¿Qué les espera a las mujeres que no han podido salir de Afganistán?

Para las mujeres afganas, las pequeñas victorias conseguidas estos últimos 20 años afrontan un incierto futuro bajo el nuevo régimen talibán, así lo ven estas exiliadas.

Mujeres afganas en una excursión por la presa eléctrica de Bandi Bargh, esta es una de las actividades que posiblemente no puedan hacer bajo el régimen talibán.

Fotografía de Kiana Hayerti
Por Nina Strochlic
fotografías de Kiana Hayeri
Publicado 2 sept 2021, 10:38 CEST

En los últimos meses, Naheed Esar se ha pasado los días asentándose en su nueva vida como estudiante de doctorado en la ciudad universitaria de Fayetteville, Arkansas (Estados Unidos). Por la noche, cuando su familia en Afganistán se está despertando, les llama. "Nos intentamos calmar mutuamente", dice; "pero siempre empiezo con: ¿estáis vivos? ¿Dónde está mengano, dónde está fulano?". No duerme mucho.

Durante 20 años, las mujeres en Afganistán han ido al colegio, iniciado carreras profesionales y luchado para conseguir cierta igualdad social con los hombres. Se han convertido en artistas, activistas, representantes políticas o actrices. Ahora, Esar y millones de mujeres están aguantando la respiración ante la repentina reconquista del poder por parte de los talibanes. Miles de mujeres están huyendo del país o escondiéndose para ver que les depara el incierto futuro.

Los últimos seis años, Esar, de 33, ha trabajado para el gobierno afgano, empezó como experta de genero en el palacio presidencial y terminó siendo viceministra de Exteriores. Ya para entonces, las amenazas eran constantes: Esar viajaba con cinco guardaespaldas en un vehículo blindado y los perros de los artificieros olfateaban su casa una vez a la semana en búsqueda de bombas. Tras el acuerdo de paz firmado entre EE. UU y los talibanes en 2020, las perspectivas para ella -y para millones de afganas con ambiciones personales- de continuar con su vida eran cada vez más sombrías.

Esar empezó a preparar su marcha. "Me dí cuenta de que si me quedaba, no podría abandonar Afganistán con vida", afirma.

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    Las calles de Kabul están llenas de barricadas de hormigón anti-explosiones, una señal de la precaria seguridad que había incluso antes de que la capital cayera en manos de los talibanes.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    Cuando los talibanes controlaban el país entre 1996 y 2001, prácticamente se prohibió la educación de las mujeres, crímenes como el adulterio se castigaban con la lapidación o azotamiento y era obligatorio que las mujeres fueran acompañadas por un hombre al salir de casa. Tras la invasión liderada por EE. UU. que expulsó a los talibanes del poder, conseguir la escolarización de mujeres y niñas fue uno de los objetivos principales. Hoy, la mitad de las afganas de entre 15 y 24 años saben leer, un ratio de alfabetización femenina que dobla las cifras de 2000. Y, aunque su inclusión en el mercado laboral sigue siendo menor que en la mayoría de los países del mundo, un creciente número de afganas han formado parte del gobierno, han sido funcionarias y han trabajado en los medios de comunicación. Más de un cuarto del Parlamento está reservado para mujeres en un país de 39 millones, un porcentaje mayor que en Estados Unidos.

    Cuando cayó Kabul a mediados de agosto, el aeropuerto se convirtió en la meta para aquellos que intentaban huir del gobierno talibán y sus represalias. Más de 120.000 civiles han salido del país por esa vía desde que cayó el país, pero días antes del final de la presencia estadounidense todavía había 250.000 afganos que podían pedir visados para EE. UU que seguían en el país. Miles de personas más que creen que podrían ser objetivo de las represalias de los talibanes esperaban ayuda para salir antes de la retirada de las tropas de EE. UU el 31 de agosto. De ellas muchas no pudieron salir, aunque el presidente de EE. UU., Joseph Biden, calificó la operación de un éxito.

