Por qué el fósil del 'eslabón perdido' casi se queda en un cajón

Uno de los mayores retos del siglo XX fue la búsqueda del "eslabón perdido", un ser que conectara a los humanos con sus ancestros prehistóricos; también fue el punto álgido del racismo científico y origen de un profundo debate.

Por Paige Madison
Publicado 21 oct 2024, 14:20 CEST
La calavera del Niño de Taung, descubierta en 1924.

Descubierta en 1924, la calavera del Niño de Taung fue el primer hallazgo de  'Australopithecus africanus' del mundo, aunque la ciencia tardó en aceptar su papel en el árbol familiar de la humanidad.

Fotografía de Photograph Pascal Goetheluck, SCIENCE PHOTO LIBRARY

Comenzó como una curiosidad sobre una repisa de la chimenea, el cráneo fosilizado de un primate se mostraba como un adorno interesante. Sin embargo, pronto ayudaría a desentrañar la historia evolutiva de los humanos, proporcionando las primeras pistas sobre dónde y cómo evolucionó la humanidad, aunque no sin dificultades.

Era la década de 1920 y los científicos buscaban por todas partes fósiles de antepasados humanos. La cuestión de dónde evolucionaron los humanos estaba abierta, y aunque Charles Darwin había afirmado que podría ser África, la mayor parte de la atención en ese momento se centró en Europa y Asia.

La estudiante de anatomía sudafricana Josphine Salmons notó el cráneo a finales de 1924 en la casa de su amigo Pat Izod, hijo del director de la compañía Rand Minds Limited. Se lo mostró a Raymond Dart, su profesor en la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo, que había alentado a sus estudiantes a traer cualquier reliquia fósil interesante. 

Dart estaba interesado en acumular una colección de fósiles en la universidad. Después de haber chocado con anatomistas que trabajaban con ancestros humanos fósiles mientras estudiaba en Londres (Reino Unido), Dart estaba particularmente emocionado por este cráneo de primate debido al lugar donde se encontró.

La presencia de un pariente así en Sudáfrica significaba, pensó Dart, que una "historia completa tolerable" de la evolución de los primates "aún podría ser hallada en nuestras rocas". Así que centró su atención en el lugar del descubrimiento del cráneo, una mina cerca de la aldea de Taungs, Sudáfrica. Preguntándose si podrían surgir otros fósiles interesantes, Dart le pidió al gerente de la mina que recolectara más especímenes. Por suerte, en cuestión de semanas, los trabajadores de la cantera se toparon con otro cráneo que luego llegó a las manos de Dart.

Raymond Dart y una calavera de 'Australopithecus'

Esta calavera de hace 2,4 millones de años (mostrada aquí por su gran defensor Raymond Dart) avivó el estudio de los orígenes de la humanidad pese al rechazo inicial de la comunidad científica. La fotografía de Dart es parte de los Wits University Archives y se publica con el amable permiso de la University of the Witwatersrand, Johannesburg (Sudáfrica).

Fotografía de Photograph provided by Wits University Archives

Este cráneo estaba parcialmente recubierto de piedra caliza, pero Dart lo liberó cuidadosamente, usando las afiladas agujas de tejer de su esposa, para extraerlo. Lo que surgió fue un individuo de aspecto sorprendentemente humano. Era la cara y la mandíbula completas de un niño pequeño, junto con un molde natural de la cavidad cerebral. La cavidad craneal conservó perfectamente la forma del cerebro en un lado, mientras que el otro lado estaba cubierto de "pintorescos" cristales de roca brillantes.

Apodado el Niño Taung por la aldea cercana, el fósil tenía numerosos rasgos que sugerían que era un antepasado humano. Dart señaló que la frente "se eleva constantemente" desde las órbitas de los ojos de una "manera asombrosamente humana". Y los pequeños dientes caninos estaban incrustados en una mandíbula delgada, también rasgos similares a los humanos. La presencia del Niño Taung, argumentó Dart, apoyaba la idea pasada por alto de Darwin, revelando a África como la "cuna" de la humanidad.

Si bien la evolución había sido aceptada en los círculos científicos en la década de 1920, el racismo científico impidió en gran medida que la hipótesis de Darwin sobre los orígenes africanos de la humanidad se popularizara. "La idea general de la época era que África estaba un poco atrasada", reflexiona el antropólogo y National Geographic Explorer Keneiloe Molopyane. "Entonces, ¿por qué encontrarías los orígenes de la humanidad en un lugar así?" 

Al anunciar el fósil en la revista Nature a  principios de 1925, Dart lo declaró un nuevo género y especie de ancestro humano: Australopithecus africanus, el simio del sur de África. El Australopithecus era una "criatura muy avanzada" más allá de nuestros parientes primates vivos, afirmó, y seguramente un "eslabón extinto entre el hombre y su antepasado simio". Pero muchos en la comunidad científica no estaban tan entusiasmados, y el artículo encontró una fuerte resistencia.

