Ocho fotógrafos de Nat Geo comparten imágenes por las que están agradecidos

Hemos pedido a nuestros fotógrafos que escogieran un momento que están agradecidos de haber presenciado.

Por Jessie Wender
Publicado 23 nov 2017, 17:00 CET
Mujer afgana
Una mujer afgana hornea pan en su casa de Badajshán, Afganistán, en 2012.
Fotografía de Diana Markosian

Para el día de Acción de Gracias, hemos pedido a ocho fotógrafos de National Geographic que compartieran las imágenes por las que están agradecidos. Queríamos ver fotografías que estuvieran agradecidos de haber sacado, agradecidos por el acceso que se les concedió o por lo que pudieron documentar. Desde la imagen de David Doubilet de un pez loro frente a un banco de chitas de las Galápagos al retrato de Amy Toensing de una joven refugiada siria, estas imágenes nos recuerdan la fuerza del valor, la renovación y la conexión.

Un pez loro solitario ataca a un imponente banco casi perfecto de chitas de las Galápagos en Cousins Rock, islas Galápagos, en 2010.
Fotografía de David Doubilet

Las imágenes siempre tendrán numerosas interpretaciones a través del ojo del espectador. Siempre me sorprende el abanico de sentimientos que la gente expresa por esta imagen de un pez loro solitario frente a un banco de chitas de las Galápagos, en las islas Galápagos. La gente me ha comentado que ve amor, odio, unidad, desafío, depresión, soledad, tristeza, diversidad, aceptación y esperanza. Personalmente, me atrae este momento tan singular en el océano, porque el pez loro solitario me habla a través de elementos en blanco y negro, simples pero poderosos, sobre la claridad del valor y el carácter.

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    Anwar Al Sayed posa con una flor en un campamento fotográfico de National Geographic en Gerasa, Jordania, en 2015.
    Fotografía de Amy Toensing

    En los últimos años, he trabajado con muchos niños como Anwar a medida que el número de refugiados del planeta alcanza su máximo histórico registrado jamás, según la ONU. También está Claude, de 12 años, que escapó durante la noche de un ataque mortal en su aldea de la República Democrática del Congo y luego caminó durante días hasta llegar a Kenia. Durante su huida, se separó de su madre en la oscuridad y desde entonces no la ha vuelto a ver. El mes pasado formé parte de un equipo que enseñaba fotografía a 18 niños refugiados de 10 países diferentes que han sido trasladados a Estados Unidos. En el taller, hablaron de sus viajes hasta llegar a Estados Unidos.

    Sus historias, como las de Anwar y Claude, eran espantosas y desgarradoras, una letanía de terror y dolor: escapar de la muerte escondiéndose en selvas durante días, sin comida, soportar bombardeos, tortura, secuestros o muertes de familiares. Venían de Asia, África, Oriente Medio; eran cristianos, musulmanes. Todos eran muy diferentes y, sin embargo, estaban profundamente vinculados a través de sus historias y su esperanza por tener una vida mejor en Estados Unidos. Mis colegas y yo tuvimos la suerte de conocerlos y estoy muy agradecida de que estos niños sean mis vecinos.

    Puedes ver fotos de Amy Toensing en esta galería.

    Prípiat, Chernóbil, Ucrania, 2010
    Fotografía de Rena Effendi

    Treinta años después del desastre, los efectos del accidente nuclear de Chernóbil son al mismo tiempo tan visibles como cicatrices y tan invisibles como el aire. Fui a la zona de exclusión para retratar los restos del desastre y los efectos a largo plazo que tuvo la catástrofe nuclear. Lo que más me sorprendió fue la fuerza y la persistencia de la naturaleza ante la devastación. Cuando llegué a Prípiat, mi guía y yo éramos las únicas personas en una pequeña ciudad que solía tener 40.000 habitantes.

    En ausencia de los humanos, la naturaleza había dominado los edificios y los bosques habían reclamado las calles. Mientras caminaba por la plaza de la ciudad vacía de Prípiat, vi las huellas de un lobo y un ciervo en la nieve virgen y me sentí privilegiada por estar allí y presenciar la capacidad de la Tierra para volver a la vida poco después de la aniquilación. Para mí Chernóbil personifica la promesa y la paradoja de la energía, en relación a los peligros de la energía nuclear y a la impresionante capacidad de la naturaleza para sobrevivir y regenerarse.

    Shurvon Phillip, de 27 años, su madre Gail Ulerie, su sobrino Malick y su sobrina Kyla duermen en la habitación de Shurvon de madrugada en Richmond Heights, Ohio, en 2008.
    Fotografía de Eugene Richards

    Tuve el honor de conocer al sargento de la Armada Shurvon Phillip y a su extraordinaria madre, Gail Ulerie, en Ohio, hace más de siete años mientras trabajaba en mi libro, War Is Personal (La guerra es personal). Shurvon había resultado gravemente herido en Irak en 2005 cuando estalló una bomba bajo su Humvee, un vehículo militar 4x4. Los médicos advirtieron a su madre que permanecería inconsciente y necesitaría estar internado el resto de su vida, pero Gail lo trajo a casa. Tras muchos años durmiendo cada noche junto a Shurvon, acompañándolo a sesiones de terapia física y ocupacional, incluyéndolo en todos los aspectos de la vida en familia, Gail demostró que los médicos se equivocaban.