    Entre los que esperaban una última vía de escape había mujeres periodistas, parlamentarias, artistas, miembros de la comunidad LGTBI , traductores del ejército estadounidense y muchos otros que temen por su vida bajo el régimen talibán. Las grandes organizaciones humanitarias y esfuerzos privados han recibido mucho apoyo, pero han conseguido un éxito logístico limitado.

    Hombres y mujeres se apretujan en un aula de la Acedemia Mawoud de Kabul el 20 de marzo de 2021. Más de dos años antes un terrorista suicida detonó una bomba en una clase de álgebra y mató a más de 40 estudiantes, la mayoría de ellos hazaras, una etnia minoritaria.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    A través del laberinto de burocracia militar del aeropuerto, un puñado de evacuados afganos ha conseguido subir a aviones y salir del país. Una docena de adolescentes pertenecientes al equipo de Robótica de Mujeres Afganas aterrizó en Doha en un vuelo especial organizado por el Gobierno catarí. Una de las primeras alcaldesas del país, Zarifa Ghafari, pudo salir a escondidas y llegar a salvo hasta Alemania después de decirle a prensa que estaba esperando a que la mataran. Estudiantes del único internado femenino del país llegaron a Ruanda después de que su fundadora quemara todos los registros escolares. (La fundadora Shabana Basij-Rasikh fue una Emerging Explorer de National Geographic en 2014)

    Naheed Esar dejó Afganistán el 17 de diciembre de 2020, en dirección a Pakistán, donde tenía una entrevista para pedir un visado que la permitiera hacer un doctorado en antropología en la Universidad de Arkansas.

    Mientras esperaba, los talibanes se hacían con más y más partes del país. Cuando llegó la visa de Esar a mediados de julio, su padre la insistió en que se fuera directamente de Pakistán a EE. UU. "¿Y si el aeropuerto de Kabul se colapsa?", le preguntó. Esar, no se podía imaginar que eso pudiera llegar a pasar. Aterrizó en Arkansas a finales de julio y ha cambiado las cosas que tenía en Kabul por ropa de segunda mano y mobiliario donado por profesores de la Universidad.

    Mina Rezai acude a sus clases de conducir en Kabul el 15 de febrero de 2021. Aunque las mujeres conductoras seguían siendo una minoría en Kabul, había habido un aumento del numero de mujeres que aprobaban el examen de conducir en los últimos años. Fuera de Kabul, las conductoras seguían siendo tabú.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    Cuando cayó Kabul, la promoción afgana de las becas Fulbright de 2021 ya tenía sus visados, dice Esar. Con los que tiene contacto han conseguido llegar a Estados Unidos. No los ha conocido en persona, pero hablan por WhatsApp y les anima a salir de las redes sociales, centrarse en sus estudios y aprovechar la oportunidad.

    Había soñado en un día poder abrir un centro de investigación puramente afgano. Ahora no sabe si podrá volver a su país alguna vez.

    Esar viene de una larga estirpe de mujeres luchadoras. Su abuela lucho en la guerrilla contra los soviéticos en los años 80 y después fue la responsable del gobierno municipal local. Bajo el régimen talibán, su madre puso en marcha un colegio ilegal para 60 niñas. Esar, que entonces tenía siete años, se autoproclamaba directora. Pero ahora parece que su familia ha perdido la esperanza. Su abuela ha fallecido y, según dice, su madre ya no quiere volver luchar. Sus padres hablan de irse, algo que antes nunca se habían planteado. Las posibilidades de poder escapar son menores cada día.

    El 18 de febrero de 2021, la cantante Aryana Saeed espera a que su maquillador personal le arregle el pelo mientras su prometido Hasib Sayed le hace fotos para sus redes sociales antes de grabar un episodio del "Afgan Star", un concurso de talentos de la televisión. Las amenazas contra el programa la obligaron a ella y a otras participantes a buscar pisos francos durante la producción. Saeed y Sayed huyeron de Afganistán el 17 de agosto.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    Salir con vida

    Sin un plan claro ni amplio para que los evacuados pudieran llegar a aeropuerto de Kabul, la responsabilidad de ayudar a los afganos escapar ha recaído sobre aquellos con fuertes lazos y conexiones con el país.