Aceptar al Australopithecus significaba renunciar a Europa y Asia como posibles "cunas". También significó desechar otros fósiles que el Niño Taung contradecía en términos de anatomía y teorías sobre el patrón de la evolución. Y lo que es más importante, desafió al fósil conocido como el Hombre de Piltdown. Este supuesto antepasado humano fue encontrado en Inglaterra en 1912. Su gran cerebro y su mandíbula simiesca respaldaban una hipótesis que predecía que el cerebro lideraría el camino en la evolución humana, evolucionando antes que otros rasgos humanos distintivos, como caminar sobre dos pies.

"Taung era todo lo contrario", dice el paleoantropólogo Bernard Wood. El agujero en su cráneo para la médula espinal estaba ubicado directamente en la parte inferior, lo que sugería una criatura que había caminado erguida. El pequeño cerebro del niño Taung indicaba que la postura erguida lideraba el camino en lugar del tamaño del cerebro. En comparación con Piltdown,  la combinación de rasgos simiescos y humanos del Australopithecus puso patar arriba toda la sabiduría aceptada hasta la fecha.

Muchos miembros de la élite científica británica defendían el lugar del Hombre de Piltdown en el árbol genealógico, por lo que el descubrimiento de Dart les pareció ridículo. Descartaron al Niño Taung de la familia humana por completo, declarándolo un joven chimpancé u otro pariente más lejano. El más ruidoso de ellos, el anatomista Arthur Keith, calificó de "absurda" la idea del Australopithecus como ancestro humano.

Se discutieron abiertamente varias razones para el rechazo, como las formas en que el cráneo de un niño podría confundir los rasgos evolutivos con los de la infancia y la incertidumbre de la edad geológica del fósil. Pero otras razones menos científicas acechaban bajo la superficie. "Iba en contra de su visión del mundo de algo que está relacionado con nosotros que venimos de África", dice la paleoantropóloga Lauren Schroeder.

Descorazonado, Dart guardó un manuscrito rechazado de 250 páginas que escribió sobre el fósil en un cajón del escritorio y siguió adelante.

Pasarían décadas antes de que la comunidad científica cambiara masivamente su opinión sobre el Australopithecus, el defensor de Piltdown, Arthur Keith, pasó de llamar al Niño Taung "absurdo" en 1925 a admitir en 1947 que "el profesor Dart tenía razón y yo estaba equivocado". Uno de los factores más importantes fue la exposición del Hombre de Piltdown como un fraude. En la década de 1940, corrieron rumores de que el fósil no era lo que parecía. En 1953, se confirmó que el Hombre de Piltdown era una falsificación elaborada a partir de un cráneo humano y la mandíbula de un orangután, que luego fueron estratégicamente dañados y manchados para parecer más viejos.

El engaño ayudó a trasladar la atención científica a África y a los fósiles que se estaban descubriendo allí. El colega de Dart, Robert Broom, se inspiró en el Niño de Taung y continuó asociándose con mineros en Sudáfrica. Beneficiándose de sus túneles subterráneos y de los métodos para destrozar la roca dura con dinamita, Broom recolectó más y más fósiles de Australopithecus. En particular, el cráneo bien conservado de una adulta apodada "Sra. Ples" en 1947, seguido unos meses más tarde por una cadera y vértebras parciales que confirman sin lugar a dudas que  los Australopithecus caminaban erguidos. A medida que estos descubrimientos se acumulaban, el lugar de África en la historia de los orígenes de ser humano se volvió imposible de ignorar.

Esta monumental aceptación de un ancestro africano reubicó la geografía de los orígenes de la humanidad y ya se descartaba que fueran Europa o Asia. También ayudó a los científicos a aceptar que la postura erguida de nuestros antepasados precedió a sus grandes cerebros.

Sin embargo, el registro fósil seguía siendo escaso, y no fue hasta la segunda mitad del siglo XX que el Australopithecus llegaría a los titulares por algo más que controversia. Medio siglo más tarde, se descubrió el infame esqueleto fósil conocido como Lucy .

Asignada a una nueva especie, Australopithecus afarensis, Lucy ayudó a consolidar el género como una parte importante del árbol genealógico. Un género que vivió hace entre 4 millones y 2 millones de años y probablemente dio origen al nuestro, el Homo.

Pero en el momento del descubrimiento de Lucy, su ubicación no era extraordinariamente controvertida. Los científicos ya habían centrado su atención en África, por lo que nadie se sorprendió de que sus fósiles se encontraran allí. Tampoco les sorprendió que fuera una caminante erguida con un cerebro relativamente pequeño. Ella fue el último alfiler de una saga del siglo XX instigada por el cráneo de un pequeño niño del que la mayoría de nosotros nunca hemos oído hablar.

Aunque el Niño Taung no es un nombre familiar, preparó el terreno para Lucy y los hallazgos posteriores. Para cuando los científicos se toparon con los huesos la Australopithecus afarensis en las colinas de Etiopía en la década de 1970, "la tierra había sido labrada y se había aplicado fertilizante. Solo tenías que poner las semillas y las plantas brotaban", dice Wood. Taung caminó para que Lucy pudiera correr.

Y aunque la aceptación de este pequeño cráneo llevó décadas, Dart fue el que rió el último, reflexionando sobre la saga en su libro de 1959 Adventures with the Missing Link [Aventuras con el eslabón perdido].

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    Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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