Esta lechuza puede ver con los ojos cerrados
Estas aves de presa no dejan de sorprendernos.
Vocalizaciones de caza, cabezas giratorias y ojos como platos: las lechuzas son impresionantes. Pero ¿qué más contribuye a la faceta misteriosa de las aves? Y ¿cuáles son algunos de los secretos de su carisma?
Cabezas que rotan
Los ojos de las lechuzas son tan grandes que no pueden moverlos dentro de las cuencas, por eso han desarrollado una rotación de cabeza al más puro estilo de la niña de El Exorcista, todo gracias a un sistema complejo.
Sus cráneos se encuentran sobre un único punto de rotación —lo que permite más movimientos que nuestros dos puntos de rotación— y tienen 14 huesos en el cuello frente a nuestros siete.
Los vasos sanguíneos del cuello de una lechuza son más grandes que en otros animales y se agrandan conforme suben por la cabeza para «no cortar el suministro sanguíneo», explica James Duncan, autor del libro de 2018 Owls of the World.
Caras con radar
Las caras redondas de las lechuzas no solo son adorables: son como antenas parabólicas.
La parte trasera de su disco facial tiene capas superpuestas de plumas rígidas y densas «lo bastante prietas para formar una superficie sólida y dirigir el sonido al oído, como cuando ahuecamos las manos y las colocamos junto a los oídos para escuchar mejor», explica Duncan.
«Al manipular la forma de su disco facial, la lechuza puede dirigir esos sonidos justo al interior del oído».
Gracias a esta audición excepcional, los cárabos lapones —que tienen los discos faciales más grandes— pueden detectar presas bajo 45 centímetros de nieve.
Las lechuzas con discos faciales inferiores, como el búho nival del Ártico, suelen utilizar más la vista que el oído para cazar.
Maestras de la manipulación
Duncan explica que las lechuzas cornudas de Asia meridional son capaces de modificar los discos faciales y crear la apariencia de cuernos.
Quizá lo utilicen para camuflarse o expresar emociones. Los enormes ojos negros de las lechuzas cornudas tienen párpados blancos con ranuras que les permiten ver con los ojos cerrados, literalmente.
Al autillo cariblanco norteño de África se le da especialmente bien esta habilidad de hacerse más grande o desaparecer, según la situación.
Por ejemplo, Duncan afirma que las aves pueden comprimir el plumaje para parecer más pequeñas y hacer que sus plumas se confundan con los árboles circundantes.
O, para intimidar a los agresores, pueden convertirse en «gigantes» extendiendo las alas y ensanchando los ojos.
El cárabo lapón de Norteamérica no tiene que fingir. Son la especie más alta, con casi un metro de alto. La más pequeña es el mochuelo de los saguaros, que se distribuye por el Suroeste de los Estados Unidos y el centro de México y mide unos 12,7 centímetros de alto.
La especie norteamericana, que está en peligro de extinción en California, muestra también una resistencia sorprendente. En 2013, cuando un enorme incendio forestal quemó casi un cuarto del territorio de la especie, no causó daños graves a las aves, según un nuevo estudio publicado en The Condor: Ornithological Applications. Los cárabos todavía anidan en los mismos bosques y su población permanece estable.
Decoradoras creativas
Los mochuelos de madriguera de Florida transforman sus casas subterráneas, no su aspecto.
Allison Smith, estudiante de posgrado del Departamento de Ecología y Conservación de Fauna de la Universidad de Florida, sostiene que los mochuelos rurales que viven en ranchos decoran las madrigueras y su entorno con excrementos de vaca y coyote, mientras que los mochuelos urbanos optan por excrementos de perro y basura. Todos incorporan partes de sus presas y otros objetos naturales.
Esta decoración escatológica puede repeler a los depredadores, atraer bichos deliciosos o servir como ritual de cortejo, según Smith. «Descubrí una madriguera el año pasado con más de 50 colillas de cigarrillos y otra con patas de 72 ranas», cuenta.
Qué gesto tan romántico.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.