    El año pasado me dejaron un mensaje en el contestador de mi teléfono en casa: al final, Shurvon había sucumbido a sus heridas. No pude responder a esa llamada. «Lo siento mucho», eso fue todo lo que podía pensar en decirle a Gail cuando la llamé. «Tendrías que haberlo visto en el funeral», respondió Gail. «Estaba tan guapo como antes de que pasara todo esto».

    Un momento feliz, jugando con un niño en un remoto pueblo del este de Nepal, Sadhi, mientras trabajaba en un encargo para una historia sobre los recolectores de miel.
    Fotografía de Renan Ozturk

    Cuando pienso en todo aquello por lo que estoy agradecido, en mi mente aparece este pequeñín. Os presento a Hastaram, la pequeña razón con corazón de león para el proyecto de National Geographic «El último recolector de miel». Hace años, mi amigo Ben Ayers estaba en la remota aldea de Sadhi y atendió a una madre que tuvo graves complicaciones durante el parto. Trágicamente, la madre no sobrevivió, pero el pequeño Hastaram sí, y la posición de Ben se consolidó como parte de la comunidad. Siete años después, nos llevó en una expedición a Sadhi en un encargo para National Geographic y Hastaram apareció de la nada y se pegó a Ben como a un imán. Sin madre y con un padre que suele estar ausente, Hastaram va de casa en casa, donde la comunidad le da de comer por turnos.

    Durante nuestra estancia en Sadhi, nos convertimos en su familia temporal, o al menos en una distracción muy interesante. De entre todos los niños de la aldea, su corazón era el más libre y salvaje, y nos inspiró para serlo también. Quién sabe qué le deparará el futuro. Quizá en otra década tendrá un sueño y escalará los acantilados y continuará con la tradición de la recolección de miel. Solo esperamos que mantenga su genialidad salvaje a medida que crezca. El mundo necesita niños como él y símbolos de esperanza como él.

    Madre e hija extraen agua para regar sus cultivos en Kenia en 2013.
    Fotografía de Marcus Bleasdale

    Esta fotografía la saqué en África oriental cuando trabajaba en un encargo para The World We Want, una fundación sueca. El proyecto consistía en documentar el impacto de las inversiones inteligentes de filántropos en las comunidades. La bomba de agua, o la fuente de dinero, como la llaman los lugareños, ha transformado las vidas de miles de personas, ya que les permite regar sus tierras de forma eficaz, mejorar los redimientos de los cultivos y mejorar la economía de los agricultores locales. Las familias que solían trabajar en el umbral de la pobreza ahora gestionan hectáreas de tierra y pueden vender los excedentes de producción. Sus hijos van a la escuela y han construido casas apropiadas y seguras. Y sobre todo, los ingresos y la seguridad que traen las bombas de agua a las personas refuerzan su dignidad personal. Tenemos que estar muy agradecidos de que existan organizaciones que apoyan la inversión local y la sostenibilidad, porque mejoran la vida de la gente. La filantropía inteligente tiene el poder de transformar vidas.

    Foca pía, San Lorenzo, 2012.
    Fotografía de Jennifer Hayes

    Las crías de foca pía nacen en la capa de hielo marino del golfo de San Lorenzo a finales de febrero. Es un ritmo de vida asombroso que depende totalmente del hielo. El aumento de la temperatura del mar hace que las plataformas de hielo se debiliten, lo suficientemente gruesas para atraer a las hembras que dan a luz sobre ellas, aunque no lo suficiente como para resistir las tormentas. He sido testigo de la separación temprana y de la muerte del 95 por ciento [de las] crías de foca arpa en el golfo. Presencié el efecto desgarrador [del] cambio climático y abandoné el golfo con un nudo en la garganta y con un gran pesar. David Doubilet y yo volvemos cada año, cuando las condiciones nos permiten documentar a estas criaturas hermosas y vulnerables que para nosotros se han convertido en el rostro del cambio climático. Estoy agradecida de haber encontrado una criatura que entre en mi alma, que en ocasiones me quita el sueño por la noche y me hace ser consciente de cómo mis acciones afectan al planeta.

    Una mujer afgana hornea pan en su casa de Badajshán, Afganistán, en 2012.
    Fotografía de Diana Markosian

    Cuando viajo suelo ir sola, alejándome de lo familiar, buscando un lugar al que llamar hogar. Quizá sea un lugar al que voy a ir y en el que nunca he estado. Hace unos años estaba en Asia central, haciendo autoestop de aldea en aldea por Tayikistán de camino a Afganistán. En la frontera conocí a un hombre que me ayudó a cruzar por tierra. Mientras atravesaba las montañas, me encontré con un mundo diferente. El paisaje era prístino. Me presentó a una familia que me acogió. Esa noche, vi cómo las mujeres colaboraban para preparar la cena. Me recordó a mi infancia: sentada en un rincón de la casa de mi abuela en Armenia, viendo cómo preparaba dolma para nuestra familia. Hizo que me sintiera como en casa, mucho más de lo que había sentido en mucho tiempo. Es esa sensación de pertenencia la que busco, ya se encuentre en las personas a quienes conozco o en los lugares a los que viajo. Es un sentimiento de encontrarme en una situación que me enternece y me recuerda por qué estamos todos aquí.

    Jessie Wender es editora fotográfica de la revista National Geographic. Puedes seguirla en su cuenta de Instagram.

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