Esta aldea europea permanece congelada en el tiempo

La aldea montañosa de Lukomir, en Bosnia y Herzegovina, alberga a 17 familias y tradiciones medievales.

Por Alex Crevar
fotografías de Ziyah Gafic
Publicado 23 nov 2018, 15:19 CET
Lukomir
Al atardecer, las ovejas regresan de los pastos a la aldea de Lukomir en la montaña Bjelašnica, en Bosnia y Herzegovina.
Fotografía de Ziyah Gafic, Vii, National Geographic

El sendero a Lukomir sale del serpenteante río Rakitnica y sube por un valle por caminos en barrancos. A unas tres horas de caminata, el sendero llega a una aldea que se dispone sobre un claro remoto. Allí, un grupo de antiguas casas de piedra ocupadas con tejados de tablones de madera descansa al borde del cañón por el que circula el río, ahora un lazo plateado bajo el sol de la tarde y a unos 800 metros.

Unos cuantos pastores con boinas, pantalones de lana y chalecos de tweed están sentados fuera con sus mujeres, que llevan vestidos coloridos y pañuelos tradicionales. Beben café cargado preparado en cocinas de hierro y servido con teteras de cobre. En un jardín, alguien corta y almacena madera. En otro, una familia cuida de su huerto. Las tumbas —denominadas stećci— del siglo XIV y del tamaño de gigantescos baúles de viaje, están repartidas por la periferia del asentamiento. Al otro lado de la garganta, al borde del abismo, rebaños de ovejas distantes pastan en las islas verdes suspendidas, llanuras que sobresalen entre las nubes.

Ovejas en un corral junto a Lukomir, en la montaña de Bjelašnica.
Fotografía de Ziyah Gafic, Vii, National Geographic
Un hombre vaga por el cementerio de Lukomir, donde las tumbas (llamadas stećci) datan del siglo XIV.
Fotografía de Ziyah Gafic, Vii, National Geographic

Sería fácil enmarcar a esta comunidad —la aldea más alta de Bosnia y Herzegovina, a una elevación de unos 1.500 metros— como un lugar perdido en el tiempo y desfasado. A casi 56 montañosos kilómetros de la capital del país, Sarajevo, en las laderas suroccidentales de la montaña de Bjelašnica que albergó eventos de esquí durante las Olimpiadas de Invierno de 1984, reina una sensación de aislamiento sostenido. Durante más de 500 años, desde antes de la ocupación del Imperio otomano, los habitantes de esta región han llevado al ganado entre el asentamiento (técnicamente llamado Gornji Lukomir, o Lukomir Alto) y el desierto Donji (bajo) Lukomir. La electricidad no llegó hasta los años 60. No hay mercados, colegios, médicos ni tiendas, y de finales de otoño a principios de primavera, la aldea es inaccesible en coche y está deshabitada. Las más de las veces, cuando los visitantes entran en este agrupamiento de casas, les recibe un pastor sentado en una roca, empuñando un palo y bromeando con su típico humor fino bosnio.

Para los senderistas y los curiosos de paso, la primera impresión suele ser de perfección teatral: el aislamiento entre amplias vistas panorámicas, los lugareños acogedores y estructuras de siglos de antigüedad. Esta escena, en la región europea de los Balcanes Occidentales, parece estar diseñada para las tendencias turísticas actuales que unen aventura y la autenticidad. Sin embargo, está claro que los residentes de Lukomir persisten con su propia e inexorable visión de la realidad: sin afectación. Cada verano, unas 17 familias procedentes de otras localidades y ciudades, vuelven a la aldea. Acuden para disfrutar de las tradiciones medievales, cuidar de los rebaños y reunirse para las celebraciones sagradas musulmanes, como Eid al-Adha.

