La historia de como la búsqueda del yeti llevó a la creación de un parque nacional

Este hombre pasó 60 años buscando al yeti en Nepal y se encontró con lo que él mismo denomina «la mayor tierra salvaje del planeta».

Por Simon Worrall
Publicado 27 nov 2017, 11:07 CET
La montaña de Chamlang
La montaña de Chamlang se eleva sobre el parque nacional de Makalu Barun en Nepal. Daniel Taylor contribuyó a la creación del parque tras explorar la región en busca del yeti.
Fotografía de Colin Monteath, HH, Minden Pictures, National Geographic Creative

En 1951, un explorador británico llamado Eric Shipton que buscaba una ruta alternativa para escalar el Everest descubrió una pisada que parecía pertenecer a un homínido. Sacó una fotografía y el misterio del yeti —término sherpa que significa «hombre salvaje»— hechizó a todo el planeta. Daniel Taylor, autor de Yeti: The Ecology of a Mistery, lleva buscando pistas de este «abominable hombre de las nieves» en la cordillera del Himalaya desde niño.

National Geographic entrevistó a Taylor, que nos habló desde su casa de Virginia Occidental sobre cuál es en su opinión el origen de la huella con aspecto humano, cómo su búsqueda llevó finalmente a la creación de un parque nacional y por qué en una época en la que nos hemos desconectado de la naturaleza tenemos la profunda necesidad de creer en misterios.

Fotografía de Oxford University Press

La prueba clave de la existencia del yeti fue la fotografía de una huella sacada por el explorador británico Eric Shipton en 1951. Háblanos de ese momento y explícanos por qué la imagen de Shipton se considera la piedra de Rossetta de la leyenda del yeti.

La fotografía se sacó en el glaciar de Menlung, al oeste del monte Everest, en la frontera entre Nepal y el Tíbet. Shipton y Michael Ward buscaban una ruta alternativa al Everest cuando se encontraron con las huellas. Shipton era uno de los exploradores del Everest más respetados, así que si [alguien como él] traía la prueba de una huella, tenía que ser una huella real. Nadie lo puso en duda. Pero, ¿qué es?

Lo cautivador de las huellas era que estaban muy marcadas. La nieve estaba dura, por eso en la foto parece una especie de molde de escayola. La segunda característica era que las huellas parecían huellas humanas, pero con un pulgar. Con eso te da la sensación de que estás viendo la huella de un primate, pero también de un homínido. Su gran tamaño —33 centímetros— también sugiere que es un homínido majestuoso, una imagen a lo King Kong. Y los medios lo aprovecharon.

Se han enviado numerosas expediciones en busca del yeti. Haznos una breve cronología.

La más importante fue la del Daily Mail en 1954. Fue entonces cuando despegó la fiebre del yeti, aunque el nombre que le dieron al yeti fue el de abominable hombre de las nieves. Después, el magnate del petróleo estadounidense Tom Slick organizó varias expediciones. En una de ellas participaron 500 porteadores y pasaron seis meses sobre el terreno. Incluso llevaron consigo sabuesos para rastrear su olor.

Más adelante, los editores de The World Book Encyclopedia quedaron cautivados por el yeti y contactaron con Edmund Hillary. Él había creído en la criatura en los años cincuenta, pero dijo que «no deberíamos buscar solo al yeti, sino estudiar cómo vive la gente a gran altura». Así que construyeron una casa a 5.800 metros de altura y llevaron a cabo una serie de experimentos sobre cómo se aclimatan los humanos. Fueron los primeros en establecer la distinción entre la creencia sherpa en el yeti y el yeti como homínido misterioso que vive en las montañas.

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    Explícanos qué te fascinó del yeti cuando oíste hablar de él por primera vez.

    Mi abuela era de Cincinnati; mi abuelo era un vaquero de Kansas. Se conocieron en la facultad de medicina en Kansas City en tiempos difíciles y decidieron irse a la India como médicos misioneros. En 1914 llegaron a una zona cerca de la frontera entre la India y Nepal, una jungla densa y rica que saltó a la fama en libros de Jim Corbett, como Las fieras cebadas de Kumaon.

    Yo entré en escena en 1946, cuando mis padres fueron a la India para hacerse cargo de la gestión de un hospital. Fue una infancia fantástica. Mis abuelos habían comprado una propiedad en la cima de una montaña cerca de la antigua estación británica de Mussoorie. Era un complejo precioso y antiguo, rodeado de selva.

    Un sábado, durante el monzón, vi la famosa imagen de la pisada del yeti en una revista. Conocía a la mayoría de animales de la jungla, por eso cuando el conservador del Museo Británico dijo que pensaba que las huellas pertenecían a un colobino, dije: «¡Esto es indignante! Conozco al colobino, que se balancea en el tejado de zinc todo el tiempo. Esta huella misteriosa de aspecto humano tiene que pertenecer a otro animal».

    Debí acudir a mi padre o a mi abuelo y me dijeron: «Danny, ¡ese es el yeti!». Y yo pregunté: «¿Qué es el yeti?». Me dijeron: «El yeti es un hombre salvaje que vive en las montañas y esa es su huella». En ese momento, saltó la chispa.

    Eric Shipton se encontró con esta huella del «abominable hombre de las nieves» en 1951 y le sacó una fotorgafía. Colocó junto a ella su piolet para que sirviera de escala.
    Fotografía de Topical Press Agency, Getty

    Tu propia búsqueda se centró finalmente en una zona salvaje de Nepal conocida como el valle de Barun. Sitúanos en el terreno y explícanos tu hipótesis sobre qué es el yeti en realidad.

