Visita un trocito del País Vasco en Idaho, Estados Unidos

Descubre un centro de tradiciones vascas en las localidades de Ketchum, Boise y Hailey.

Por Alex Schechter
fotografías de Sofia Jaramillo
Publicado 4 nov 2019, 13:48 CET
Cultura vasca en Idaho
Miles de ovejas desfilan por el centro de Ketchum, Idaho, durante el festival Trailing of the Sheep, que se celebra cada octubre.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic

Los terrenos públicos de Idaho parecen infinitos, como un patio sin fronteras. Aguas termales ocultas, tierras ganaderas y ríos cristalinos conspiran para crear una sensación de exploración sin fin. Conduce hacia el sur por la autopista 75, con las mellada cordillera Sawtooth de fondo, y podrás ir a la playa del lago Redfish o buscar fantasmas en las ciudades abandonadas cerca de Stanley. No es un lugar que se deba visitar con prisa.

A veces los turistas pasan de largo Idaho en busca de estados más llamativos como Utah, Wyoming y Colorado. Pero eso solo añade más encanto a Idaho. En el valle del río Wood puedes ver truchas del tamaño de un brazo, visitar una rueda de plegaria bendecida por el dalái lama o pasear por decenas de senderos en el bosque nacional de Sawtooth.

Y no nos olvidemos de las ovejas, claro.

A mediados del siglo XIX, un grupo de vascos llegó en busca de oro, pero enseguida encontraron trabajo en los ranchos ubicados en los picos salvajes y escarpados de la región central de Idaho. Las ovejas eran un negocio importante (en 1918, había más ovejas que humanos en Idaho, con una proporción de seis a uno) y los vascos acabaron siendo indispensables en el pastoreo de ovejas. No mucho después, los ganaderos estadounidenses empezaron a pedir a los inmigrantes que convencieran a sus parientes y amigos para que se unieran a ellos.

Un perro pastor ayuda al pastor a acampar cerca de Hailey, Idaho.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic

Con el paso de los años, la comunidad de vascos ha prosperado en las zonas rurales de Ketchum, Gooding y Hailey, Idaho. «Cuando me mudé aquí en 1968, cada sábado de invierno o de principios de primavera íbamos al centro de Gooding y era como si estuviéramos en el País Vasco. Había pastores de ovejas por todas partes», cuenta Alberto Urango, un pastor de ovejas veterano con 30 años de experiencia.

La comunidad vasca de Idaho, que no es cerrada ni mucho menos, emana cordialidad, inclusividad y ánimo. Cada octubre, en el festival Trailing of the Sheep, una feria agrícola de proporciones monumentales, los turistas pueden presenciar este fenómeno de primera mano. Todo comienza con las ovejas. El día del desfile, unos 3000 animales marchan por la calle principal de Ketchum de forma ceremoniosa en camino a los pastos estivales de alta montaña. En invierno, volverán a la seguridad del rancho.

La población vasca de Idaho, la mayor de Estados Unidos, oscila en torno a los 15 000 habitantes, muy por detrás de los 25 000 que aparecen cada octubre tras haber reservado Airbnbs y hoteles con meses de antelación. Para cuando comienza el festival, Ketchum está tan llena de amantes de la cultura vasca de todos los rincones del mundo que a veces uno puede olvidar que está en la América rural.

Los pastores vascos trajeron consigo sus conocimientos sobre la cría de ovejas al oeste de Estados Unidos a mediados del siglo XIX.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic

Durante el evento principal se clausura la autopista 75 para permitir que pastores y rebaños atraviesen Ketchum sin estorbos. Pasan junto al cementerio donde está enterrado Ernest Hemingway, junto al Pioneer Saloon y en dirección a Hailey.

Y no olvidemos la comida: los restaurantes tiran la casa por la ventana con empanadas de cordero, chili de cordero, curri de cordero y otros manjares. Los aplausos y los vítores siguen a los pastores (así como unos cuantos asistentes entusiasmados que los acompañan hasta las afueras de la localidad a caballo). No debemos infravalorar el don de los vascos para montar una fiesta.

«Los vascos son muy sociables», afirma Dan Ansotegui, un vasco de segunda generación que creció en Boise y dirige el Txikiteo, en North 14th Street del centro de Boise. Ansotegui, exbailarín oinkari, da clases de acordeón diatónico y toca con regularidad en varios grupos vascos de la zona.

Indica que esos tres pilares —la música, la danza y la buena comida— son el corazón de la cultura vasca. «Todo gira en torno a estar con otras personas y compartir lo que tienes. [Ese ethos] sin duda es algo que se ha abierto camino por los Estados Unidos desde mi tierra».