«Una generación de residentes se ha mudado por la falta de servicios», afirma Thierry Joubert, director de Green Visions, un turoperador de aventura. En el año 2000, la empresa con sede en Sarajevo se convirtió en la primera en traer turistas a la aldea. «Pero para la gente de aquí, este lugar siempre ha sido sagrado. Los ancianos todavía están muy implicados en el mantenimiento de las tradiciones y han transmitido su pasión a sus hijos y nietos. Con esa pasión, la gente de la aldea ha empezado a implicarse en el turismo; no a explotarlo, sino a educar. A mostrar con sinceridad su forma de vida respetuosa y de trabajo duro diario. Ha sido precioso presenciarlo y disfrutarlo. Lukomir se ha convertido en un modelo a seguir de turismo comunitario y enriquecedor».

Los aldeanos y los huéspedes se reúnen frente a la mezquita de la aldea como parte de una celebración anual para finalizar la preparación del heno.
Fotografía de Ziyah Gafic, Vii, National Geographic

Una de esas nietas, Samra Čomor, cuyas raíces en la comunidad vienen tanto por parte de padre como de madre, cree que sus mayores son modelos de conducta ideales y aportan una imagen única de esta forma de vida de la antigua Europa que se encuentra en vías de desaparición tanto a los viajeros como a ella misma. De niña, Samra, que creció en Sarajevo, protestaba por tener que pasar los veranos en Lukomir. Ahora se ha dado cuenta de que sus abuelos Vejsil y Rahima Čomor, de 84 y 77 años respectivamente y dos de los personajes más reconocibles de la aldea, le transmitieron un valioso aprecio por la naturaleza y el esfuerzo, cualidades que utiliza como guía turística.

Una mujer sirve café cargado para los visitantes.
Fotografía de Ziyah Gafic, Vii, National Geographic

«El turismo es positivo para la aldea», afirma Samra, que guía a senderistas a Lukomir durante el verano. Pero enseguida añade que es un asentamiento funcional y que sus habitantes no son exhibicionistas. «Me encantaría guardármelo para mí, pero lo comparto felizmente con el mundo porque debe compartirse. La gente de aquí es amistosa y está abierta al cambio, y en este sentido mis abuelos han encontrado una forma de encajar en este nuevo mecanismo. El abuelo talla y vende cucharas de madera. La abuela teje calcetines. Para ellos, es una forma de seguir siendo productivos y ganar dinero, ya que no tienen pensión ni muchos ahorros. También es bueno que se comuniquen con personas de todo el mundo, ya que no tienen la oportunidad de viajar y conocer otras culturas».

Suelen llevar a los grupos a la casa de huéspedes comunitaria, Ljetna Bašta, que significa jardín de verano. Mientras los senderistas dejan sus mochilas en torno a una mesa artesanal en el jardín, la comida empieza a salir: platos de pimientos y patatas asadas, cebollas frescas cortadas, sabrosas empanadas rellenas de carne, llamadas börek, y pitas rellenas de queso y espinacas. Cuando los visitantes están establecidos, los sonidos de la vida cotidiana se manifiestan, así como el eco de la montaña. Abuelos y nietos guían a las ovejas por el asentamiento, pasan frente a la mezquita de tejado verde y entre las casas, y atraviesan senderos desgastados por siglos de uso. Las mujeres ríen y hablan entre las vallas antes de llevar la madera a sus casas para calentarse y cocinar. Los ritmos naturales demuestran que la experiencia en la aldea a más altitud del país no es la vida de antes, sino la de ahora.

Cielos llenos de estrellas iluminan tumbas medievales cerca de Lukomir.
Fotografía de Ziyah Gafic, Vii, National Geographic
Los turistas descansan en una ladera cerca de Lukomir.
Fotografía de Ziyah Gafic, Vii, National Geographic

«Este es uno de los raros lugares de Bosnia que ha recibido atención», afirma Samra. «Se debe sobre todo a su singularidad y al hecho de que conserva el aspecto que tenía hace siglos. La mayor parte de los lugares de Bosnia ha cambiado, algunos por acontecimientos desafortunados, otros por el desarrollo, pero este está intacto. Ahora es un lugar de paz».

Cómo llegar

Green Visions, con sede en Sarajevo, organiza excursiones a Lukomir. Las excursiones pueden incluir practicar senderismo desde el río Rakitnica o transporte desde Sarajevo a la aldea por las laderas de la montaña de Bjelašnica con caminatas por el borde del cañón de Rakitnica.

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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