Así es el paso por Irán de uno de los ferrocarriles más pintorescos del mundo

El ferrocarril transiraní, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, atraviesa cuatro climas distintos y pone en tela de juicio los estereotipos de este país tan aislado.

Por Gulnaz Khan
fotografías de Matthieu Paley
Publicado 25 mar 2022, 13:56 CET
Viajeros en un tren nocturno desde Yazd viajan hacia el sureste a través del desierto hasta ...

Viajeros en un tren nocturno desde Yazd viajan hacia el sureste a través del desierto hasta Zahedan, Irán. A medida que más turistas regresan para experimentar la belleza y la hospitalidad del país de primera mano, los estereotipos negativos están siendo desafiados a lo largo del ferrocarril transiraní.

Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

El ferrocarril transiraní, que se extiende entre las brillantes orillas del Mar Caspio y las fértiles llanuras del Golfo Pérsico, tiene una longitud de casi 1400 kilómetros y es considerado una de las mayores maravillas de la ingeniería del siglo XX.

Al concebirlo, expertos de todo el mundo se enfrentaron a un reto extraordinario: la ruta propuesta atravesaría cuatro climas distintos y conectaría elevadas cadenas montañosas, profundos desfiladeros, desiertos de sal, bosques antiguos y llanuras.

Inscrita en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 2021, la red resultante de 174 puentes grandes, 186 puentes pequeños y 224 túneles se construyó entre 1927 y 1938, una hazaña que fue posible gracias a más de 70 000 trabajadores, a una amplia cartografía y a la fotografía aérea. El ferrocarril teje un sorprendente tapiz de paisajes, desde los imponentes edificios de  Teherán, la capital, hasta las tumbas y mezquitas de Qom y las viviendas nómadas de los Montes Zagros.

El viaje en tren hacia el noreste desde Andimeshk hasta Dorud atraviesa los montes Zagros en el oeste del país.

Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

Con un antiguo bosque de robles en las cercanías, la cascada de Bisheh es una popular atracción turística situada cerca de la estación de tren de Bisheh.

Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

Los cambios de temperatura durante el trayecto son un fenómeno verdaderamente reseñable: "Cuando te sientas en el tren desde Teherán para ir hacia el sur, cambias de repente de estación en cuestión de horas", dice Yeganeh Morakabati, investigadora de turismo y profesora asociada de la Universidad de Bournemouth (Reino Unido) que examina los efectos de la violencia política en el turismo de Oriente Próximo y África. "Y no sólo eso, sino que además te sientes como si te hubieras trasladado de un país a otro, porque las culturas y las gentes son muy diferentes; estamos hablando de un cambio completo de escenario e incluso de idiomas. Es fenomenal".

Sin embargo, la imagen de Irán como destino turístico polifacético se ha resentido desde la revolución de 1979; las sanciones impuestas durante décadas y la imagen negativa de Irán en los medios de comunicación como sociedad antioccidental han marginado aún más a la nación, afirma Morakabati. Pero a medida que más turistas acuden al país y lo experimentan de primera mano, esos estereotipos se están disipando.

Antes de la pandemia del COVID-19, los viajes a Irán iban en aumento, y con la celebración de la Copa Mundial de la FIFA de 2022 en la cercana Qatar este otoño, el país se está preparando para una afluencia de viajeros. El ferrocarril (que comenzó como uno de los proyectos de infraestructura más controvertidos de Irán) es el centro de los continuos esfuerzos de la nación por reactivar el turismo.

El nacimiento de un ferrocarril

Hoy en día, el ferrocarril se celebra como símbolo de modernidad y unidad, pero durante su construcción estuvo cargado de polémica.

El ferrocarril iraní tomó forma notablemente tarde en comparación con sus vecinos del Imperio Otomano, la India británica y Egipto, todos los cuales disponían de redes ferroviarias en la segunda mitad del siglo XIX, afirma Mikiya Koyagi, profesor adjunto de la Universidad de Texas Austin (Estados Unidos) y autor de Iran in Motion: Mobility, Space, and the Trans-Iranian Railway.

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      La ciudad desértica de Yazd es famosa por su arquitectura persa, sus captadores de viento (estructuras que proporcionan refrigeración pasiva mediante ventilación cruzada) y su antigua comunidad zoroastriana de adoradores del fuego.

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      Los trenes viajan diariamente entre Yazd (visto aquí) y Teherán, la capital de Irán.

      fotografías de Matthieu Paley, National Geographic

      Esto se debe a que, durante el auge mundial del ferrocarril que duró hasta la Primera Guerra Mundial, Irán estaba atrapado entre dos potencias imperiales que competían por la influencia militar y comercial en la región: el Imperio ruso, que se estaba expandiendo por el Cáucaso, y el Imperio británico, que controlaba la India.

      "Siempre que había proyectos propuestos por Rusia para construir ferrocarriles en Irán, había oposición británica, y cuando había planes británicos, había oposición rusa", dice Koyagi.

