Arturo Rodríguez: «Después de ver un tifón en el sudeste asiático, el sonido del volcán no me parece más que el ronroneo de un gato»

El fotógrafo palmero narra a National Geographic su experiencia tras un mes acompañando a los científicos a escasos metros de la erupción del volcán de Cumbre Vieja.

Por Cristina Crespo Garay
fotografías de Arturo Rodríguez
Publicado 17 nov 2021, 13:40 CET, Actualizado 18 nov 2021, 10:15 CET
La erupción del volcán de La Palma vivida por un fotógrafo de National Geographic
El fotógrafo palmero Arturo Rodríguez cuenta a National Geographic su experiencia tras un mes acompañando a los científicos a escasos metros de la lava del volcán de Cumbre Vieja.

La carrera del fotógrafo español Arturo Rodríguez (La Palma, 1977) habla por sí sola sobre la capacidad de una instantánea para levantar el fino velo que hace ensordecedor nuestro silencio ante algunas realidades. Ganador de prestigiosos premios como el World Press Photo en 2007 por su trabajo sobre la inmigración africana en Europa, Rodríguez ha recorrido el mapa cubriendo algunos de los escenarios más olvidados por la mirada occidental: conflictos bélicos como la Guerra de Kosovo, los campos de refugiados del pueblo saharaui, los de Macedonia y Palestina, grandes desastres naturales o la epidemia de cólera en Haití. De la mano de Reuters, The Associated Press o EFE, sus trabajos han sido publicados en medios como The New York Times, Washington Post, El País o Der Spiegel, entre otros.

En 2021, recibió una beca de la National Geographic Society para elaborar un proyecto fotográfico sobre los efectos de la pandemia de COVID-19 en su tierra natal, la isla canaria de La Palma, que desde finales de septiembre vive un momento cuando menos histórico, debido a la erupción del volcán de Cumbre Vieja.

Rodríguez está cubriendo en primera línea la erupción del volcán, acompañando a los científicos a la llamada zona de exclusión, a la que puede acceder como divulgador científico para National Geographic. A través de los vaivenes de la cobertura de un repetidor wifi en la isla vecina de Tenerife, antes de volver a los pies del volcán, nos narra su experiencia tras un mes persiguiendo el minuto a minuto de una de las mayores fuerzas de la naturaleza: la energía del interior de la Tierra abriéndose paso hacia la superficie.  

¿Cómo vivió el momento en el que comenzó la erupción?  

Aún no estaba en La Palma, estaba en Tenerife desde que empezaron los primeros movimientos sísmicos para fotografiar a los científicos trabajando. Hace muchos años que tenía claro que, como fotógrafo canario, documentaría una erupción en Canarias. Por cuestiones de trabajo, acabé llegando a las tres horas de la erupción con cara de de incrédulo, porque media hora antes de que el volcán estallara, el presidente del Cabildo de La Palma salió diciendo que el semáforo era amarillo y que no iba a ser algo inminente.

"Trabajan muchísimas horas, prácticamente no duermen (...). Hay una cantidad de gente enorme vigilando este evento las 24 horas del día. El IGN no se va a dormir, el IGMA no se va a dormir, y la Guardia Civil y Policía Nacional están ahí haciendo todo lo que lo que pueden continuamente", afirma el fotógrafo.

Fotografía de Arturo Rodríguez

Acabó la rueda de prensa y, a la media hora, saltó por los aires. Obviamente, no es su culpa. Pero ya había grupos científicos, como el Instituto Geológico Minero de España, que habían advertido de que en 24 horas, como máximo, iba a entrar en erupción. Yo tenía el billete [de avión] para las 20:00 h de la noche y vi el inicio en directo en la tele.

Como palmero y fotógrafo, ¿cómo vivió estas semanas tras la erupción, algo tan impresionante a nivel natural pero tan devastador a nivel humano?

Trabajar en un desastre natural siempre es terrible porque ves mucho sufrimiento. Si es en tu casa, es mucho peor todavía. Las cicatrices que te deja son mucho más profundas. Pero también tengo que decir que ninguna catástrofe natural que yo haya vivido tiene esa parte de pensar: "Así es como se han hecho mis islas". Y así es como se ha hecho en el mundo, en realidad.  La noche que estuve en el buque del Instituto Español de Oceanografía, cuando me fui a la cama había unas piedrecitas de lava cayendo al mar, y levantarse al día siguiente y ver una plataforma donde cabían dos campos de fútbol en apenas ocho o nueve horas es impresionante.

