El pasado legendario de estos míticos ponis de origen español podría ser real

El descubrimiento de un diente de caballo fósil en Haití ha dado una sorprendente credibilidad a la idea de que los ponis de Chincoteague escaparon de un naufragio español frente a Virginia hacia 1750.

Por Jack Tamisiea
Publicado 28 jul 2022, 13:30 CEST
Jóvenes ponis de Chincoteague luchan en la isla de Chincoteague, parte de la costa este de ...

Ponis de Chincoteague jóvenes luchan en la isla de Chincoteague, parte de la costa este de Virginia, en la década de 1970.

Fotografía de James L. Stanfield, Nat Geo Image Collection

En la isla de Chincoteague, en Virginia (Estados Unidos), reinan los ponis salvajes. Estos caballos compactos y coloridos con crines desgreñadas viven en pequeñas manadas de un semental y varias yeguas, peinando las playas y comiendo hierbas de los pantanos. Estos ponis, muy populares entre los turistas, se hicieron famosos gracias a la novela de Marguerite Henry de 1947, Misty of Chincoteague. Cada mes de julio, decenas de miles de personas los visitan para ver cómo cientos de ellos cruzan a nado el canal desde la cercana isla de Assateague, tras lo cual los equinos se venden en subasta para mantener la población a raya.

A pesar de su fama, el origen de los ponis está rodeado de misterio. La tradición local afirma que los ponis descienden de los caballos que nadaron hasta la orilla tras el hundimiento de un galeón español frente a la costa de Virginia en algún momento de 1750. 

Pero, al no haber documentación sobre el barco perdido, muchos historiadores creen que los ponis son más bien la progenie de un ganado huido, lo que significa que sus orígenes son mucho más recientes.

Unos vaqueros de agua salada arrean un poni salvaje a través del oleaje a principios de la década de 2000. La Compañía de Bomberos Voluntarios de Chincoteague mantiene el número de ponis en la isla azotada por el viento en unos 150.

Fotografía de Medford Taylor, Nat Geo Image Collection

Ahora, el ADN conservado en un diente de caballo fosilizado hallado a casi 2000 kilómetros de distancia en el Caribe puede dar fuerza al relato de este supuesto naufragio mítico. En un estudio publicado esta semana en la revista PLOS One, los investigadores afirman que el diente pertenecía a un primo de los ponis que vagan por las islas barrera de Virginia y Maryland.

Es importante destacar que tanto el caballo del Caribe como los ponis de Chincoteague comparten un linaje evolutivo que se originó en la España de la Edad de Bronce, dice el coautor del estudio, Nicolas Delsol, zooarqueólogo de la Universidad de Florida (Estados Unidos).

Mientras investigaba fósiles centenarios, Del Sol dio con un fragmento de muela de caballo de 450 años de antigüedad que los arqueólogos habían recogido en la década de 1980 en el norte de Haití, en el emplazamiento de una antigua colonia española llamada Puerto Real. El diente, que se creía perteneciente a una vaca, había permanecido olvidado en las colecciones del museo de la universidad durante décadas.

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    En la década de 1980, los arqueólogos de la Universidad de Florida encontraron este fragmento de molar de caballo en las ruinas españolas del siglo XVI de Puerto Real (Haití).

    Fotografía de Nicolas Delsol, Florida Museum of Natural History

    "Fue un hallazgo fortuito", dijo. "Estaba estudiando las vacas, pero me tropecé con este increíble dato sobre los caballos".

    De la boca de un caballo colonial

    Fundada en 1503, sólo 10 años después de que Cristóbal Colón llegara al Caribe, Puerto Real era un destacado centro ganadero español rodeado de fértiles pastos. Los colonos importaron caballos españoles para ayudar a pastorear el ganado, que se criaba tanto por sus pieles como para alimentarse. Por este motivo, los huesos de ganado abundan en los basureros de la ciudad, que ahora son un tesoro de información para los arqueólogos.

    Sin embargo, como los caballos eran símbolos de estatus muy apreciados en la época, rara vez se sacrificaban, lo que hace que sean raros en el registro fósil, dice Delsol. De los 127 000 ejemplares de animales de Puerto Real que se conservan en el Museo de Historia Natural de Florida de la universidad, sólo ocho pertenecen a caballos.

    El afortunado diente de caballo, dice, no se descubrió en un basurero, sino en las inmediaciones del lugar donde estuvo la iglesia de Puerto Real.