      Esto cambió en 1925, cuando el Imperio Qajar de Irán se derrumbó. El nuevo estado pahlavi quiso construir la infraestructura del país y ampliar el comercio sin depender de las potencias extranjeras. Se financió la totalidad del ferrocarril en el país mediante la imposición de elevados impuestos sobre el azúcar y el té y la obtención de préstamos bancarios nacionales. La empresa danesa Kampsax dirigió el proyecto, y más de 40 empresas de varios países participaron en la construcción. "Fue una decisión bastante deliberada para no dar demasiado poder a ningún país en particular", explica Koyagi.

      También planearon la ruta en torno a los intereses nacionales para optimizar el comercio y el acceso militar estatal. Por ejemplo, el ferrocarril conectaba importantes masas de agua en el norte y el sur, donde las mercancías iraníes podían exportarse más fácilmente. También permitió al ejército estatal acceder a zonas del país difíciles de controlar, antes aisladas por escarpadas cordilleras y desiertos inhóspitos.

      Un mural en 3D da un toque de fantasía a una calle de la ciudad de Mashhad, que lleva el nombre del santuario del imán Reza, descendiente del profeta Mahoma y octavo imán chiíta. Cada año, millones de peregrinos visitan el santuario del Imam Reza.

      Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

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        Dos mujeres esperan en el andén mientras el tren de ocho horas de duración que viaja desde el este de Teherán hasta la ciudad santa de Mashhad se detiene para rezar.

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        Una chica viaja en el tren nocturno al noreste de Dorud a Teherán.

        fotografías de Matthieu Paley, National Geographic

        A pesar de estos esfuerzos por evitar la injerencia extranjera, las fuerzas aliadas invadieron Irán en 1941 y aprovecharon el ferrocarril para transportar personal militar y mercancías durante la Segunda Guerra Mundial. "No había mucho tráfico antes de la ocupación aliada, pero cuando llegaron, necesitaban transportar mucho más", dice Koyagi. "Ampliaron las instalaciones portuarias, las carreteras y el ferrocarril, y empezaron a importar motores diésel en lugar de locomotoras de vapor", dice Koyagi.

        A medida que el ferrocarril transformaba inevitablemente la nación, las experiencias de los iraníes variaban mucho. Mientras que algunas personas adquirieron mayor movilidad, otras fueron desplazadas a la fuerza por la construcción sin recibir compensación por sus tierras. Las personas que vivían en aldeas remotas entre los principales destinos, que antes dependían de los ingresos de los viajeros nacionales, ahora se encontraban con que el ferrocarril los evitaba por completo.

        "La mayoría de los iraníes odiaban realmente el proyecto ferroviario durante ese periodo", dice Koyagi. Pagaban altos impuestos y, aparte de Teherán, la ruta no pasaba por la mayoría de las ciudades importantes. "A pesar del enorme número de quejas durante ese periodo, creo que ahora muchos iraníes se sienten muy orgullosos del ferrocarril".

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        Un hombre mira por la ventana mientras el tren se detiene en Dorud, al oeste de Irán.

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        El sol brilla en el casco antiguo de Yazd, donde algunos edificios están en ruinas. Al fondo se ve la gran mezquita Masjed-e Jameh, que aparece en el billete de 200 riales iraníes.

        fotografías de Matthieu Paley, National Geographic
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        Un niño juega frente a la mina de magnesita (mineral utilizado en la siderurgia y la metalurgia) de su familia en la ciudad de Zahedan, al borde del desierto de Lut.

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        Un pasajero viaja al noreste de Andimeshk a Dorud.

        fotografías de Matthieu Paley, National Geographic

        Turismo en Oriente Próximo

        Después de la Segunda Guerra Mundial, el turismo en Irán era próspero. Entre 1967 y 1977, fue considerado el principal destino de Oriente Próximo, superando a lugares como Egipto, afirma Morakabati, que examina los efectos de la violencia política en el turismo de Oriente Próximo y África. Pero tras la Revolución Islámica de 1979, seguida de la guerra entre Irán e Irak, el flujo de turistas, que antes era constante, se agotó. El país tuvo que lidiar con sanciones internacionales durante décadas que devastaron la economía y socavaron los medios de vida de millones de personas.

        "En comparación con el resto del mundo, Oriente Próximo no ha alcanzado ni de lejos su potencial", afirma Morakabati. "La región de Oriente Próximo y el Norte de África tiene un enorme potencial turístico, pero también ha sido un imán para los conflictos violentos. Estas dos cosas van en contra".

        Antes de la Revolución, Europa Occidental y Estados Unidos eran los mercados turísticos más importantes de Irán. En 1977, por ejemplo, Irán recibió más de 70 000 visitantes estadounidenses, pero en 2010 esa cifra se redujo a sólo 400.

        El mercado cambió drásticamente, y la mayoría de las llegadas internacionales proceden de países vecinos como Pakistán, India, Arabia Saudí, Turquía y Afganistán, tanto por turismo religioso como por negocios.

