¿Qué pierden Afganistán y el mundo con la vuelta de los talibanes?

Hace más de una década, un escritor de National Geographic vio las señales de alarma que provocaba el compromiso de Estados Unidos y que los pequeños y frágiles avances democráticos podrían desaparecer.

Un soldado talibán hace guardia sobre un vehículo de combate Bradley en Kabul. El vehículo militar es uno de los mucho que los talibanes capturaron cuando las fuerzas del ejército afgano abandonó las bases militares. El 15 de agosto de 2021, los talibanes marcharon sobre la capital provocando la caída repentina del gobierno afgano y poniendo fin a dos década de presencia militar estadounidense.

 

Fotografía de Juan Carlos
Por Robert Draper
Publicado 23 ago 2021, 15:22 CEST

A medida que Afganistán caía provincia a provincia en manos de los talibanes y los militares estadounidenses se buscaban las vueltas para evacuar a los que querían escapar, me acordé de un desagradable incidente que viví mientras hacía un reportaje en el país para National Geographic.

Estaba con el fotógrafo David Guttenfelder a finales de la primavera de 2010 para escribir sobre como los agricultores que cultivaban amapolas para subsistir se habían visto obligados a financiar a los talibanes después de que sus milicias se hicieran con el control del tráfico de opio afgano. Estuve en Afganistán una vez antes, en 2005, para hacer un perfil del presidente Hamid Karzai para GQ. Como fotógrafo jefe de Asia para Associated Press, Guttenfelder había estado incrustado en unidades del ejército de Estados Unidos en Afganistán en varias ocasiones desde los ataques terroristas del 11-S.

Policías afganos se toman un descanso en un campo de amapolas de la provincia de Badajshán en el norte del país. En 2010, el escritor Robert Drapper y el fotógrafo David Guttenfelder viajaron por la región para informar sobre los esfuerzos para cerrar las granjas de amapolas que daban materia prima al tráfico ilegal de opio, que los talibanes estaban usando para financiar sus operaciones.

Fotografía de David Guttenfelder, Nat Geo Image Collection
Izquierda: Arriba:

Unos hombres fuman opio mientras el sol se cuela entre los agujeros de bala de un contendor en Kabul. La presencia de esta droga en Afganistán se remonta a la época de Alejandro Magno. Los registros históricos datan la entrada de las amapolas en el país hace 300 años.

Fotografía de David Guttenfelder, Nat Geo Image Collection
Derecha: Abajo:

Un afgano compra tomates en el mercado central de Kabul más de una década antes de que los talibanes reconquistaran la ciudad y desataran el caos. Kabul se había convertido en una ciudad más próspera y cosmopolita que cuando estaba bajo control talibán en la última década del siglo XX.

Fotografía de Photographs by David Guttenfelder, Nat Geo Image Collection

Pese a su conocimiento de Afganistán, ni siquiera él estaba preparado para la experiencia de recorrer las provincias afganas más remotas y en ocasiones sin ley. Viajábamos de la manera más furtiva posible, con bufandas y conductores que esperábamos fueran honestos. En Badajshán, en la frontera septentrional con Tajikistán, la calles rurales por las que habíamos pasado por la mañana estaban controladas por los talibanes por la noche. Dos meses después de que nos fuéramos, un grupo de trabajadores de una ONG que gestionaban una clínica oculista fueron masacrados por milicias islamistas. En Nangarhar, al este de Kabul, nos quedamos en el cuartel de la escocesa Linda Norgrove, la hospitalaria directora regional de USAID, Linda fue capturada por los talibanes y murió en un intento de recate.

El incidente que me ha venido a la memoria ocurrió mientras estábamos viendo cómo viajar Badajshán. Un equipo militar de EE. UU. accedió a llevarnos hasta allí en helicóptero. Llegamos al aeródromo con nuestro interprete afgano, pero, mientras a nosotros nos apresuraban a embarcar, un soldado estadounidense le dijo al interprete que volviera a la oficina para rellenar unos papeles. Entonces, el copiloto cerró la puerta de golpe, se subió a su puesto y el piloto despegó.

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    A principios de agosto de 2021, las tropas afganas todavía retenían un puesto militar en una colina del distrito de Arghandab, en la provincia de Kandahar. Las tropas no pudieron detener a los talibanes en su ofensiva para conquistar la segunda ciudad más grande del país y su antigua capital.

    Fotografía de Juan Carlos
    Izquierda: Arriba:

    Ciudadanos afganos se agolpan en un ciber café de la ciudad para pedir visas para emigrar a EE. UU. Miles de afganos que han trabajado como intérpretes y traductores para los estadounidenses temen por su vida.

    Fotografía de Paula Bronstein, Getty Images
    Derecha: Abajo:

    Afganos buscando el status de refugiados muestran documentos para pedir visados mientras se reúnen en un parque del centro de Kabul después de una pequeña protesta el 4 de agosto de 2021. Gracias a este programa de visados el primer grupo de afganos llegó a Estados Unidos en julio.