    Tras congelar y pulverizar una muestra del diente, Delsol y sus colegas procesaron el polvo y lo enviaron a un laboratorio para su secuenciación. Aunque habían moderado sus expectativas (el ADN antiguo suele degradarse en condiciones húmedas y tropicales), el diente de caballo arrojó una cantidad notable de información genética.

    Ponis salvajes siendo acorralados durante el rodeo anual en Assateague, una isla barrera cerca de Chincoteague, a principios de la década de 2000.

    Ilustrado por Medford Taylor, Nat Geo Image Collection

    El equipo se centró en el ADN mitocondrial del caballo, un tipo de ADN transmitido por la madre del animal, que abunda en la mayoría de las células. También es una herramienta útil para reconstruir el linaje materno de un organismo, lo que permitió a Delsol y a su equipo secuenciar un genoma mitocondrial completo, el primer "mitogenoma" de un caballo domesticado en el hemisferio occidental.

    Con el nuevo genoma, los investigadores pretendían situar al caballo de Puerto Real en el árbol genealógico más amplio de los caballos domésticos modernos. Compararon el mitogenoma del caballo de Puerto Real con un análisis exhaustivo de más de 80 genomas mitocondriales de poblaciones de caballos de todo el mundo. Esto reveló que el pariente más cercano del caballo de Puerto Real era el poni de Chincoteague.

    "Nunca había oído hablar de Chincoteague", dice Delsol. "Y entonces leí esta interesante anécdota sobre un naufragio español".

    Emplazamiento de la antigua colonia española Puerto Real

    Ilustrado por Medford Taylor, Nat Geo Image Collection

    Recuperando su tierra natal

    Aunque es nativa en Norteamérica, la especie de caballo salvaje que dio origen a los caballos domésticos, Equus ferus, no estuvo presente en el continente durante la mayor parte de los últimos 10 000 años, tras desaparecer al final de la última glaciación.

    Sin embargo, cuando los exploradores europeos empezaron a colonizar el Caribe a finales del siglo XV, reintrodujeron involuntariamente los caballos domésticos. Una vez que llegaron a tierra firme, los caballos se extendieron rápidamente por todo el continente, donde sus antepasados habían corrido en libertad.

    Pero la mayoría de los caballos no acabaron en un lugar tan inhóspito como Chincoteague y Assateague. Al tener pocas opciones de alimentación, los ponis subsisten únicamente con hierbas de los pantanos, una dieta salada que les obliga a engullir el doble de agua que el caballo medio, lo que les da un aspecto perpetuamente hinchado. La dieta salada también los mantiene generalmente de baja estatura. La subasta anual de ponis a nado, organizada por la Compañía de Bomberos Voluntarios de Chincoteague, propietaria de la manada de Chincoteague, mantiene el número de ponis en la isla azotada por el viento en unos 150, que es casi todo lo que la isla puede soportar.

    Los sementales de Chincoteague, como estos animales fotografiados a principios de la década de 2000, suelen disputarse las hembras.

    Fotografía de Medford Taylor, Nat Geo Image Collection

    Este entorno hostil es también la razón por la que la gente está tan intrigada por cómo llegaron los ponis a ese lugar. La hipótesis del origen en un naufragio, expuesta especialmente en Misty of Chincoteague, podría ganar terreno como teoría principal, dice Delsol.

    En primer lugar, Chincoteague se encuentra en un tramo traicionero del Atlántico medio, atravesado por peligrosos bancos de arena. Los restos de naufragios, entre los que se encuentran varias embarcaciones de la época colonial, suelen llegar a la costa durante las tormentas de invierno.

    Emily Jones, arqueóloga de la Universidad de Nuevo México (Estados Unidos) que estudia el impacto de la llegada de los caballos en los ecosistemas occidentales, cree que el nuevo hallazgo ilustra cómo los restos zooarqueológicos pueden llenar espacios en blanco en el registro histórico.

    "La población asilvestrada de Chincoteague pone de relieve la idea de que la propagación de los caballos no es algo en lo que podamos confiar en los documentos europeos para contarnos la historia", afirma Jones, que no participó en el nuevo estudio.

    Delsol cree que este fragmento de diente tiene una historia aún mayor que contar: sugiere que los colonos españoles navegaban más al norte, en la región del Atlántico medio, cuando su barco se hundió.

    Aunque los registros históricos de estas exploraciones son escasos, la información conservada en el diente colonial puede ayudar a atar cabos. 

    "Es algo más que una historia de caballos", dice Delsol.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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