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          La Torre del Silencio, en las afueras de Yazd, se construyó por la costumbre zoroastriana de depositar los cadáveres para que los consuman las aves carroñeras. Esta práctica está prohibida desde hace más de 50 años.

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          Los pasajeros contemplan paisajes desérticos aparentemente interminables en el viaje de ocho horas desde Teherán a la ciudad santa de Mashhad.

          fotografías de Matthieu Paley, National Geographic

          Familias y amigos se refrescan en una noche de verano junto al río Dez en la ciudad de Dezful.

          Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

          Múltiples estudios han puesto de manifiesto que la cobertura de los medios de comunicación de Estados Unidos y el Reino Unido sobre la revolución y el programa nuclear entre los años 80 y 2010 reforzó los sentimientos negativos sobre Irán, que a menudo fue tachado de antioccidental, algo que, según los expertos, afectó al turismo.

          "Existe esta percepción de inestabilidad política o autoritarismo político como una especie de peligro para los turistas, pero no creo que estos dos realmente se correlacionen entre sí", dice Koyagi. "Si eres un ciudadano, y si estás involucrado políticamente, tienes un cierto riesgo. Pero para los turistas, no es tan peligroso".

          Pero esa percepción del peligro puede estar cambiando.

          Una nueva era de viajes en tren

          En 2015, las sanciones relacionadas con la energía nuclear impuestas a Irán se levantaron tras la exitosa negociación del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), comúnmente conocido como el acuerdo nuclear con Irán. El turismo repuntó casi inmediatamente (el ex presidente Donald Trump restableció las sanciones de Estados Unidos a Irán en 2018, y en 2021, el presidente Joe Biden volvió a iniciar conversaciones para levantar las sanciones).

          Según un informe de la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas, Oriente Próximo registró el mayor crecimiento del turismo en 2019, e Irán estuvo entre los destinos de mayor crecimiento. La nación pretende atraer a 20 millones de visitantes para 2025 (frente a los 4,8 millones de 2014) y está invirtiendo en hoteles, instalaciones turísticas y transporte. Eso incluye casi 7000 kilómetros de nuevas vías férreas en los últimos siete años, incluyendo una línea de tren de alta velocidad entre Teherán, Qom e Isfahan.

          Pasajeros de pie en el tren local que va de la ciudad de Dorud a la cascada de Bisheh.

          Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

          Sólo la ruta transiraní pasa por docenas de parques nacionales y refugios de vida silvestre, como los Bosques hircanianos, inscritos en la UNESCO, y el histórico monte Damāvand, el pico más alto de Irán, que atrae a escaladores de todo el mundo. Se pueden ver las pinceladas de la historia en Juzestán, una de las regiones más antiguas de la meseta iraní, donde el laberíntico sistema hidráulico de Shushtar se remonta al siglo V antes de Cristo.

          Koyagi, que lleva viajando a Irán desde 1997, dice que sus mejores recuerdos al viajar en tren por todo el país han sido los encuentros con la gente entre los sitios. "Una de las mejores cosas de viajar por Irán es que nadie te deja solo", dice Koyagi, que ha compartido muchos compartimentos nocturnos con desconocidos. "Otras personas del compartimento hablan contigo, comparten la comida contigo, te hacen todo tipo de preguntas, llegas a escuchar todo tipo de historias: no es el tipo de viaje en tren que he experimentado en otros lugares".

          Los billetes de tren son también muy asequibles, dice Matin Lashkari, bloguero de viajes iraní y cofundador de Persian Food Tours. "Es muy tranquilo, es muy seguro y es una especie de viaje lento sin una gran huella de carbono", dice. "Creo que los medios de comunicación occidentales se han centrado en el lado más oscuro de Irán. No quiero negar que eso existe, pero hay este otro lado que está completamente descuidado".

          Un tren nocturno lleva a los pasajeros desde la ciudad santa de Mashhad hasta la ciudad desértica de Yazd.

          Fotografía de Matthieu Paley, National Geographic

          Pero Lashkari también cree que se avecina una nueva era del turismo. Recientemente viajó a la ciudad de Yazd, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, conocida por sus notables edificios de tierra, sus hammams y bazares tradicionales y sus tejidos a mano. "Se ha transformado por completo", dice, y añade que en los últimos cinco años han surgido multitud de nuevos restaurantes, cafés, boutiques y hoteles.

          "Nunca he conocido a nadie que haya venido a Irán y no se haya sorprendido por lo que ha visto", dice Lashkari. "Quedan sorprendidos por la hospitalidad, por la apertura de la gente. Tengo la sensación de que mucha gente piensa que los iraníes no están abiertos a los extranjeros porque el país ha estado muy aislado durante muchos años, pero es justo lo contrario".

          Gulnaz Khan es editora de clima en TED Talks y ex editora de National Geographic. Puedes encontrarla en Twitter e Instagram.

          Matthieu Paley ha viajado por todo el mundo para National Geographic y se centra en temas relacionados con la disminución de las culturas y el medio ambiente. Descubre más de su trabajo en Instagram.

          Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic.com.

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