Explorar el Ártico puede ser transformador, pero hay que hacerlo de forma responsable

Sigue estos consejos para contribuir a la preservación de la frágil tundra y sus habitantes.

Por Jenna Schnuer
Publicado 2 oct 2019, 12:51 CEST
Utqiaġvik, Alaska
En Utqiaġvik, Alaska, durante el festival de caza de ballenas de primavera de Nalukataq, los cazadores que han logrado una captura son propulsados en el aire en una lona, un ejercicio tradicional para crear confianza.
Fotografía de Kiliii Yüyan

Cheryl Rosa nunca olvidará la luz y el frío que la recibieron en su primer viaje a la Alaska ártica. «Hacía muchísimo viento, todo era extremadamente llano y blanco», cuenta sobre el aterrizaje en Utqiaġvik (entonces llamado Barrow), que se encuentra al borde del mar de Beaufort. Rosa, actual vicedirectora de la Comisión de Investigación del Ártico de Estados Unidos, visitó la región por primera vez en el año 2000 para llevar a cabo trabajo de campo para su tesis.

El paisaje maravilló a la científica, originaria de Massachusetts. «Viajar al Ártico deja una huella indeleble en el visitante. La inmensidad y fragilidad de su entorno son dos aspectos que dejan a la gente pasmada», afirma Rosa.

El Ártico es la zona cero del cambio climático y lo que ocurre en el Ártico produce efectos de goteo (o quizá de flujo) increíbles en el resto del planeta. En esta región, las temperaturas del aire en superficie se han calentado al doble de velocidad que en el resto del planeta; la banquisa desaparece deprisa; el permafrost se derrite; y la cantidad de caribúes que pastan en las tierras árticas han descendido casi un 50 por ciento, según el Programa Ártico de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica.

Los científicos han dejado bien claro que los humanos estamos provocando el cambio climático, pero es posible que podamos revertir algunos daños si actuamos deprisa y a nivel global.

El Ártico no es solo un concepto sobre el que leemos en el periódico. Es tierra. Es mar. Ha sido el hogar de los humanos durante miles de años. Y para quienes pueden permitirse visitarlo, no hay mejor forma de conectar con la región que conocer a sus habitantes, admirar la vasta tundra u observar el océano Glacial Ártico.

Empecé a visitar Alaska desde Nueva York, donde vivía, hace 18 años. La duración de los viajes aumentó y finalmente me mudé a Anchorage en 2013.

El Ártico empezó a parecerme menos remoto, más un lugar real que una idea. Conocí a científicos árticos en cervecerías y en la mercería local trabé amistad con gente que se había criado allí. Percibía el habla de la región a mi alrededor. El Ártico dejó de ser líneas en un globo y fotos en los libros y se convirtió en un lugar que quería explorar, sobre el que quería escribir y que quería proteger. Formaba parte del estado que era mi hogar y una región que conecta Estados Unidos con otros países, un lugar que todos deberíamos salvaguardar juntos. El hielo no respeta las fronteras cuando se derrite en el mar y provoca el aumento del nivel del mar.

Mi primer viaje al Ártico —un viaje de grupo de un día a Coldfoot, en la cordillera de Brooks, a mediados de julio— solo aumentó mi fascinación por la región. ¿Cómo puede alguien pasar suficiente tiempo aquí, en una superficie que abarca ocho países y 14,2 millones de kilómetros cuadrados? ¿Cómo podía volver a casa pensando que había visto bastante o que había conocido a suficientes lugareños o que estaba harta de ver morsas? Son ideas ridículas.

Zaria Forman, una artista de Brooklyn y conservadora de arte del nuevo buque polar National Geographic Endurance, es un estudio de caso sobre cómo viajar al Ártico puede transformar una vida. La madre de Forman, que es fotógrafa, la llevó a Groenlandia por primera vez en 2007. Hasta aquel viaje, Forman «solo conocía el cambio climático como un sujeto distante», cuenta. Pero la visita hizo que abriera los ojos ante el problema, como las formas en que los lugareños se veían obligados a adaptar sus formas de vida a los cambios de su entorno. Ahora viaja a las regiones árticas al menos un mes cada vez. Allí fotografía y dibuja zonas con una «composición intrigante» y que evocan emociones fuertes para crear pasteles a gran escala «lo más realistas posibles para transmitir esa misma sensación al observador».

«Hay muchísimos tipos de hielo», afirma. «El Ártico es una fuente de inspiración infinita».

Viajar al Ártico cambió la vida de John Gaedeke antes de que comenzara. Me topé con Gaedeke por Instagram, probablemente la forma más accesible de recorrer el Ártico. Gaedeke es el director del Iniakuk Lake Wilderness Lodge, a 362 kilómetros al norte de Fairbanks y a 96 kilómetros del círculo polar ártico, en la cordillera de Brooks. Sus padres construyeron el albergue en 1974 y sigue siendo su hogar durante la mitad del año. Los vecinos más próximos se encuentran a 80 kilómetros, en Bettles. Visitar el Ártico influye en sus huéspedes en cuanto se suben al avión. «La transformación se produce durante el vuelo de dos horas para llegar», cuenta. «Unos 20 minutos después de despegar de Fairbanks, ya no ven nada. Es muy remoto». Incluso las aldeas que salpican el paisaje desaparecen en cuestión de segundos.

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    El otro día, añadí un lugar nuevo a la lista de destinos del Ártico, en la que figuran visitar la isla Ellesmere, en Canadá, observar osos polares en Groenlandia y conversar con la gente de Nunavut sobre cómo producen la lana qiviut a partir de bueyes almizcleros. El nuevo lugar de la lista se llama paso de Anaktuvuk y se encuentra en la parte central de la cordillera de Brooks. Había llamado al Museo Conmemorativo Simon Paneak en este pueblo iñupiat-nunamiut para entrevistar a Louisa Riley, presidenta del museo, y Vicky Monahan, la conservadora. Cuando los viajeros pasan por la aldea, Monahan les ofrece una visita rápida de inmersión en la vida y la historia de su pueblo, de cómo el gobierno estadounidense los obligó a abandonar su forma de vida nómada. Ella ve el impacto del cambio climático en la tierra y en el estilo de vida iñupiat. Los veranos son más cortos y los inviernos, más cálidos, lo que dificulta cosechar la carne, las bayas y otras plantas de las que dependen para subsistir.

    «Les ofrezco una perspectiva para que comprendan lo que hemos vivido y hacia dónde vamos hoy en día», me contó Monahan.

    «No nos quedan muchas opciones», afirmó Riley. «Te adaptas. Somos muy resilientes».

    Estas son formas de visitar el Ártico de forma responsable:

    —Participa en visitas guiadas que «respeten a los residentes del Ártico y su cultura», afirma Cheryl Rosa, de la Comisión de Investigación del Ártico de Estados Unidos. «Grupos demasiado grandes pueden desbordar los pueblos pequeños. Es importante optar por excursiones guiadas que colaboren con las comunidades locales».

    —No te lleves nada salvo fotos, a no ser que compres arte u otros recuerdos elaborados por los lugareños.

    —Investiga a quién pertenece la tierra que visitas y pide permiso antes de sacar fotos de la gente y sus casas.

    —Cuando vuelvas a casa, habla a tus amigos y familiares del viaje y ayúdalos a comprender lo mucho que está en juego.

    Jenna Schnuer es una escritora freelance que trabaja desde Anchorage. Ha escrito para el Smithsonian, el New York Times y Edible Alaska, entre otras publicaciones.
    El número de septiembre de 2019 de la revista National Geographic se dedica al estado del Ártico.
    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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