Esta diosa hindú pervive en un país de mayoría musulmana

Contempla el mar de colores que inunda el oeste de Pakistán cada primavera en honor a la diosa Sati.

Por Gulnaz Khan
fotografías de Matthieu Paley
Publicado 11 ene 2019, 15:23 CET

Las colinas azotadas por el viento del oeste de Pakistán han presenciado el auge y el declive de imperios.

La provincia de Baluchistán, ubicada en una antigua ruta comercial entre Oriente y Occidente, conserva el legado de siglos de patrimonio hindú, zoroastrista y sufí. Su costa sobrenatural, que se extiende a lo largo de cientos de kilómetros por el mar arábigo, se considera hogar de lo divino. Cada primavera, más de 40.000 personas inundan el paisaje monocromático para homenajear a la diosa Sati y limpiar sus pecados mediante una serie de rituales durante Hinglaj Yatra, la mayor peregrinación hindú en una nación de mayoría musulmana.

Los peregrinos se bañan y descansan en una zona que rodea el santuario principal en el parque nacional de Hingol. «La región en torno a los volcanes es un paisaje desolador, podrías estar en la luna», afirma Paley. «Ver un río con agua es una atracción para la espiritualidad, por eso nadan y se bendicen».
Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic
Las peregrinas hindúes se bañan en el río sagrado Hingol antes de llegar al santuario principal. Los parientes suelen echarse agua sobre las cabezas como señal de respeto.
Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

El origen de Hinglaj se remonta a una historia de amor desdichado. Según la leyenda, la diosa Sati se casó con Shiva, dios de la destrucción, contra la voluntad de su padre. Para castigar a su hija desobediente, se negó a invitar a su nuevo marido a una ceremonia sagrada. Humillada por el insulto, Sati se arrojó a la pira ritual y, así, puso fin a su vida. Shiva cargó con su cadáver hasta que su dolor amenazó con destruir el mundo, de forma que el resto de dioses desmembró el cuerpo de su amada para poner fin a esta danza mórbida. Cincuentaiún fragmentos cayeron a la Tierra y se repartieron por los actuales India, Pakistán, Bengala Occidental, Nepal, Sri Lanka y Bangladesh.

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    Una peregrina se desmaya por el calor extremo. El esfuerzo físico que implica la peregrinación tiene el objetivo de limpiar los pecados de los devotos antes de que se acerquen a la diosa.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic
    Una peregrina se baña en el río sagrado Hingol antes de llegar al santuario principal. Los parientes suelen echarse agua sobre las cabezas como señal de respeto.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    Los templos que marcan estos lugares se convirtieron en lugares sagrados donde los yatrees, o peregrinos, contemplaban a la diosa y pedían su bendición. Históricamente, pocos podían realizar el agotador viaje a Hinglaj, un extenuante trayecto de unos 260 kilómetros de desierto aislado hasta el lugar donde cayó la cabeza de Sati. Pero, en los últimos años, la nueva infraestructura ha permitido a un número sin precedentes de peregrinos acceder al lugar y ha alterado los rituales de siglos de antigüedad.

    En honor a la diosa

    Los peregrinos rezan en los pequeños y coloridos altares que adornan la ladera cerca de la cueva principal.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    Tradicionalmente, la ruta de peregrinación se recorría a pie. El esfuerzo físico era una penitencia para limpiar el alma. «Cuando atraviesas el calor abrasador del desierto, todos tus pecados se queman y te purificas para poder estar frente a la diosa en un estado mental purificado», afirma Jürgen Schaflechner, profesor adjunto del Instituto de Asia Meridional de la Universidad de Heidelberg, Alemania, y autor de Hinglaj DeviIdentityChange, and Solidification at a Hindu Temple in Pakistan.

    El trayecto resultó traicionero para muchos, pero la finalización de la autopista costera de Makran, Pakistán, en 2004 conectó regiones remotas y permitió a los devotos viajar directamente al lugar. Durante los últimos 15 años, el tráfico ha crecido de forma exponencial y, como consecuencia, los peregrinos han adaptado sus viajes.

    El altar principal posee dos piedras pintadas de bermellón que imitan el sol y la luna. Se cree que el dios hindú Ram creó esta marca con su flecha.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    «Todos están de acuerdo en que caminar es la forma adecuada de hacerlo, pero no todos tienen el tiempo necesario», afirma el fotógrafo Matthieu Paley, que documentó la peregrinación esta pasada primavera. «El mundo moderno se afianza: la gente no tiene meses, quizá una semana. Se dan cuenta de que no es la experiencia real, pero es mejor que nada».

    Incluso durante los periodos coloniales, quienes viajaban en barco, camello o burro eran considerados menos «puros» que quienes atravesaban el desierto a pie. «Los peregrinos tratan de decir que el mérito espiritual real del santuario ha disminuido porque mucha gente viene como turista», explica Schaflechner.

    Los peregrinos buscan consejo sobre cuestiones como el matrimonio y el embarazo del gurú a cargo del santuario en la cueva.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    Para otros, la autopista favoreció el resurgir de las prácticas a pie, ya que invita a la gente a aceptar el rigor físico y psicológico que, según la creencia, purifica sus pecados sin la preocupación de perderse o quedarse sin agua.

    «La región en torno a los volcanes es un paisaje desolador, podrías estar en la luna», afirma Paley.