    Shannon Galpin no ha tocado la cama en 11 días. Algunas veces se tumba vestida en su sofá de Edimburgo (Escocia) y cae en un duermevela, lista para saltar si suena el teléfono con noticias sobre las evacuaciones. Hace casi una década, en Afganistán, Galpin ayudó a poner en marcha el Equipo Ciclista Femenino Afgano. Se pasó los años siguientes apoyando a las afganas que querían llegar a ser deportistas.

    En 2020, había equipos femeninos en siete provincias y cinco carreras ciclistas femeninas por todo el país, al igual que competiciones de BMX y de ciclismo de montaña. El deporte, como la cultura y el arte, pueden ser una forma de rebelión, dice Galpin, que es estadounidense. "Es universal que la bici está ligada a los derechos de las mujeres", continúa; "es un vehículo de libertad y movilidad. Eso es la base de tu independencia e igualdad".

    La artista Rada Akbar tuvo que cancelar su exposición de arte Abarzanan, o Supermujeres, en la que homenajeaba a mujeres afganas pioneras debido a temores por la seguridad. En su lugar, emitió por internet un vídeo para recordar a las víctimas de ataques terroristas. "Para mí, es un insulto y una falta de respeto cuando la gente no ve [a las afganas] como si hubiéramos empezado a existir en 2001", dice; "el mundo necesita conocer la historia de las mujeres en Afganistán". Tras la caída de Kabul, Akbar pudo escapar a París.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    El 15 de agosto, el presidente afgano, Ashraf Ghani, huyó del país y los talibanes tomaron el palacio presidencial, algunas figuras de la comunidad global de escaladores, ciclistas y otros deportes de aventuras empezaron a hacer una base de datos para la evacuación. La lista de 400 deportistas y entrenadores afganos incluye el equipo nacional femenino de escalada, el club de esquí de Bamiyan, corredoras de maratón, corredoras de ciclismo de montaña, un grupo de parkour, equipos femeninos de baloncesto y fútbol. Galpin y sus colegas enseguida reunieron y compartieron rutas seguras hasta el aeropuerto, teléfonos de empresas de seguridad privadas y contactos para vuelos privados.

    En cualquiera de estos días, Galpin coordina la evacuación mediante 20 hilos de mensajes diferentes. Su bandeja de entrada está llena de grabaciones de lloros desesperados, informes de patrullas talibanes yendo puerta por puerta y, a veces, mensajes hostiles que ella entiende como frustración pura y dura. "Ahora, 11 días después, ¿cómo puedes decirles: 'Lo siento, tienes que esperar'?", se pregunta; "es descorazonador. Lo que estamos haciendo en comparación con el miedo que están viviendo nunca va a ser suficiente".

    Galpin empezó a recaudar fondos para ayudar con los costes. Un taxi para ir al aeropuerto que antes costaba menos de 10 euros, ahora cuesta casi 4000 euros y lo tiene que hacer una empresa privada de seguridad. Galpin apeló a la comunidad ciclista que había apoyado a los equipos afganos en años anteriores y consiguió reunir más de 30.000 euros.

    El 1 de marzo de 2021 en Kandahar, la mujeres hacían cola para registrarse en una oficina del Departamento de Refugiados y Repatriaciones. En aquel entonces, la mayoría de la gente que llegaban eran desplazados de los distritos de Arghandab y Panjwai, en los que el avance talibán llevaba siendo imparable durante meses.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    La recolecta de Galpin es una de muchas. El fundador de una cuenta de Instagram que hace memes lanzó GoFundMe para pagar vuelos privados de evacuación y recaudó casi 4,3 millones de euros en 24 horas. Una semana más tarde, ya eran casi 6 millones de euros.