    Debido a su microclima, el valle de Barun contiene más humedad que cualquier otro valle en la cordillera del Himalaya. Esto significa que Barun es una selva muy densa que registra gran cantidad de precipitaciones. Por eso la gente no se estableció allí. Si buscas el último lugar realmente salvaje, es este valle. Es tan denso que muy pocas personas lo han atravesado, ni siquiera los aldeanos que viven junto a él.

    El rey de Nepal me aconsejó que fuera allí. Me dijo: «Si quieres ir al lugar más salvaje donde podría estar el yeti, ese lugar es Barun». Y cuando el rey te dice eso, tienes que ir, porque conoce de verdad este país.

    Cuando llegué al valle, descubrí huellas. Había visto huellas antes, pero estas eran recientes y no me cabía duda de que había encontrado al yeti. La pregunta era qué las había dejado.

    Un cazador local con quien trabajaba dijo que pensaba que lo que había encontrado era una especie de oso arborícola. Nunca había oído hablar de un oso arborícola en esa región. De repente teníamos una explicación para la procedencia de ese pulgar. Un oso que vive en un árbol desarrolla un dedo para poder tener un pulgar oponible. Normalmente, los osos no desarrollan un pulgar oponible. Pero si se pasan la mayor parte del tiempo en un árbol, necesitan ese pulgar para agarrarse a una rama o para romper bambú. Así que pasé dos años intentando averiguar si era una especie, una subespecie o un oso joven.

    Daniel Taylor cree que las huellas del yeti pertenecían a un oso tibetano como el de esta fotografía sacada en el jardín zoológico Kamla Nehru en Ahmedabad, India.
    Fotografía de Joël Sartore, National Geographic Photo Ark

    El análisis de ADN se convirtió en una nueva y poderosa herramienta en la búsqueda del yeti. Háblanos de los análisis que realizó Bryan Sykes en la Universidad de Oxford, Inglaterra, y qué nueva información desveló sobre este misterio.

    ¡Crearon mucha confusión! Un profesor de Oxford hace un llamamiento mundial para conseguir muestras del yeti —pelo, uñas, fragmentos de hueso— y consigue una gran cantidad de muestras de osos y ovejas. A continuación, analiza el ADN y descubre que dos muestras parecen guardar un parecido con los osos, pero no coinciden con ningún animal conocido. La conexión más cercana de ADN es el oso polar, pero presenta secuencias de ADN misteriosas.

    Tras publicar su investigación, el mito del yeti revivió en todo el mundo. Un par de estudiantes de doctorado decidieron revisar su secuenciación de ADN. Demostraron que había cometido un error y que en vez de pertenecer a un nuevo animal se trata de la secuencia incompleta de un animal conocido. De nuevo, volvemos al oso.

    Hacia el final del libro escribes: «Al final de la búsqueda de un hombre salvaje de las nieves, creció una nueva naturaleza». Háblanos del parque nacional de Makalu Barun y de tu trabajo con la comunidad lugar para crear un «sendero del yeti».

    En mi búsqueda del yeti, me había tropezado con la que sin duda era la tierra salvaje más grande del planeta. Pero no era un área protegida. Los aldeanos se estaban asentando y estaban convirtiendo Barun en campos de cultivo. En el lado tibetano, los chinos estaban construyendo una carretera en el valle que está al norte de Barun para poder talar los árboles. Este es uno de los tres o cuatro lugares más majestuosos del planeta, por eso pensé: «¡Tengo que hacer algo para protegerlo!».

    No soy el World Wildlife Fund. Así que decidí seguir con mi patrimonio familiar de soluciones comunitarias en asistencia sanitaria y aplicarla a la protección de la naturaleza, trabajando con la comunidad local para gestionar todo paisaje en vez de simplemente crear zonas. Cuando empecé a mediados de los ochenta, la idea se había considerado, pero nadie la había puesto en práctica. Fue muy emocionante adoptar la idea de conservación participativa a nivel local y ponerla en práctica en el lugar más alto del planeta. Ahora los turistas recorren el sendero del yeti atravesando un parque salvaje y prístino.

    Daniel, has pasado 60 años buscando al yeti. ¿Cuál es tu reflexión final? ¿Y cómo ha cambiado tu vida esta odisea?

    Durante esta serie de descubrimientos, llegué a lo que ahora muchos otros biólogos creen que es una comprensión totalmente nueva de la biología, algo llamado bioresiliencia. Mientras intentamos salvar la vida en sí misma, nos concentramos en la diversidad de ADN. Pero hay ciertas formas de vida como el cuervo, las cucarachas o los mejillones cebra que son mucho más resistentes y pueden soportar los cambios de temperatura y humedad provocados por el cambio climático. La lección del yeti es que debemos valorar y fortalecer la resiliencia en biología si queremos salvar la vida misma.

    Me cambió la vida porque empecé a comprender la vida de una forma diferente. En un mundo cada vez más urbano, es importante entender que formamos parte de la vida, que estamos conectados a la vida. Hay leyendas del yeti por todo el mundo. Hay una leyenda rusa sobre el hombre de la jungla y hay una leyenda china. Esto nos lleva a la pregunta: ¿de dónde viene el ansia humana por estas apariciones de humanoides? Estoy convencido de que viene de la época victoriana, cuando la gente viajaba por el mundo en busca del eslabón perdido.

    El profundo misterio en nuestra esencia es que queremos estar conectados con el más allá. Y necesitamos símbolos que nos ayuden a entender esta conexión. Por eso creemos en Dios, en los ángeles y en el monstruo del lago Ness. A lo largo de la historia de la humanidad y en muchas culturas humanas hemos creado mensajeros del más allá. Y en última instancia, el yeti es uno de ellos.

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