    Tras el bombardeo en 2017 de un santuario sufí en Baluchistán, las medidas de seguridad en Hinglaj son superiores a lo habitual.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    Cuando los peregrinos llegan a Hinglaj, completan una serie de rituales, como escalar los volcanes de lodo Chandragup y Khandewari, considerados rarezas geológicas.

    «Existe una sensación de respeto frente al volcán, una fuerza de la naturaleza», afirma Paley. «Cuando te acercas al cráter, es lodoso y escarpado. Está caliente, hay polvo. La gente resbala y algunos se desmayan por el agotamiento».

    Peregrinos con ropas de vivos colores rodean un volcán de lodo seco.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic
    Algunos peregrinos tiran cocos en un volcán de lodo. Creen que, si el coco se hunde, tienen permiso para entrar en la morada de la diosa Sati.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    Los devotos tiran cocos a los cráteres para pedir deseos y agradecer que los dioses hayan respondido a sus plegarias. Algunos esparcen pétalos de rosas, otros se pintan el cuerpo y la cara con arcilla.

    «La gente construye casas simbólicas en miniatura en la tierra agrietada», cuenta Paley. «Las hacen con paredes y un tejado, como una casa de muñecas. Su deseo es tener una casa propia o casarse».

    A continuación, los peregrinos se dan un baño ritual en el río sagrado Hingol antes de acercarse por fin al altar que marca el lugar de descanso de la diosa, la culminación del peregrinaje.

    La documentación más antigua del Hinglaj Yatra data del siglo XIV. Cuando una persona sobrevivía al peligroso viaje, la sacaban de su casta y la adoraban como devatma, o alma divina, después de la muerte. La enterraban en un samadhi, o tumba, en lugar de quemarla en una pira. Estas lápidas son evidencias de los primeros peregrinos, aunque algunos historiadores creen que la tradición es aún más antigua, según Schaflechner.

    Los musulmanes baluchis se disponen al borde del volcán Chandragup para pescar cocos y revenderlos. «Es una región muy pobre y creo que solo buscan una oportunidad para ganar dinero. Algunos se quedan con los cocos para tener algo que comer», explica Paley. «Fue interesante presenciar esta colaboración entre el hinduismo y el islam en torno a este lugar sagrado».
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic
    Uno de los rituales más sobrecogedores durante el Hinglaj es la escalada del Chandragup, al que los peregrinos tiran cocos o sobre el que esparcen pétalos de rosa antes de acercarse a la diosa. «El elemento del lodo es una forma de conceder deseos», explica Paley.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    La tierra de los puros

    Hinglaj, impregnado de significado para hindúes y musulmanes por igual, algunos de los cuales creen que fue Eva y no Sati quien cayó a la tierra en este lugar, es uno de los pocos espacios religiosos compartidos de Pakistán que pasaron a favorecer la tradición hindú tras la partición de la India, según Schaflechner.

    En 1947, Pakistán, o «Tierra de los Puros», fue grabado en el subcontinente asiático. Aquel agosto, el fundador de la nación, Mohammad Ali Jinnah, expuso su idea de un país laico en su primer discurso presidencial.

    Las estrellas llenan el cielo sobre Chandragup. Muchos peregrinos duermen al pie del volcán, que se transforma en un enorme campamento por la noche. «Hay música, llegan buses, puede ser ruidoso, sobre todo después del atardecer», afirma Paley.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic
    El parque nacional de Hingol, el más grande de Pakistán, se extiende a lo largo de cientos de kilómetros a lo largo del mar arábigo. Además de albergar lugares sagrados, el parque es famoso por su fauna diversa, que incluye leopardos de Sindh, gacelas de la India, rateles y pangolines indios.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    «Eres libre; eres libre de ir a tus templos, eres libre de ir a tus mezquitas o a cualquier otro lugar de culto en el Estado de Pakistán. Quizá pertenezcas a una religión o casta o credo, pero no tiene nada que ver con la actividad del Estado», declaró Jinnah. «Empezamos con este principio básico: que todos somos ciudadanos, ciudadanos iguales, de un Estado».

    Ese mismo año se produjo la amarga espiral de violencia en una nación dividida durante la partición, cuando Pakistán se estableció como estado independiente para los musulmanes de Asia Meridional. Se estima que 14 millones de personas huyeron de sus hogares, los musulmanes al norte y los hindúes al sur, en la que se considera una de las mayores migraciones de la historia. Los secuestros, los incendios provocados, la tortura y las masacres a gran escala se cobraron hasta un millón de vidas y perduran en la memoria de ambas naciones. Estas heridas se vieron agravadas por décadas de políticas divisorias y sanguinolentas disputas de tierras.

    Tras días viajando por la región desértica de Thar, cerca de la frontera con la India, los peregrinos hindúes presentan sus respetos al mar arábigo antes de dirigirse al santuario. Muchos de ellos han visto el océano por primera vez durante la peregrinación.
    Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

    En sus años de formación, la identidad nacional de Pakistán se convirtió en sinónimo del islam suní y la de la India en sinónimo del hinduismo. Debido a su vínculo con los horrores de la división, los hindúes y sus lugares sagrados han sido objeto de la violencia en Pakistán. Por su parte, los musulmanes sufren brutalidades similares en la India.

    Hasta la fecha, Hinglaj ha resultado ser una excepción, donde más peregrinos hindúes que nunca visitan el santuario pacíficamente junto a musulmanes.

    «Hinglaj es otra faceta de Pakistán. Por eso me encanta pasar tiempo en este país, hay muchas formas de expresar visualmente su diversidad».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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