    Pero el dinero era solo uno de los factores necesarios para sortear el caos y la fecha límite de la salida de las tropas estadounidenses. Se estima que el precio de un asiento en un avión de evacuación cuesta unos 1000 euros, pero algunos vuelos han despegado con menos de un cuarto de sus pasajeros debido a las trabas logísticas que impedían que los pasajeros embarcaran. Al principio, los talibanes permitían acceder al aeropuerto, pero durante la última semana cerraron la carretera de acceso y se paraba a los coches en controles policiales. El 27 de agosto, dos atentados bomba, reivindicados por el Estado Islámico, en las inmediaciones del aeropuerto dejaron casi 200 muertos y más de 200 heridos.

    Esta caótica situación y los constantes cambios regulatorios, obligó a que la evacuación se hiciera con cuentagotas. Por ahora, Galpin cree que unas 50 personas de su lista de 400 han podido salir, pero no lo sabrá con seguridad hasta unos días después de la retirada final del ejército de EE. UU. "Esto no acaba el 31", avisa; "en ese momento tenemos que ocuparnos de los que se quedan atrás".

    Una ciclista, que estaba en la zanja de desagüe que cruza la puerta de entrada del aeropuerto de Kabul donde los afganos se han concentrado, gritaba a los soldados que controlaban la entrada que estaba en la lista de embarque. "Dije que era un vuelo ugandés, el soldado británico se río", escribió a Galpin. Tras horas de llamadas de teléfono, la mujer pudo subir a al avión. Estaba prácticamente vacío.

    Estudiantes de la provincia de Daikundi van hacia el campus de la única universidad pública de la región, que se situaba en lo alto de una montaña en las afueras de la ciudad de Nili. Los estudiantes que no podían permitirse coger una furgoneta o una moto andaban una o dos horas diarias para llegar al centro.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    Un futuro incierto

    Por ahora solo podemos intuir que será del Afganistán talibán.

    Lo líderes del grupo ultrarreligioso han puesto en marcha sus aparatos de relaciones públicas para intentar mostrar una cara más amable, pero ya hay soldados talibanes que se niegan a permitir que las mujeres, estudiantes y profesoras, entren en la universidad de Herat, una ciudad en el oeste de Afganistán y se han cerrado las escuelas femeninas en otras provincias desde que llegaron los talibanes. A las mujeres que han ido a comprar solas a los mercados de Mazar-i-Sharif les han dicho que vuelvan acompañadas de un protector masculino. Se ha despedido a las presentadoras de televisión. La realidad del día a día no es nada tranquilizadora.

    Durante dos décadas, el acceso de las mujeres a la educación en las plazas fuertes de los talibanes ha variado mucho. En algunos distritos, las mujeres podían viajar y asistir a las universidades gubernamentales. En otros, no hay ni siquiera escuelas de educación primaria para las niñas. En la mayoría, la educación se restringía cuando las niñas llegaban a la pubertad.

    "El Emirato Islámico está comprometido con los derechos de las mujeres en los márgenes de la Sharía", afirmó Zabihullah Mujahid, un portavoz talibán, en una rueda de prensa el 17 de agosto; "nuestras hermanas, nuestros hombres tienen los mismos derechos; podrán ejercer esos derechos... Van a trabajar con nosotros, codo con codo con nosotros".

    Para Rada Akbar, estar promesas parecen vacías, cuando no oscuramente irónicas. Akbar, fotógrafa, pintora y activista de Kabul ha sido abiertamente crítica con los talibanes. Este año, apareció en una lista de objetivos de asesinato. "Los talibanes han estado apuntando a mujeres como yo y mis amigas los últimos 20 años", dice. "La gente tiene que ser muy crédula si cree que han cambiado. ¿Dos décadas de matanzas y destrucción y de la noche a la mañana han cambiado? No. Son iguales". 

    Mujeres y niñas se reúnen a las afueras del pueblo de Kohna Deh, en el distito de Nili, para lavar ropa, mantas y otros tejidos el día antes del Nowruz, en una tradición conocida como Khana Tekaani o agitar la casa.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    "La ironía es que cuando tomaron Kabul anunciaron una amnistía y dijeron: 'Perdonamos a todos los afganos'. ¿Qué significa que nos perdonáis? Nos habéis matado. Habéis matado a nuestras amigas y compañeras. ¿Me perdonáis porqué? ¿Por ser una artista? ¿Nos perdonáis por perder la vida?".

