Las fotos e historias de los árboles más espectaculares del archivo National Geographic

Desde las secuoyas hasta los cerezos en flor, los archivos de National Geographic atesoran una larga historia de amor con los árboles.

Por Cathy Newman
Cerezo en flor en un jardín público de Kanazawa, Japón

Eliza Ruhamah Scidmore, escritora, fotógrafa y editora de National Geographic en sus inicios, visitó Japón por primera vez en 1885 y quedó encantada con los cerezos en flor, como éste, en un jardín público de Kanazawa. Al regresar a Washington, D.C., pidió a los funcionarios que plantaran esos mismos árboles alrededor del Capitolio. El 27 de marzo de 1912, se plantó el primero de los 3.000 cerezos (regalos del gobierno japonés) alrededor de la cuenca de las mareas. Cuando murió en 1928, sus cenizas fueron enterradas en Yokohama. Un cerezo descendiente de uno regalado a Washington por Japón domina su tumba. Sus flores caen suavemente en primavera y cubren el suelo con una alfombra rosa.

Fotografía de Eliza R. Scidmore, National Geographic Creative

Cada árbol cuenta un relato. Puede ser un recuerdo de un dolor, una expresión de creencia o una marca histórica. Sobre todo, estos relatos nos hablan de cómo los árboles nutren la tierra y a nosotros. No es exagerado decir que los árboles exhalan para que nosotros podamos inhalar, pero nos enriquecen de otras formas más espirituales. Buda, después de todo, encontró la iluminación bajo un árbol Bodhi en Nepal, un acontecimiento del que se hace eco la observación de John Muir de que "el camino más fácil hacia el Universo es a través de un bosque salvaje".

Como revelan nuestros archivos fotográficos, durante más de un siglo, National Geographic ha utilizado el poder de la imagen para defender y destacar los árboles, especialmente los gigantes irremplazables como las secuoyas que forman la pieza central de los parques nacionales y estatales del oeste de Estados Unidos. En 1921, la National Geographic Society donó 100 000 dólares (94 610 euros) para salvar lo que se convertiría en el Bosque Gigante del Parque Nacional de las Secuoyas de California, entonces en peligro por la tala. El esfuerzo fue encabezado por el primer editor a tiempo completo de la revista, Gilbert H. Grosvenor. En su despacho guardaba una fotografía que tomó de 20 hombres rodeando con sus brazos el gigantesco tronco de la secuoya de 2200 años conocida como General Sherman. "Es como si lo estuvieran protegiendo", decía.

El hijo y sucesor de Grosvenor como editor, Melville Bell Grosvenor, haría lo mismo con las secoyas. Envió al científico más veterano de la Sociedad a un bosque de California para encontrar el "árbol más alto del mundo", una secuoya de 111 metros de altura. Grosvenor mandó hacer un retrato del estupendo árbol con una pequeña figura (que resultó ser él mismo) de pie bajo él. La imagen apareció en la portada del número de julio de 1964, y la Sociedad donó 64 000 dólares (unos 60 500 euros) para un estudio que ayudó a establecer el Parque Nacional de Redwoods en 1968.

La revista volvería fielmente a estos árboles, sobre todo en diciembre de 2009, cuando publicó la imagen de una secuoya de 90 metros de altura en un parque estatal de California. El fotógrafo Michael Nick Nichols y su equipo montaron un árbol cercano y bajaron gradualmente tres cámaras por control remoto para tomar 84 imágenes de arriba a abajo de la gigantesca secuoya. Ken Geiger, el editor de imágenes del reportaje, dijo en su momento que el resultado era "una vista imposible, el equivalente fotográfico a llegar a Marte". No se podía ver el árbol con tanta claridad ni siquiera alquilando un helicóptero".

Nichols logró una hazaña similar para la portada de diciembre de 2012, que presentaba una secuoya de 75 metros de altura coronada de nieve en el Parque Nacional de Sequoia.

Otros árboles menos elevados, pero no menos memorables, han protagonizado las páginas de la revista o residen en sus archivos de imágenes. Algunas de las historias de las fotos son conmovedoras, como la de los árboles catalpa frente a un hospital de la Guerra Civil de Estados Unidos en Virginia, donde Walt Whitman presenció cómo se arrojaban brazos y piernas amputados por una ventana, o la del "árbol superviviente" de pera Callery que quedó en pie tras el atentado del 11 de septiembre contra el World Trade Center.

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      Un retrato del "árbol más alto del mundo" (una secuoya de 111 metros de altura) con el entonces editor Melville Bell Grosvenor de pie bajo él, apareció en la portada del número de julio de 1964 de la revista.

      Fotografía de George F. Mobley, National Geographic

      Algunas de las historias son verdaderamente inspiradoras: el manzano de un bosquecillo en la casa de la infancia de Sir Isaac Newton en Woolsthorpe (Reino Unido), que supuestamente inspiró su momento de eureka sobre las leyes de la gravedad, y el caprichoso árbol de ramas serpentinas del Christ Church College de Oxford(Reino Unido), que fue la inspiración para la percha favorita del Gato de Cheshire en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll.

      Y luego están las imágenes de celebración. En 1885, Eliza Ruhamah Scidmore, la primera mujer escritora, fotógrafa y miembro de la junta directiva de la Sociedad, visitó Japón y quedó encantada con los cerezos en flor que bordeaban el río Sumida de Tokio. Al volver a casa, solicitó a los funcionarios de Washington D.C. que plantaran árboles como ellos. La primera dama, Helen Taft, utilizó su influencia para que la idea despegara (o, mejor dicho, plantara firmemente sus raíces). Los primeros árboles (entre los 3000 donados por el gobierno japonés) se colocaron alrededor de la cuenca de las mareas el 27 de marzo de 1912, y hoy son la gloria primaveral del Festival Nacional del Cerezo en Flor.

      Sin embargo, la sombra de lo efímero persiste. Nada, ni siquiera un árbol milenario, tiene garantizada su condición de eterno. En 1990, el fotógrafo Sam Abell fotografió un árbol boab que, en el austero paisaje de Australia Occidental, se había vuelto blanco con la edad. Cuando la revista publicó la foto, el guía de Abell volvió al lugar para volver a fotografiarlo con la página que contenía la imagen en primer plano. Para entonces sólo quedaba un tronco esquelético. Después de más de 900 años, el boab había sido alcanzado por un rayo.

      Los pinos Bristlecone, como éste de California, se encuentran entre los árboles vivos más antiguos. Convencido de que sus anillos podrían revelar la historia del clima de la Tierra, el dendrólogo Edmund Schulman pasó los veranos buscándolos. En 1953, encontró a su patriarca en las Montañas Blancas de California (Methusalah), un bristlecone con 4676 anillos, entonces, el más antiguo del mundo. En 1964, Donald Currey, un estudiante de posgrado, encontró en Nevada bristlecones que rivalizaban con los de Shulman. Al extraer el núcleo de un espécimen para determinar su edad, la broca se rompió. Currey convenció al Servicio Forestal de cortar el árbol para estudiarlo. Sus anillos eran 4844. El árbol más antiguo descubierto hasta entonces había sido cortado por descuido. Matusalén sigue en pie; su ubicación sigue siendo un secreto.

      Fotografía de Paul Chesley, National Geographic Creative

      Cathy Newman, antigua redactora jefe de National Geographic, escribe para 'The Economist', NPR.com y 'Anglers Journal'. Síguela en Twitter @wordcat12.

      Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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