Este sorprendente descubrimiento pone patas arriba todo lo que sabíamos de las tortugas

Una observación inesperada sobre una de las tortugas más raras de la Tierra revela que los reptiles de sangre fría pueden tener vínculos sociales más complejos de lo que pensábamos.

Por Jessica Taylor Price
Publicado 25 sept 2023, 12:18 CEST, Actualizado 10 oct 2023, 15:56 CEST
Macho salvaje de tortuga de río centroamericana

Este macho salvaje de tortuga de río centroamericana, capturado para su liberación en Belice, fue liberado inmediatamente. Esta especie en peligro crítico de extinción es codiciada como manjar culinario.

Fotografía de Donald McKnight

Remando en canoa por un turbio río de Belice al amanecer, Don McKnight y Jaren Serano escucharon el sonido de la tortuga de río centroamericana, conocida localmente como hicatee.

Un hidrófono colocado en el agua detectó los movimientos de los reptiles, que llevaban transmisores sónicos adheridos al caparazón.

Los resultados les sorprendieron: las tortugas nadaban juntas por el río y, en algunos casos, no se separaban ni un metro de sus congéneres. "Era como seguir a un grupo de ballenas", dice McKnight, ecólogo de la Universidad LaTrobe de Australia y del Laboratorio de Ecología de Tortugas de Belice.

Estas tortugas sociales podrían dar un giro drástico acerca de lo que pensamos de los animales supuestamente solitarios, afirma. Antes se pensaba que las tortugas se reunían cuando buscaban el mismo recurso, como una roca soleada, pero en general no interactuaban entre sí.

En la investigación reciente, sin embargo, las tortugas parecían buscar compañía. "Fue muy agradable de ver", dice Serano, estudiante de máster en el Departamento de Ecología y Conservación de la Vida Salvaje de la Universidad de Florida (Estados Unidos). 

Es más, el estudio de los científicos, publicado esta semana en la revista Animal Behaviour, puede ayudar a los conservacionistas a proteger esta especie en peligro crítico, que ha disminuido en toda su área de distribución de Belice, México y Guatemala. No existen estimaciones sólidas de la población de este reptil tan cazado furtivamente, pero su número podría ser de tan sólo 10 000 ejemplares.

Los hicatees suelen venderse en el mercado negro por su carne, considerada un manjar en Centroamérica.

"Belice sigue siendo el último bastión de la especie, aunque si continúa la caza furtiva para obtener carne y huevos más allá del consumo doméstico, [podría extinguirse] en los próximos 30 años", afirma Venetia S. Briggs-Gonzalez, ecóloga especializada en fauna salvaje de la Universidad de Florida que no participa en la investigación.

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    Las crías de tortugas de río centroamericanas se reúnen en un recinto exterior de la Fundación Belice para la Investigación y la Educación Medioambiental.

    Fotografía de Donald McKnight

    ¿Aleatorias o sociales?

    McKnight y Serano estaban realizando otras investigaciones sobre los hicateos en la primavera de 2020 cuando descubrieron que los animales se mueven al unísono.

    "Es una de esas formas aleatorias y tontas que ocurren a veces en la ciencia", dice McKnight.

    Para averiguar si las tortugas estaban realmente socializando, el equipo encontró una sección del río que no tenía ninguna de las variables conocidas que podrían atraer a las tortugas, como troncos, rocas o vegetación. Al colocar transmisores sónicos en los caparazones de 19 juveniles de ambos sexos, el equipo también pudo descartar el comportamiento de apareamiento.

    A continuación, los científicos siguieron diariamente a las tortugas marcadas desde una canoa durante unos meses, subiendo y bajando por el río y midiendo grupos de dos o más tortugas, lo que reveló las distancias entre individuos.

    No fue fácil. Un día, la pareja se encontró con un cocodrilo bordeando la canoa. Durante un fuerte aguacero, tuvieron que interrumpir su trabajo para achicar agua de la embarcación.

    Una vez obtenidos los datos, McKnight, Serano y sus colegas realizaron simulaciones para determinar si los agrupamientos y hábitos de viaje de las tortugas eran aleatorios o evidenciaban socialidad. El modelo aleatorio demostró que las distancias entre las tortugas eran siempre mayores que en la naturaleza.

    Esto significa que las tortugas de la vida real no se movían al azar, sino que se agrupaban en manadas a propósito, en grupos de distintos tamaños.

    "Probablemente hay muchos más comportamientos sociales de los que hemos podido documentar", dice McKnight, que espera que su estudio inspire más investigaciones sobre reptiles sociales, ya que estos animales de sangre fría han sido olvidados en favor de mamíferos y aves.

    "Los resultados sorprenderán a algunos, pero no a los que hemos estudiado el comportamiento social de las tortugas", afirma en un correo electrónico J. Sean Doody, profesor adjunto de Biología de la Conservación en la Universidad del Sur de Florida (Estados Unidos). Añade que ha observado un comportamiento similar en tortugas nariz de cerdo en Australia tropical, pero que aún no lo ha documentado científicamente.

    Doody, que no participó en la investigación, dice que ésta "se atreve a considerar que las tortugas, antiguos reptiles que preceden a los humanos en cientos de millones de años, pueden tener vidas sociales complejas aparte del cortejo y el apareamiento o las peleas".

    Briggs-Gonzales añade: "Hay mucho más sobre el comportamiento social en el reino animal de lo que podemos comprender".

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      Dos machos adultos de tortuga de río centroamericana en cautividad sentados juntos en la Fundación Belice para la Investigación y la Educación Ambiental.

      Fotografía de Donald McKnight

      ¿Un impulso para la conservación?

      Tampoco está claro por qué las tortugas se agrupan, aunque puede que sea para protegerse de los cocodrilos depredadores, dice McKnight.

      Y aunque es menos probable que los cocodrilos ataquen a un grupo de tortugas, los cazadores furtivos lo prefieren.

      "La estrategia que han desarrollado para la mayoría de los depredadores, y que les ha funcionado muy bien, les sale mal cuando se trata de humanos", dice McKnight. "Siempre hemos oído informes de cazadores furtivos que decían que capturaban docenas de tortugas en una noche, lo que nos resultaba muy difícil de entender", dice McKnight.

      Según Day Ligon, coautora del estudio y profesora de biología de la Universidad Estatal de Missouri (Estados Unidos), este hallazgo también podría impulsar la revisión de las leyes vigentes en Belice, como la prohibición del uso de redes de enmalle, que pueden atrapar grandes grupos de tortugas a la vez.

      Estos esfuerzos podrían evitar otra trágica extinción, coinciden los expertos.

      "No queremos perder esta especie como perdimos otras que se agrupan", dice Doody, "por ejemplo la paloma mensajera, que se extinguió hace más de 100 años".

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      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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