    Hace tres meses, la familia de Akbar se reunió para comer y hablaron sobre irse. Su madre se opuso frontalmente, la familia se había ido a Pakistán en 1996 cuando los talibanes llegaron al poder. No volvería a ser una refugiada. Aun así, Akbar estaba preocupada y empezó a mandar sus pinturas y discos duros a sus amigos en el extranjero.

    Miembros del taller de yoga de Momtaz hacen un picnic y practican yoga en el Palacio Chihilsottun de Kabul. El fundador del taller empezó en una oficina de una empresa de informática y por el han pasado más de 500 estudiantes.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    El 15 de agosto, Akbar recibió una llamada angustiosa de una amiga fotógrafa de Kabul. "¡Rada!", Le gritó; "¡Están viniendo! ¡Están viniendo!". Akbar soltó su almuerzo a medio comer y condujo hasta la Embajada de Francia dejando tras de sí una gran parte de una década de trabajo. Tras unos días en la delegación francesa, fue trasladada al aeropuerto en un convoy de 15 furgonetas y vehículos blindados. Hubiera querido que lo hubieran hecho de noche para no ver su ciudad tomada por los soldados talibanes. Ahora, está en cuarentena en un hotel de París con cientos de compatriotas esperando a saber dónde irán. Su familia está dispersa por Alemania, EE. UU, Francia y Turquía.

    Dentro de poco habrá miles de refugiados afganos por todo el mundo y muchos más que se han quedado atrás sin vías de escape. "Cuando los estadounidenses expulsaron a los talibanes, se hizo un esfuerzo por ayudar de verdad a estas mujeres. Y, tras 20 años, se han conseguido tantas cosas en educación y vida personal", dice Melanne Verveer, que dirige el Instituto de la Mujer, la Paz y la Seguridad de Georgetown (EE. UU). "La idea de que todo eso se borre es algo que realmente está teniendo un impacto en la gente que se pregunta: '¿Dios mio, qué les va a pasar ahora?".

    Aun así, según los datos del instituto, Afganistán seguía siendo el segundo peor país en el que ser una mujer debido a la inestabilidad y la violencia de género.

    Miles de personas celebrando el festival de primavera de Nowruz viajan horas o días a una aldea remota de Afganistán llamada Nalij. El pueblo ha organizado una celebración durante casi un siglo. Durante el régimen talibán, la festividad se prohibió debido a sus tradiciones paganas.

    Fotografía de Kiana Hayerti

    Las mujeres ganaron un poder político significativo en los últimos casi 20 años, pero ahora su futuro es incierto. Algunas líderes políticas dijeron que la vuelta al régimen talibán era inaceptable, pero otras apuntaban a que esperaban que hubiera espacio para las voces femeninas y valores islámicos.

    "Todavía no sabemos bien qué quieren los talibanes que perdamos y qué quieren que sacrifiquemos", decía Shinkai Karokhail, una parlamentaria y activista de los derechos de las mujeres, en un artículo de National Geographic de 2020; "No estamos en contra de la paz, no estamos en contra de que vuelvan los talibanes [a la política de] Afganistán si con eso se termina la guerra".

    Durante la presidencia de Barack Obama, Verveer fue la primera embajadora de Estados Unidos para Problemas Globales de las Mujeres. Durante un viaja a Afganistán, se reunió con un grupo de mujeres periodistas. Una de ellas le entregó un ramo de flores de plástico y le recordó un dicho: "Una flor no traerá la primavera, pero muchas sí". Hizo un gesto hacía las periodistas en la sala en referencia a que la primavera había llegado.

    Este recuerdo acecha a Verveer, que ahora se ha lanzado a una campaña llamada Protege a las Afganas, que ha ayudado a evacuar mujeres jueces, periodistas y activistas de los derechos humanos. "No puedo evitar pensar que el invierno se ha convertido en un invierno terrible".

    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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