¿Cuánto valen los servicios ecosistémicos de una ballena?

Según los economistas del FMI, los beneficios que proporcionan las grandes ballenas, como la captura de carbono, aportan un argumento más a favor de protegerlas.

Por Madeleine Stone
Publicado 25 sept 2019, 12:50 CEST
Ballena jorobada
Esta joven ballena jorobada vale millones de dólares a lo largo de su vida, solo por su capacidad de capturar carbono y hundirlo al fondo marino tras su muerte.
Fotografía de GREG LECOEUR, Nat Geo Image Collection

Las ballenas más grandes del mundo no son meras maravillas evolutivas. Al secuestrar carbono en el océano, pueden ayudar a la humanidad a combatir el cambio climático, un servicio ecosistémico que podría tener un valor de varios millones de dólares por ballena, según un nuevo análisis de los economistas del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Proteger animales grandes y carismáticos como las ballenas suele considerarse una obra de caridad que las personas y los gobiernos llevan a cabo en favor de la naturaleza. Un equipo de economistas liderado por Ralph Chami, director adjunto del Instituto de Desarrollo de Capacidades del FMI, quería cambiar la forma en que pensamos en las ballenas cuantificando los beneficios que nos proporcionan en dólares y centavos. Su nuevo análisis, detallado en un artículo reciente publicado en la revista Finance & Development, es la primera tentativa de hacerlo.

El análisis aún no se ha publicado en una revista científica revisada por pares y todavía hay importantes lagunas de conocimiento respecto a la cantidad de carbono que pueden capturar las ballenas. Pero basándose en la investigación llevada a cabo hasta la fecha, los economistas tienen claro que la protección de las grandes ballenas cosechará grandes dividendos para el planeta.

Chami espera que este hallazgo «inicie una conversación con los responsables políticos que no creen en salvar a los animales por el bien de los animales».

«Tenemos que estar de acuerdo en que las ballenas son un bien público internacional», afirma.

Varias ballenas jorobadas giran alrededor de un banco de kril y liberan burbujas de aire para acorralar a sus presas.
Fotografía de Paul Nicklen, Nat Geo Image Collection

Un sumidero de carbono natural

Las ballenas de gran tamaño, como las barbadas que se alimentan por filtración y los cachalotes, contribuyen a secuestrar carbono de varias formas. Se acumula en su grasa y sus cuerpos ricos en proteínas, almacenando individualmente toneladas de carbono como si fueran enormes árboles nadadores. Cuando una ballena muere y su cadáver se hunde al fondo del mar, ese carbón almacenado se extrae del ciclo atmosférico durante cientos de miles de años, un sumidero de carbono en sentido literal.

Un estudio publicado en 2010 calculaba que ocho tipos de misticetos, como las ballenas azules, las jorobadas y las Minke, trasladan en conjunto casi 30 000 toneladas de carbono al fondo del mar cada año cuando se hunden sus cadáveres. Si las poblaciones de grandes ballenas recuperaran el tamaño previo a la caza de ballenas comercial, los autores estiman que este sumidero de carbono aumentaría a 160 000 toneladas anuales.

Durante su vida, las ballenas podrían contribuir aún más a la captura de carbono gracias a los excrementos de gran tamaño que expulsan. Las grandes ballenas se alimentan de organismos marinos diminutos como el plancton y el kril a gran profundidad y salen a la superficie para respirar, defecar y orinar. Estas últimas actividades liberan en el agua nubes enormes de nutrientes, como nitrógeno, fósforo y hierro. Los denominados «tsunamis de caca» (poo-namis en inglés) estimulan el crecimiento del fitoplancton, algas marinas que extraen carbono del aire mediante la fotosíntesis.

Cuando el fitoplancton muere, gran parte del carbono se recicla en la superficie marina. Pero parte del fitoplancton muerto se hunde y envía más carbono capturado al fondo del mar. Otro estudio de 2010 determinó que los 12 000 cachalotes del océano Antártico extrajeron 200 000 toneladas de carbono de la atmósfera al año, estimulando el crecimiento y la muerte del fitoplancton a través de sus defecaciones abundantes en hierro.

Según Joe Roman, biólogo de conservación de la Universidad de Vermont que lleva años estudiando este fenómeno, se desconoce la cantidad exacta de heces de ballenas que estimulan el fitoplancton a nivel global. Por eso los economistas adoptaron lo que Chami denomina enfoque «si... entonces...». Se preguntaron cuánto carbono podría capturarse, hipotéticamente, si la población mundial actual de grandes ballenas aumentara el fitoplancton marino un 1 por ciento a nivel global. Para esto, añadieron una estimación de la cantidad de dióxido de carbono que secuestran las ballenas cuando mueren basada en la literatura: una media de casi 33 toneladas por cadáver.

A partir del precio de mercado actual del dióxido de carbono, los economistas calcularon el valor monetario total de esta captura de carbono y lo sumaron a otros beneficios económicos que aportan las grandes ballenas mediante actividades como el ecoturismo.

En total, Chami y sus colegas estimaron que cada ballena vale casi 2 millones de dólares a lo largo de su vida. ¿Y la población entera de grandes ballenas? Posiblemente sea un activo que tiene un valor de un billón de dólares para la humanidad.

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    Actualmente, hay casi 1,3 millones de grandes ballenas en los océanos de la Tierra. Si pudiéramos restaurar las poblaciones que existían antes de la caza de ballenas comercial —estimadas entre 4 y 5 millones de ejemplares—, los cálculos de los economistas demuestran que las grandes ballenas podrían capturar casi 1700 millones de toneladas de dióxido de carbono al año. Es una cantidad superior a las emisiones de carbono anuales de Brasil.

    Sin embargo, es solo un pequeño porcentaje de las 40 000 millones de toneladas de dióxido de carbono que emite la humanidad cada año. Aún con iniciativas de conservación globales más agresivas, podría tardarse años en recuperar las poblaciones existentes antes de la caza de ballenas, asumiendo que sea posible si tenemos en cuenta lo mucho que hemos degradado los océanos.

    «No queremos exagerar este concepto», afirmó Steven Lutz, líder del Programa Carbono Azul de GRID-Arendal, una fundación noruega que colabora con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. «No queremos decir que si salvamos a las ballenas salvaremos el clima».

    Para Lutz, las cifras exactas presentadas en el nuevo análisis son menos importantes que el marco que introduce: una nueva forma de pensar en los animales salvajes en términos de su valor si los mantenemos con vida. Le gustaría que se aplicara este enfoque a los ecosistemas marinos abundantes en carbono, como las praderas marinas, y a otros grupos de organismos marinos, como los peces.

    «Creemos que el carbono de las ballenas podría ser la punta del iceberg en lo que a carbono marino se refiere», afirma Lutz.

    Quizá el enfoque de los beneficios financieros podría extenderse a animales terrestres. Por ejemplo, un estudio reciente publicado en Nature Geoscience estimaba que los elefantes de bosque de la cuenca del Congo contribuían a que sus hogares forestales secuestrasen miles de millones de toneladas de carbono.

    Fabio Berzaghi, investigador del Laboratorio del Clima y Ciencias Ambientales de Francia y autor principal de dicho estudio, declaró que el análisis del FMI plantea una cuestión «importantísima» sobre los animales de gran tamaño: que sus servicios ecosistémicos «benefician a todos».

    «Creo que es un muy buen primer paso para reconocer que sí proporcionan servicios y que estos servicios tienen un valor», afirmó Berzaghi. «Posiblemente [valen] mucho dinero».

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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