Bienvenidos a la capital mundial del oso polar

En Churchill, Canadá, los osos polares se reúnen por centenares en otoño, a la espera de que se congele la cercana bahía. Los residentes humanos viven preparados para lo inesperado.

Por Kieran Mulvaney
Publicado 23 dic 2022, 10:24 CET
Cachorros de oso polar juegan encima de su madre

Cachorros de oso polar juegan encima de su madre que descansa en el Parque Nacional de Wapusk, Churchill, Canadá.

Fotografía de Norbert Rosing, Nat Geo Image Collection

En una fría mañana de noviembre en la subártica ciudad canadiense de Churchill (Manitoba), Ian Van Nest se sienta al calor de su todoterreno y observa con prismáticos a un par de osos polares que deambulan por la gélida costa. Están lo suficientemente lejos como para no causar especial preocupación, pero cada una de sus grandes zancadas los acerca más a la comunidad, y Van Nest sabe que pronto podría tener que hacer algo al respecto.

Van Nest es el responsable de conservación de Churchill, y durante varias semanas al año, mantener alejados a los osos polares y a las personas es su principal ocupación. Churchill, una ciudad de unos 800 habitantes que vive todo el año a orillas de la Bahía de Hudson occidental, es la capital mundial del oso polar.

Los osos polares son criaturas del hielo marino y pasan la mayor parte del tiempo posible sobre él, recorriendo enormes distancias en busca de focas. Pero como el hielo de la bahía de Hudson se derrite por completo cada verano, los osos de la región deben pasar los meses cálidos en tierra, refugiándose en frescas guaridas de tierra. Luego, cuando se acerca el invierno y bajan las temperaturas, los osos empiezan a moverse, dirigiéndose hacia la tundra a lo largo de las orillas de la bahía mientras esperan a que el agua se congele. Y cuando lo hacen, su camino les lleva a menudo alrededor (o a través) de Churchill.

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    Ian Van Nest patrulla en busca de osos polares en Churchill el 11 de noviembre de 2022. Si encuentra uno acercándose demasiado a la ciudad, intentará ahuyentarlo.

    Fotografía de Esther Horvath

    La mayoría de los residentes tienen alguna anécdota con osos, diferentes historias de ir caminando por una esquina y toparse inesperadamente con un oso que, afortunadamente, la mayoría de las veces se asusta tanto como el humano. Sin embargo, a veces se producen incidentes más graves. No ha habido ninguna víctima mortal en Churchill desde 1983, pero un oso mutiló a una mujer en la noche de Halloween de 2013, así como a un hombre con una pala que, aún en pijama, corrió en su ayuda.

    De disparar a los osos a observarlos

    Churchill, hogar de las tribus dene y cree desde hace más de 1500 años, fue colonizado por los europeos en el siglo XVIII como punto de comercio de pieles, y en los 200 años siguientes ha sido puerto, base del ejército estadounidense en la II Guerra Mundial y sede de un centro de investigación que lanzaba cohetes suborbitales para examinar las auroras y la alta atmósfera.

    Durante muchos años, los osos polares de la región se consideraron sobre todo un inconveniente peligroso al que había que tratar sin piedad.

    "Era habitual disparar a 25 osos en una temporada de osos", recuerda Mike Spence, alcalde de la ciudad desde 1995.

    Las actitudes empezaron a cambiar a finales de la década de 1970, cuando los turistas que llegaban a la ciudad para observar aves en primavera se interesaron por la posibilidad de observar osos en invierno. En 1982, National Geographic emitió un documental sobre la ciudad y los osos, y con ello se desveló el secreto. Cuatro décadas, la temporada del oso polar se ha convertido en la espina dorsal de la economía de la ciudad, y la fuente de la mayor parte de su fama. Su población aumenta temporalmente cada octubre y noviembre con la llegada de varios miles de turistas que llegan por avión o ferrocarril (no hay carreteras de entrada o salida de la ciudad) para pasar desde un par de días a varias semanas buscando osos polares.

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      Un empleado del Lazy Bear Lodge de Churchill se disfraza de oso polar en Halloween.