     

    Fotografía de Photographs by Paula Bronstein, Getty Images

    Guttenfelder y yo protestamos. Las explicaciones del copiloto - demasiado peso, que no había suficiente espacio, o lo que fuera- eran superficiales e inmunes a cualquier cosa que nosotros pudiéramos decir. A los pocos minutos, estábamos camino de Hindu Kush. Mientras, nuestro interprete se había quedado en una región en la que no conocía a nadie, lo que le ponía en serio peligro. Tras varias semanas de autostop y dormir en el suelo de extraños, consiguió volver a salvo a Kabul.

    Es de suponer que todo el mundo en Afganistán era consciente de que llegaría el día ene el que el ejército de EE. UU y sus aliados se iría y dejaría al pueblo afgano a los mandos de su destino. Aun así, la decisión del presidente Joseph Biden de mantener la promesa de su predecesor, Donald Trump, de retirar las 2500 tropas que todavía estaban en el país llegó de golpe, con pocas explicaciones sobre el momento elegido. Además, el repentino resurgir de los talibanes y su victoria aplastante sobre el ejército afgano y sus 300 000 efectivos (pese a contar con una cuarta parte de soldados) augura un final que parece menos afortunado que el que vivió nuestro interprete 11 años antes cuando los estadounidenses no le dejaron subir al helicóptero.

    Un soldado estadounidense protegiendo la entrada del Aeropuerto Internacional Hamid Karzai de Kabul grita a dos mujeres enfrente suyo mientras sus compañeros intentan controlar a la muchedumbre de miles de afganos que intentan entrar en el aeropuerto para ser evacuados.

    Fotografía de Juan Carlos

    La rápida rendición del ejército afgano no debería ser una sorpresa para la Administración Biden. Si ha habido una constante las últimas dos décadas, es esta: los líderes políticos de EE. UU. no paraban de alabar las crecientes capacidades de las fuerzas de seguridad afganas, para inmediatamente no responder cuál sería las fecha precisa para el fin de la presencia estadounidense en el país. La ardua tarea de montar un ejército afgano autosuciente siempre se veía limitada por una dura realidad. Esta realidad es: los instructores occidentales no viven allí. Los soldados afganos sí, y también los talibanes. He oído este mantra una y otra vez de boca de agricultores, imanes y talibanes: el tiempo estaba de su parte. Se esconderían el tiempo que fuera preciso, hasta que el presidente de EE. UU. finalmente se diera cuenta de que la perspectiva de estar empantanado en una guerra sin fin era políticamente desagradable. Mientras, los talibanes no rinden cuentas con ningún electorado.

    Tirando en dirección opuesta a la decisión de abandonar Afganistán están los numerosos avances que había conseguido el país en los últimos 20 años en los que se ha mantenido, más o menos, a ralla a los talibanes. Se han celebrado elecciones democráticas en todas las provincias, un gran logro pese a la considerable resistencia, siva como ejemplo el deuna mujer de la provincia de Paktika que se presentaba al Parlamento que me dijo que dudaba de sus opciones, dado que un grupo de hombres iba puerta a puerta confiscando las papeletas electorales de las mujeres. "Mira",me dijo Karzai cuando le comenté el tema en 2005; "si una mujer de Paktika puede presentarse para el Parlamento, ¡no sabes lo que significa! ¡Significa un enorme progreso!". Se abrieron ecuelas para las niñas después de que los talibanes prohibieran su educación. La erradicación de los campos de amapolas que habían ayudado a financiar a los talibanes progresaba adecuadamente, al menos en algunas provincias.

    Izquierda: Arriba:

    Una estudiante de 15 años levanta la mano en una clase en el instituto de Zarghona en julio de 2021. Este es el colegio femenino más grande de Kabul, a él atienden 8500 estudiantes. Los afganos temen que los talibanes vuelvan a prohibir que las mujeres y niñas estudien, trabajen y tengan vida pública.

    Fotografía de Paula Bronstein, Getty Images
    Derecha: Abajo:

    Combatientes talibanes recorren las calles de Kandahar, una ciudad especialmente significativa para el grupo. Mullah Omar, el fundador de los talibanes, nació cerca de la ciudad y gobernó Afganistán desde Kandahar cuando sus fuerzas controlaban el país.

    Fotografía de Juan Carlos

    Pese a todo, la generosidad estadounidense y de sus aliados jugó un papel determinante. En 2010, me encontré un asombroso número de proyectos económicos financiados por Occidente. Solo en la provincia de Nangarhar, esto incluía un telar impulsado por energía hidroeléctrica, nuevos puentes y canales de irrigación, presas, una cooperativa de mujeres costureras, una fábrica de patatas fritas, una planta de procesamiento de miel, una fábrica para hacer mermeladas y un gran mercado en la ciudad de Jalalabad. Por ello era desconcertante escuchar al subdirector del mercado decirme: "Este país sigue en guerra. No nos podemos mantener por nosotros mismos. Si un país lleva en guerra 30 años, necesita 80 años para reconstruirse".

