todo el mundo, ¿cómo podrán nuestros descendientes dentro de unas 500 generaciones identificar dónde y cuáles son estos lugares, y por qué deberían evitarlos? El problema se ha abordado con propuestas que van desde monumentos ominosos y "sacerdocios atómicos" hasta gatos luminosos, pero resulta que advertir a los futuros humanos del peligro es mucho más difícil de lo que parece. Todo un reto para los expertos en semiótica.

Una lápida en Aneyoshi, Japón, advierte a los residentes que no construyan casas por debajo de la marca debido a la amenaza de tsunamis. La gente ha erigido estas "piedras de tsunami" durante siglos, pero muchas generaciones posteriores ignoraron u olvidaron las advertencias por su cuenta y riesgo.

Fotografía de Ko Sasaki, The New York Times, Redux

Durante siglos, en el noreste de Japón, por ejemplo, la gente ha erigido enormes lápidas de piedra a lo largo de la costa para advertir a las generaciones futuras de la amenaza de tsunamis. A pesar de declarar que no debía construirse nada por debajo de cierto punto, muchos residentes posteriores ignoraron u olvidaron las advertencias y construyeron casas en zonas vulnerables, pagando un precio terrible por ello. Más recientemente, en la década de 1950, el Gobierno estadounidense estandarizó una señal de advertencia universal para la radiación (un trébol de aspas negras sobre fondo amarillo), pero las investigaciones sugieren que tan sólo el 6% de la población mundial podría reconocerla.

(Relacionado: El incendio que amenazó los depósitos de residuos nucleares de Chernóbil)

Las semiótica nuclear y el "abismo del tiempo profundo"

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      Izquierda: Arriba:

      Trabajadores convierten la antigua mina de hierro del pozo Konrad, en Salzgitter (Alemania), en un depósito de residuos nucleares. Enterrar los residuos nucleares en depósitos geológicos puede ser la forma más segura de almacenar estos materiales peligrosos, pero advertir a las generaciones de estos peligros enterrados sigue siendo un reto.

      Fotografía de Silas Stein, picture alliance, Getty Images
      Derecha: Abajo:

      Contenedores de transporte de residuos radiactivos en el aparcamiento exterior de la Planta Piloto de Aislamiento de Residuos (WIPP) en Nuevo México, 2014. Situada a 41 kilómetros al sureste de Carlsbad, la WIPP es el único depósito geológico profundo de residuos radiactivos de Estados Unidos.

      Fotografía de Mark Holm, The New York Times, Redux

      A principios de la década de 1980, cuando los gobiernos del mundo y la industria nuclear empezaron a preocuparse cada vez más por qué hacer con el almacenamiento a largo plazo de los residuos radiactivos, surgió un nuevo campo de estudio: la semiótica nuclear, un estudio muy amplio, esotérico y a veces surrealista sobre cómo advertiremos a los futuros seres humanos, civilizaciones (o incluso especies posthumanas) sobre nuestro mortífero legado.

      La creación de la semiótica nuclear se atribuye a un grupo de ingenieros, científicos, politólogos, psicólogos, antropólogos, arqueólogos, etc., que trabajaron en el Human Interference Task Force (HITF) [Grupo de Trabajo de Injerencia Humana].  Formado por el Departamento de Energía de Estados Unidos y Bechtel Corp. en 1981, el grupo de trabajo se inspiró en las estructuras monumentales, los textos sagrados e incluso las maldiciones que sobreviven de las civilizaciones antiguas para idear el "mayor intento consciente de nuestra sociedad por comunicarse a través del abismo del tiempo profundo".

      El HITF decidió que la forma más eficaz de asustar a las generaciones futuras era mediante la creación de enormes monumentos alrededor de los almacenes de residuos nucleares, diseñados para evocar una sensación de peligro y pavor. Una de las "señales de alto" propuestas consiste en un extenso paisaje de enormes espinas rocosas que emergen de la tierra en todas direcciones, mientras que otra sugiere una especie de "Stonehenge" atómico sobre el almacén de residuos, compuesto por enormes columnas de granito que marcan sus límites, murallas de tierra alrededor de la huella real de la instalación y una estructura en su centro que contiene información sobre el emplazamiento. Se enterrarían copias adicionales de la información alrededor del propio emplazamiento y en archivos almacenados por todo el mundo en papel especial de larga duración, etiquetados con el mensaje administrativo, quizá optimista: "Conservar durante 10 000 años".

      Incluso con mensajes de advertencia igualmente escalofriantes que podrían grabarse en tales creaciones (un ejemplo: "Este lugar no es un lugar de honor. Aquí no se conmemora a ningún muerto muy estimado... aquí no hay nada valioso. Lo que hay aquí nos resultaba peligroso y repulsivo"), lo más probable es que monumentos de tal envergadura atraigan la atención de curiosos, delincuentes e incluso futuros arqueólogos, y acaben fomentando precisamente lo que se supone que deben evitar: la excavación del yacimiento. Las pirámides egipcias son un buen ejemplo. Siguen aquí, pero los sacerdotes hace tiempo que se fueron, e ignoramos las terribles maldiciones, saqueando sus cámaras funerarias y profanando a sus muertos.

      Irónicamente, una de las propuestas más criticadas por el HITF fue la de un "sacerdocio atómico" manipulador que se perpetúa a sí mismo, con una élite designada que emplearía el mito, la leyenda y el ritual secreto para crear una sensación de tabú en torno a estos lugares para las generaciones venideras.