      Fotografía de Damon Winter, The New York Times, Redux

      La mayor parte del turismo de osos tiene lugar en la tundra, a poca distancia de la ciudad, a bordo de buggies especialmente diseñados con capacidad para unas 40 personas y que parecen autobuses con ruedas de camión. Pero no es raro ver un oso en la ciudad o sus alrededores, y los habitantes de Churchill aceptan su relación única con el carnívoro terrestre más grande del mundo. Por toda la ciudad, murales e imágenes de osos adornan puertas de garajes, paredes e incluso cubos de basura. Dos de los edificios más nuevos a ambos lados de la calle principal son propiedad de Polar Bears International, y se utilizan como parte de una colaboración continua con la ciudad y otros para estudiar y educar a la gente sobre los osos de la región.

      "No estaría aquí si no fuera por los osos", dice Dave Allcorn, un expatriado británico que vino en 2006 como turista. Le gustó tanto que regresó en 2007, encontró trabajo como guía y conductor de calesa, y se trasladó a vivir permanentemente a la ciudad en 2009. "Vivir en un lugar donde hay osos polares me parece increíble. Creo que es algo épico".

      "Lo que me deja alucinado es cómo durante el invierno, en el hielo, estos osos cubren literalmente cientos de miles de kilómetros cuadrados", dice John Gunter, de Frontiers North Adventures, cuya empresa lleva ofreciendo excursiones para ver a los osos desde 1987. "Y de alguna manera regresan a Churchill cada otoño. Cuando observas las marcas faciales o las cicatrices de un oso, piensas: 'Ya he visto ese oso antes. ¿Dónde ha estado ese oso desde la última vez que lo vi?".

      La conciencia equivale a la seguridad

      Aun así, compartir espacio con varios cientos de mamíferos carnívoros (el mayor de los cuales puede llegar a medir casi tres metros sobre sus patas traseras) puede ser un ejercicio tenso. El silencio vespertino de Churchill se rompe a veces con el sonido de los cartuchos de escopeta de calibre 12 que explotan con un fuerte estampido al ser disparados al aire, animando a un oso curioso a salir corriendo de la ciudad. Los residentes dejan las puertas de las casas y los vehículos sin cerrar, por si de repente alguien necesita un lugar donde refugiarse.

      Los incidentes con osos son raros. Que no sean más frecuentes se debe en gran parte a la concienciación de los residentes y al Programa de Alerta Oso Polar, creado en 1982. Hay carteles por toda la ciudad que recomiendan no caminar por las zonas más frecuentadas por los osos y un número de teléfono directo para informar de avistamientos de osos. Al otro lado de esa línea están Van Nest y sus colegas, que patrullan los alrededores todos los días.

      En 2017, 18 artistas de todo el mundo se ofrecieron voluntarios para pintar una serie de murales en edificios vacíos de todo Churchill.

      Fotografía de Esther Horvath

      La respuesta a las llamadas puede variar. La mayoría se abordan vigilando la situación hasta que haya pasado cualquier peligro potencial o disparando proyectiles de cracker (que emiten luces y/o sonidos). Si un oso insiste en acercarse a la comunidad, Van Nest y sus colegas pueden desplegar una trampa de alcantarilla, cebada con carne de foca. Los osos atrapados son trasladados a la Instalación de Retención de Osos Polares (conocida comúnmente como la cárcel de los osos polares), un edificio parecido a un hangar a las afueras de la ciudad, y retenidos hasta que sea seguro liberarlos en el hielo marino.

      "Gestionar la coexistencia de los osos polares con los humanos y la presión añadida del turismo es un delicado equilibrio", explica Van Nest. "Quieres proteger a los osos y a los humanos, y al mismo tiempo permitir que la gente tenga una buena experiencia con un oso polar".

      Lleva varias horas vigilando a los dos osos (madre y osezno) que deambulan mar adentro, feliz de dejarles encontrar su propio camino. Pero ahora se acercan demasiado y es hora de tomar medidas preventivas. Pide a los espectadores que vuelvan a sus vehículos y se pongan a salvo, y luego él y un colega disparan al aire dos proyectiles cada uno. Los osos se dan la vuelta y huyen, antes de aminorar la marcha y atravesar majestuosamente el hielo.

      Para Van Nest, se trata de una resolución casi perfecta: nadie corre peligro y los osos pueden seguir su camino.

      "Se trata de coexistir. Estamos en su territorio. También es su hogar", dice. "Cada vez que trato con un oso, pienso: 'Oye, gracias, gracias por agraciarnos con tu presencia, y ha sido un verdadero placer conocerte'".

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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