Tienes esa doble visión de saber que para ciertas personas está siendo muy duro, porque se ha dado la mala suerte de que ha erupcionado en una zona poblada, pero por otro lado, estética y científicamente es una auténtica maravilla. Es una pasada verlo y oírlo. La primera vez que pasé por allí había un valle y ahora hay una montaña de 300 metros de alto en un mes.

A lo largo de este mes ha acompañado a los científicos que trabajan sobre el terreno. ¿Cómo ha sido esa experiencia?

He estado con el Instituto Español de Oceanografía, con el Instituto Geológico y Minero de España y con el Instituto Geográfico Nacional, viendo cómo trabajan y escuchando toda la información que me daban. He de decir que algunas cosas me han resultado espeluznantes y realmente dan miedo, pero en general he aprendido muchísimo. Es gente a la que tendríamos que prestar más atención, la población y especialmente los políticos.

Sobre todo con la COVID-19, hemos visto la importancia de apostar por la ciencia, por la investigación. Probablemente si invirtiéramos más en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en general, que incluye institutos que hacen una ciencia aplicada para la seguridad de la población, probablemente muchas cosas se podrían evitar. Un volcán nunca lo vas a evitar, pero probablemente tendríamos mucha más información. 

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    “Una de las cosas que más me han sorprendido es la estrecha colaboración que existe en España entre el Ejército y las instituciones científicas”

    Acompañando a los científicos no he pasado ningún momento duro de verdad. He visto cómo se han caído casas, y lo siento mucho por la gente, pero la realidad es que tenemos que celebrar que no ha muerto nadie. Es cierto que se ha llevado muchas propiedades y puede ser una merma económica importante para el sector platanero de la isla, pero ha habido un factor suerte muy importante para que nadie fallezca al final, porque se estaba preparado, pero les cogió un poco de imprevisto en el último momento.

    Desde National Geographic tratamos de dar mucha visibilidad a la labor que están realizando los científicos. ¿Cómo ha vivido el trabajo diario de estos investigadores?

    Me han contado que el volcán de Cumbre Vieja es probablemente el volcán más monitorizado de la historia, porque se han dado una serie de circunstancias: está casi al lado de un núcleo urbano, está en Europa, etc. Hay universidades y todo tipo de entidades científicas trabajando y más de 300 drones pidiendo permiso a diario para volar con cámaras térmicas, con todo tipo de artefactos para medir gases, temperatura…

    Una de las cosas que más me han sorprendido es la estrecha colaboración que existe en España entre el Ejército y las instituciones científicas. La UME, la Unidad Militar de emergencia, con quienes hemos estado trabajando, tienen un acuerdo con el CSIC y trabajan mano a mano. Tienen unos equipamientos para trabajar en estas situaciones, como trajes con escudos térmicos que aguantan unas temperaturas increíblemente altas, que les han permitido meterse allí para coger muestras de lava hirviendo para los científicos del CSIC.

    Los científicos trabajan a los pies del volcán para extraer muestras de lava y otros materiales. 

    Fotografía de Arturo Rodríguez

    Me ha sorprendido y me ha parecido una idea fantástica, porque los científicos, a veces, ni siquiera tienen la preparación para meterse en una situación como esta. La sensación con la que me quedo es que la vulcanología es algo muy reciente de lo que no se sabe casi nada, porque ya no solo es una cuestión de que no se invierta, sino que los procesos eruptivos en el planeta son escasos y muy diferentes, y vamos aprendiendo sobre la marcha. 

    Las últimas semanas he estado trabajando sobre todo con el IGME. Se van turnando, obviamente, pero es cierto que trabajan muchísimas horas, prácticamente no duermen, se levantan por la mañana y van a cada uno de los puntos de avance de la lava para controlar si avanzado, si se ha enfriado, si se ha calentado, si está emitiendo más gases... Hay una cantidad de gente enorme vigilando este evento las 24 horas del día. El IGN no se va a dormir, el IGMA no se va a dormir, y la Guardia Civil y Policía Nacional están ahí haciendo todo lo que lo que pueden continuamente.

    ¿Con qué dificultades se ha encontrado para poder cubrirlo?

