Tortugas con biofluorescencia, ¿un nueva vía de investigación para la cura del cáncer?

Unos científicos que buceaban cerca de las islas Salomón realizaron este esclarecedor descubrimiento: el primer reptil biofluorescente grabado en vídeo.

Por Jane J. Lee
Publicado 9 nov 2017, 4:30 CET
Una tortuga que brilla: la primera vez que se observa biofluorescencia en reptiles

Sí, esta tortuga marina tiene un brillo de neón verde y rojo. Y no, no es radiactiva.

La tortuga carey, en peligro crítico de extinción, es el primer reptil al que los científicos han visto mostrando biofluorescencia: la capacidad de reflejar la luz azul y reemitirla como un color diferente. Los colores más comunes son el verde, el rojo y el naranja.

La biofluorescencia es diferente de la bioluminiscencia, en la que los animales o bien producen su propia luz a través de una serie de reacciones químicas, o poseen bacterias que emiten luz.

Los corales brillan del mismo modo, e investigaciones recientes han revelado que muchos peces, tiburones, rayas, copépodos (crustáceos diminutos) y estomatópodos («mantis marinas») también presentan esta capacidad. Pero los investigadores no se esperaban descubrirla en un reptil marino.

«Llevo mucho tiempo [estudiando tortugas] y no creo que nadie haya visto esto antes», afirma Alexander Gaos, director de la Eastern Pacific Hawksbill Initiative, que no participó en el hallazgo. «Fue asombroso».

El biólogo marino David Gruber, de la Universidad de la ciudad de Nueva York, estaba en las islas Salomón a finales de julio para grabar la biofluorescencia en pequeños tiburones y arrecifes de coral. En una inmersión durante la noche, su equipo estaba ojo avizor por los cocodrilos que frecuentaban la zona, «y, de la nada, apareció esta tortuga fluorescente», afirma Gruber. «Parecía una gran nave espacial deslizándose ante nuestros ojos», según recuerda Gruber. Una nave alienígena con un mosaico de verde y rojo neón por toda su cabeza y su cuerpo.

El biólogo marino grabó este avistamiento a través de un sistema de videocámaras, cuya única iluminación artificial era una luz azul que coincidía con la luz azul del océano. Un filtro amarillo en la cámara permitía a los científicos detectar organismos fluorescentes.

Gruber siguió a la tortuga un tiempo, pero «tras unos momentos, la dejé ir, porque no quería molestarla». A continuación, la tortuga carey se sumergió en la oscuridad del océano. Esos momentos fueron los únicos que Gruber pudo grabar en su viaje. Sin embargo, cuando habló con los lugareños, el biólogo marino descubrió una comunidad cercana que mantenía en cautividad a varias tortugas carey jóvenes. Cuando Gruber examinó a estos animales en busca de esta biofluorescencia, descubrió que esta brillaba con un color rojo.

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Un universo de neón en expansión

Gaos y Gruber creen que es demasiado pronto para determinar con seguridad por qué estas tortugas carey poseen biofluorescencia, o si las poblaciones de otros lugares también la tienen.

«Suelen usar [la biofluorescencia] para encontrar y atraer presas o como defensa o como cierto tipo de comunicación», afirma Gaos. En el caso de la tortuga marina, podría servir como una especie de camuflaje. El caparazón de la tortuga carey ayuda al animal a ocultarse en un hábitat rocoso de arrecife durante el día, explica Gaos. «Cuando salimos para grabarlas, a veces eran muy difíciles de ver». Podría ocurrir lo mismo en un hábitat repleto de animales biofluorescentes, como un arrecife de coral.

De hecho, Gruber señaló que algunos de los tonos rojos que vio en la tortuga carey podrían ser provocados por las algas en el caparazón, que eran fluorescentes. Sin embargo, el tono verde pertenece sin lugar a dudas a la tortuga, según dice.

Este hallazgo ha abierto un universo totalmente nuevo de preguntas que Gruber ansía explorar. Entre ellas: si estas tortugas pueden ver la biofluorescencia, de dónde sacan esta capacidad —¿asimilan compuestos de su alimento que les permiten brillar o elaboran sus propios compuestos?—, cómo la usan y si otras especies de tortugas marinas poseen un rasgo similar.

«Sería bastante difícil estudiar a esta tortuga porque quedan muy pocas y están muy protegidas», afirma Gruber. En todo el mundo, el número de ejemplares ha descendido en casi un 90 por ciento en las últimas décadas. Pero él cree que podría estudiar a la más común —aunque también en peligro—, la tortuga verde, estrechamente relacionada con la tortuga carey.

Gruber señala que las tortugas carey son una de las especies más raras de nuestro planeta, pero pese toda su importancia para la conservación, los animales siguen siendo un misterio.

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