En Txikiteo se escancia sidra de forma tradicional, haciendo un agujero en el corcho para que el líquido pueda fluir en un vasito. El chorizo, el salchichón y el cordero asado dan un toque ibérico a la predecible dieta cárnica de esta zona ganadera.

Boise alberga el Basque Block, un barrio llamativo pero compacto con restaurantes, murales y un museo vasco en pleno centro de la ciudad. Cada cinco años, el barrio se llena de vida con el Jaialdi, una celebración de seis días que se adueña de la West Grove Street (buenas noticias, el próximo empieza el 28 de julio de 2020). Bailarines de todo el país brincan al ritmo de la txirula mientras otros vascos-estadounidenses exhiben sus destrezas en competiciones ganaderas, como el transporte de cántaros de leche, el levantamiento de carros y el lanzamiento de fardos de heno. Si te mueves entre el público, es probable que escuches vasco e inglés a partes iguales.

Proctor Loop es un sendero de fácil acceso de 7,2 kilómetros a solo unos minutos del centro de Ketchum.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic
Kari Bodnarchuk, de Bellingham, Washington, observa los arboglifos vascos tallados en álamos cerca de Ketchum.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic
Los arboglifos representan nombres, fechas, iglesias y dibujos de mujeres y sus familias que reflejan la vida solitaria de los pastores vascos hace decenas de años. Los arboglifos se remontan a principios del siglo XX y están presentes por todo Idaho, donde trabajaban los pastores.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic

«Los vascos siempre han estado integrados en la ciudad de Boise, al menos durante mi vida», añade Ansotegui. De niño participaba en los grupos de baile oinkari y acudía a los conciertos, algo que también hacían sus compañeros de clase. «Todos asistían a estos bailes, aunque no fueran vascos. En la ciudad se consideraba lo que hay que hacer».

Para lugareños como Alberto Urango, el festival Trailing of the Sheep es una oportunidad para contar historias sobre la realidad de la vida en lo alto de las montañas. «Cuando estás allí arriba con las ovejas, tienes que cocinar tu propio pan», afirma. «¿Cómo haces pan en la montaña a 2100 metros? Pues cavando un hoyo grande en el suelo. Matamos a nuestros propios corderos para tener algo que comer aparte de alubias en lata. Pero entonces los osos vienen y se llevan el cordero».

Aparte de octubre, pocas personas acuden a Ketchum en busca de ovejas. Vienen a esquiar, practicar senderismo y montar en bici de montaña, el triplete mágico de actividades al aire libre y a gran altura que ofrece Ketchum (con una elevación de 1784 metros).

Los visitantes se alojan en el Hotel Boutique Ketchum, una puerta de entrada para practicar esquí, senderismo y ciclismo por la cordillera circundante de Sawtooth.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic
Uno de los platos estrella del restaurante Enoteca de Ketchum es la trucha de Idaho rebozada en panko y especias.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic

Idaho es el paraíso de un viajero por carretera. A 10 minutos en coche al norte de Ketchum comienza Proctor Loop, un sendero de 7,2 kilómetros que sigue un antiguo sistema de telesilla que data de los años 60. En otoño, los senderistas afortunados pueden escuchar un silbido etéreo y agudo denominado «bramido de alce».

El proveedor Sun Valley Guides, de Ketchum, guía a los turistas por las zonas rurales de Idaho para esquiar en las montañas de Smoky o cerca de la montaña Boulder. «Contamos con un sistema de refugios extraordinario en medio de un terreno extraordinario. La naturaleza de Idaho puede ser intimidante, pero es mucho más accesible de lo que cree la gente», afirma el dueño Zach Christ, que creció en la zona y siente que el paisaje abierto lo ayudó a ser autosuficiente de niño.

Si lo exploras a pie o en coche en verano y otoño, quizá te topes con algunas ovejas pastando en un prado plagado de flores alpinas. Te recomendamos que pares para charlar con los pastores. Tienen mucho que decir.

El pastor Adriel Alvarado, de Perú, camina con sus perros hacia el lugar donde se encuentran sus ovejas cerca de Hailey, Idaho. Los perros desempeñan un papel fundamental, ya que ayudan a los pastores a mover a los rebaños.
Fotografía de Sofia Jaramillo, National Geographic
Alex Schechter vive en Los Ángeles, donde trabaja como periodista autónomo.
Sofia Jaramillo es una fotógrafa documental y de aventuras al aire libre que vive en Jackson, Wyoming. Puedes ver su trabajo en Instagram.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.
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