    La prensa estamos trabajando muchísimo, pero con más dificultades de las que deberíamos tener en una situación normal por parte precisamente del puesto de mando avanzado, que ha considerado que no es adecuado que estemos de un lado para otro trabajando, aunque no entiendo muy bien la razón. Yo he tenido suerte porque National Geographic es divulgación científica y no prensa, pero sí es cierto que los compañeros me dicen mucho que no les dejan acceder a ningún lado.

    La prensa está cubriendo la erupción volcánica desde el perímetro exterior de la zona de exclusión. Han tomado esa decisión por seguridad e intimidad, pero yo, que soy palmero, interpreto que estas medidas tan opacas pueden incluso perjudicar la llegada de de recursos y donaciones para los palmeros, precisamente porque no se está viendo qué es lo que está pasando.

    “El volcán de Cumbre Vieja es probablemente el volcán más monitorizado de la historia”

    por Arturo Rodríguez

    Somos una comunidad pequeña en la que nunca pasa nada, y no estamos acostumbrados a lidiar con esta presión mediática. El cierre casi total de la información en la zona de exclusión del volcán, perjudica sin duda a la cobertura del evento. No estoy de acuerdo, pero a mí no me han impedido en ningún momento trabajar porque estamos considerados divulgación científica.

     

    ¿Cuáles están siendo los mayores retos?

    Sin duda, haber estado dos semanas sin poder acceder mientras tramitaba la acreditación oficial. Cuando trabajaba para otros medios de comunicación hace unos años, lo que hubiera hecho es lo que han hecho mis compañeros: si las fuerzas de seguridad me prohíben pasar de aquí, les rodeo y les paso por detrás. Es lo que he hecho en toda mi vida y es lo que hace la prensa. Yo tengo que cumplir con mi trabajo: es un deber informar a la población, porque el derecho a la información no es un derecho de los periodistas, es un derecho del ciudadano, que es lo que muchas veces no se entiende bien. Mi deber es hacer todo lo posible para que el ciudadano esté informado.

    El fotógrafo Arturo Rodríguez (La Palma, 1977) ha sido becado por la National Geographic Society para documentar el impacto de la COVID-19 en La Palma. 

    Fotografía de Arturo Rodríguez

    Al estar a la espera de los permisos, sin duda el mayor reto era ver cómo todo estaba pasando durante dos semanas sin saber si aquello de un momento a otro iba acabar, pero tras más de un mes los vulcanólogos nos dicen que parece que va para largo. 

    Entiendo que se hayan sentido absolutamente apabullados y que hayan empezado a tomar medidas para controlarlo y que no hubiera una catástrofe mayor, porque algunos compañeros se han comportado como auténticos carroñeros y han hecho auténticas barbaridades que no han hecho más que empeorar la situación que ya teníamos los que estábamos allí, trabajando de la manera más profesional y más humana posible.

    ¿Qué se siente al estar a pocos metros de un volcán en erupción?

    Mucha gente me dice que el sonido de los vídeos es muy impactante. Lo cierto es que, después de ver un tifón en el sudeste asiático, el sonido del volcán no me parece más que el ronroneo de un gato, pero es verdad que puede parecer impresionante.

    A mí me ha impresionado, por ser algo curioso, el hecho de que la lava no calienta igual que el fuego. He estado a tres metros de un río de lava hirviendo, o a 150 metros del cráter, y no sentía el calor. Sin embargo, si hay una pequeña ráfaga de viento hacia tu lado, de pronto te abrasas. Es como si la lava no irradiara calor de forma homogénea.

    O tocar la lava fría, cuando ya es una costra. La puedes tocar con la mano y está un poco tibia y, de repente, hay una grieta en medio donde está el rojo vivo y por ahí no puedes ni acercarte porque irradia 1000ºC. Pero estás tocando a diez centímetros y no te quemas. Me ha impactado muchísimo que la piedra forme esa costra y haga como un escudo térmico.

    Respecto al sonido, me ha impresionado el de la lava cuando se mueve muy despacio. Parecen como cristales rotos. Uno de los geólogos del IGME la definía perfectamente: “es como si rompieras copas de champán muy finitas, como si las metieras en una bolsa y las fueras apretando”. Ese es el sonido que tiene la lava al avanzar. Así es como notan que está en movimiento, porque la ves quieta, pero oyes cristales romperse.

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