      El HITF puso fin a sus trabajos en 1984, concluyendo que cualquier intento exitoso de comunicar una advertencia a través del tiempo tendría que basarse en la arquitectura monumental y los marcadores. Las estructuras deben ser lo bastante duraderas como para no necesitar mantenimiento durante 10 000 años, y lo bastante inquietantes como para inspirar a la gente a transmitir su conocimiento (ya sea a través de leyendas orales o archivos físicos) a través de incontables generaciones.

      (Relacionado: Una nueva tumba para las ruinas radiactivas de Chernóbil)

      Contadores Geiger peludos

      Pocos años después de que se creara la HITF, la escritora Françoise Bastide y el semiólogo Paolo Fabbri propusieron un enfoque muy diferente para alejar a las generaciones futuras de nuestros residuos nucleares enterrados: el Gato Rayo. Creían que en el futuro se podrían criar gatos que cambiaran de color en presencia de radiación. Los gatos se liberarían en la naturaleza, y mientras generaciones de los llamados Ray Cats merodearan por la tierra, el relato de los felinos que cambian de color y el peligro que representan se transmitiría a las futuras generaciones humanas en cuentos populares e historias orales.

      Se pensaba que los Gatos Rayo funcionaban mejor que, por ejemplo, los Perros Rayo o las Ratas Rayo, debido a las asociaciones sobrenaturales que los humanos han atribuido a los gatos en muchas culturas: los antiguos egipcios adoraban al dios gato Bastet, los vikingos creían que dos gatos propulsaban el carro de la diosa Freya y, en China, los campesinos veneraban a la deidad gatuna Li Shou, que protegía las cosechas de las ratas y ahuyentaba a los malos espíritus. El gato también es sinónimo de independencia y libertad para ir donde quiera, lo cual es útil para un contador Geiger peludo y móvil.

      "Mirándolo a través de una lente científica, un Ray Cat no me parece demasiado loco", dice Kevin Chen, fundador de Ray Cat Solution en 2015, una comunidad de personas fascinadas por las ideas de Bastide y Fabbri que exploran la posibilidad de diseñar genéticamente felinos para que brillen a través de la interacción enzimática. "Quiero decir que es una locura, pero tan locura como la idea de traer de vuelta al mamut lanudo. El concepto está ahí, la tecnología no existe necesariamente hoy para hacerlo, pero por el camino descubriremos cómo hacerlo y puede que obtengamos otros beneficios de ello". 

      No cabe duda de que el Gato Rayo ha inspirado a narradores, visionarios y artistas a unirse al movimiento embrionario de Chen con camisetas, canciones, vídeos musicales e incluso un premiado documental, La solución del Ray Cat. Estos productos culturales ayudan a insertar estas señales de advertencia cuadrúpedas en el imaginario popular y a construir la leyenda, tal y como pretendían sus creadores, y quizás ayuden a desencadenar la investigación necesaria para iniciar el largo proceso de convertir los Gatos Rayo de concepto en realidad.

      Cuatro décadas  después del final del HITF, la Agencia de la Energía Nuclear, con sede en París, un organismo intergubernamental que fomenta la cooperación entre 33 países nucleares avanzados, seguía ideando formas de advertir a los humanos del futuro sobre la irrupción en mausoleos radiactivos tóxicos. Su iniciativa Preservation of Records, Knowledge and Memory Across Generations (RK&M) [Conservación Intergeneracional de Registros, Conocimientos y Memoria] publicó su informe final en inglés en 2019, justo cuando los gobiernos reconsideraban la energía nuclear como un paso para reducir el calentamiento global.

      A diferencia de los "sacerdocios" y "Stonehenges" atómicos de hace décadas, el informe RK&M se centra en formas de ayudar a los humanos futuros a tomar decisiones informadas mediante el uso de bibliotecas, cápsulas del tiempo y marcadores físicos. En lugar de un campo de enormes espinas de roca, por ejemplo, podrían enterrarse miles de marcadores alrededor de un vertedero nuclear, posiblemente con información grabada en materiales duraderos como la vitela (pergamino hecho de piel de animal), en lugar de en documentos de papel plastificado o unidades USB.

      "Creo que se ha producido un cambio de perspectiva en los últimos 40 años", afirma Neil Hyatt, asesor científico jefe de los Servicios de Residuos Nucleares del Gobierno británico. "Ahora la comunidad internacional ha pasado... a pensar en una multiplicidad de mensajes utilizando diferentes herramientas para transmitir información sobre lo que se hizo en estos emplazamientos, para permitir que la gente decida por sí misma cómo podría interactuar con ellos en el futuro".

      Hyatt cree que este planteamiento se refleja en los planes británicos de encontrar una comunidad dispuesta a albergar su depósito nuclear nacional en suelo británico, cultivando la relación con la comunidad no sólo durante la construcción del emplazamiento, sino a lo largo de los 750 años previstos de funcionamiento, cierre y seguimiento posterior al cierre bajo control institucional.

      En su obra, la artista e investigadora Cécile Massart encarna este nuevo enfoque. Imagina laboratorios creativos construidos sobre futuros depósitos de residuos nucleares, donde escritores-exploradores, artistas-guardianes y científicos-arqueólogos podrían trabajar juntos para supervisar los emplazamientos durante muchas generaciones. "Los propios depósitos geológicos se convertirían en plataformas para la investigación artística y el diseño paisajístico", afirma Massart.

      En última instancia, los milenios de tiempo profundo empequeñecen cualquier cronología humana. "Como técnico, es muy interesante y estimulante hablar de esto, porque nos lleva directamente al núcleo de lo que significa ser humano", dice Hyatt. "La buena noticia es que tenemos mucho tiempo por delante para encontrar las soluciones esenciales".

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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