    "¿80 años para reconstruirse?", pensé. El comentario del subdirector enlazaba con un sentimiento que unas semanas más tarde oí a un oficial estadounidense en la base de Marjah, una ciudad en la peligrosa provincia de Helmand, en el sur del país cerca de la frontera con Pakistán. Este oficial alardeaba constantemente de lo beneficioso que podía ser el papel de EE. UU en Afganistán y apuntaba muchos de los programas que veía para la población local: "¿Por qué no montar una cooperativa de pollos para que puedan vender sus huevos aquí en Marjah? ¿En lugar de solo producir algodón, por qué no fabricar hilo? ¿Una fábrica química que emplee a 30 personas?".

    Izquierda: Arriba:

    Simpatizantes de los talibanes se reúnen cerca del aeropuerto de Kandahar junto a una base militar desmantelada. El aeropuerto tuvo en su día la pista de despegue con más tráfico del mundo debido a las operaciones militares estadounidenses en la región.

    Fotografía de Juan Carlos
    Derecha: Abajo:

    Gente embarcando en el avión enviado por el Gobierno de España para evacuar a sus ciudadanos de Kabul el 18 de agosto. El avión se dirigió a Dubai, donde otro avión continuó con la evacuación. España ya ha organizado cuatro expediciones de evacuación del país, en las que han ido funcionarios españoles y muchos afganos que colaboraron con las autoridades españolas en los últimos 20 años.

    Fotografía de Photograph, via Europa Press, Associated Press

    Yo pensé: "Nunca se han hecho inversiones a esa escala en las comunidades estadounidenses más pobres y golpeadas por la violencia. ¿Podrían los ciudadanos estadounidenses apoyar ese gasto de dinero público en Afganistán? ¿Lo harán durante 80 años?". Las preguntas se respondían solas.

    Más difícil de responder, al menos para mi, es la pregunta de si la democracia es viable en un país con estructuras tribales centenarias. La Administración de George W. Bush, que fue la que inició la invasión estadounidense en 2001 un mes más tarde de los atentados del 11-S, directamente pensó que esa pregunta era ofensiva. Y, puede que lo sea, no hay duda de que el pueblo afganos, y especialmente las mujeres y niñas que sufrieron tantos abusos y violencia bajo el régimen talibán, tienen tanto derecho a tener una oportunidad de autodeterminación como cualquiera.

    Cientos de personas corren junto a un C-17 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos mientras recorre la pista de despegue del aeropuerto de Kabul el 16 de agosto. Algunos se colgaron del avión mientras despegaba y perdieron la vida en ello.

    Fotografía de Photograph, via Associated Press

    Pero, lo que merece la gente y si están dispuestos a pagar el precio necesario para conseguir lo que se merecen son dos cosas muy distintas. Para EE. UU, el precio de la democracia fue una revolución contra la monarquía británica seguida de una Guerra Civil y más de un siglo, que no ha acabado, de lucha por la justicia social. Con el colapso del ejército afgano, la perspectiva de una revuelta contra los talibanes parece más un acto suicida.

    ¿Deberían EE. UU y sus aliados haberse quedado y pagado la factura?¿Era la presencia de 2500 tropas estadounidenses a cambio de proteger un país frente a unos fanáticos que apoyan el terrorismo una inversión tan ilógica? ¿Mucho más ilógica que la presencia cuasi permanente del ejército estadounidense en Irak o Corea del Sur?

    Pero como apuntá Biden, ya no estamos en 2001. "Hoy en día el terror se ha metastatizado  más allá de Afganistán", aseguró mientras comparecía ante los corresponsales de la Casa Blanca para explicar la acelerada retirada. Los terroristas islámicos ya no tenían en Afganistán su único santuario. Como descubrí cuando viajé a Niger para National Gerographic a finales de 2018, grupos extremistas y violentos se han refugiado y reunido fuerzas en cada uno de los países vecinos de Niger: Libia, Argelia, Mali y Chad. Estos grupos se han expandido por Oriente Próximo y el sur de Asia.

    Un soldado afgano patulla por las montañas cercanas a Kandahar en los días previos a la toma de la ciudad por los talibanes.

    Fotografía de Juan Carlos

    Por lo tanto, desde un punto de vista de la seguridad de EE. UU, parecería difícil de justificar la presencia en Afganistán. Desde un punto de vista humanitario, el espectáculo dantesco de los interpretes afganos y otras personas que ayudaron a los invasores quedándose abandonados tras la rápida conquista de los talibanes es insoportable. ¿Es Afganistán un sitio mejor hoy que lo que era el 7 de octubre de 2001, cuando EE. UU inició sus operaciones en Kabul y Kandahar?

    Casi con toda seguridad, la respuesta es sí, aunque esos logros podrían durar poco si el armamento estadounidense acaba en manos de los talibanes. Incluso si no lo hace, la aportaciones positivas de los occidentales a las vidas de los afganos serán menos perceptibles con el paso del tiempo y terminarán por olvidarse. Los talibanes lo saben. Nunca se fuero, porque eran conscientes de que, un día, nosotros sí lo haríamos.

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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