Estos monstruos submarinos inspiraron miedo, superstición, películas y búsquedas

El nivel de detalle con el que hemos cartografiado los reinos submarinos de nuestro planeta deja mucho margen para las sorpresas. Y a lo largo de los años, muchos —incluso los científicos— han buscado dichas sorpresas.

Se dice que el infame kraken amenazaba los barcos en los mares del norte entre Noruega y Groenlandia. Normalmente se lo representa como un calamar o un pulpo, pero es probable que las descripciones se informaran en parte por avistamientos de ballenas y tiburones.

Por Simon Ingram
Publicado 10 jun 2021, 12:44 CEST, Actualizado 11 jun 2021, 11:32 CEST

¿Existen los monstruos marinos? Depende de qué consideres un monstruo. Si le enseñas a alguien por primera vez un cachalote, un dragón de Komodo o un rape de las profundidades, quizá le parezcan tan excepcionales como cualquier criatura ficticia o mitológica. E incluso los científicos creen que, a medida que desmitifican los confines más hostiles de nuestro planeta, probablemente haya muchos seres vivos extraños por encontrar.

Con todo, hay algo que parece inevitable: en lo que se refiere a criaturas grandes e inesperadas para la ciencia, es muy probable que procedan de las profundidades del océano. Muchos de los rincones de nuestros mares todavía no se han explorado, y con el descubrimiento de nuevas especies con cada expedición a las profundidades –un lugar al que los humanos tienen dificultades para llegar–, nuestros mares son territorio fértil para nuevos hallazgos.

La Carta marina et descriptio septentrionalium terrarum –nombrada en latín conforme a las normas cartográficas de la época– fue el primer mapa detallado de Escandinavia, impreso en 1539 y creado por el cartógrafo sueco Olaus Magnus. Revela la creencia de que cada animal terrestre tenía un equivalente marino y que en las aguas acechan los monstruos.

Fotografía de Domínio Público

En lo que se refiere a los monstruos marinos en la imaginación popular, las representaciones en la literatura y en la gran pantalla han demostrado –quizá con la excepción de Splash! y los personajes de la nueva película de Disney y Pixar, Luca– que rara vez son amistosos. Y el misterio en torno a las profundidades, combinado con las imaginaciones y los miedos de quienes navegan por ellas, han dado lugar a un elenco impresionante de criaturas que han aterrorizado las aguas de la historia durante siglos. (The Walt Disney Company es accionista mayoritario de National Geographic Partners).

 

Algunas de estas leyendas han sido tan intrigantes e históricamente persistentes que la ciencia ha realizado estudios prolongados y rigurosos. Algunas podrían haberse exagerado a partir de animales que sabemos que son reales. Y de vez en cuando, la naturaleza ha producido una sorpresa propia. A continuación, te presentamos a algunos de los monstruos marinos más famosos de la historia y sus equivalentes en la realidad.

Cefalópodos colosales 

En la Edad Media, el kraken no era ninguna broma para los marineros de los gélidos mares del norte. Nacido del mundo cambiante de la mitología escandinava, esta criatura con tentáculos —procedente del término «pulpo» del nórdico antiguo— acechaba en el océano entre Noruega y Groenlandia, y de vez en cuando emergía para devorar algún barco lo bastante confiado como para cruzarse en su camino.

La fábula del kraken fue desarrollándose: al pescar donde había uno en el fondo marino, la captura sería buena, ya que sus regurgitaciones atraían a los peces. El propio animal (se creía que existían al menos dos) era inmenso: del tamaño de una isla, lo que confundía a los marineros cuando aparecía y desaparecía entre la niebla. Las descripciones del kraken sugieren un conjunto de criaturas y condiciones de tamaños extravagantes, que parecen tener las características del calamar gigante, el tiburón peregrino, el cachalote y el cangrejo.

Un dibujo de 1801 de Pierre Denys de Montfort representa a un pulpo gigantesco que supuestamente atacó a un grupo de marineros en la costa de Angola. Incluso los cefalópodos más grandes son representados con una escala desproporcionada: el pulpo gigante del Pacífico puede tener una envergadura de unos cuatro metros.

Fotografía de Pierre Denys De Montfort, Wikimédia Commons

Aunque entre los marineros asustadizos la creencia era aparentemente universal, los naturalistas también se la tomaron en serio: el kraken apareció en la primera versión de Carl Linneo de Systema Naturae —categorizado como Microcosmus marinus, así como en una historia natural noruega de 1752, donde el autor Erik Pontoppidan describió la criatura como «redonda, plana, llena de brazos o ramas». En el mismo tomo, también encontró espacio para hablar de las sirenas y las serpientes marinas, lo que confirma que entonces el conocimiento de los mares era más bien incompleto.

Pero eso se puede perdonar: en las épocas anteriores a los submarinos y al equipo de buceo, la mayoría de las ideas sobre los animales marinos se basaban en avistamientos parciales o en cadáveres hinchados que aparecían varados en la orilla, así que es comprensible que hubiera conjeturas en los primeros días de nuestras travesías por mar. Los mapas de la época representan aguas plagadas de todo tipo de monstruos marinos amenazantes y esta idea obstinada tardaría muchos años en desmentirse.

En la parte inferior de la imagen, un tiburón es atacado por un calamar de aguas profundas. La fotografía fue sacada por una cámara remota a 731 metros de profundidad, en el cañón de Kaikoura, una fosa de 1,6 kilómetros de profundidad en la costa de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Los calamares —como el calamar de Humboldt— son depredadores formidables, pero sus encarnaciones de aguas profundas apenas se han observado. Este comportamiento nunca visto sugiere que los calamares son los amos de su entorno y algunas teorías sugieren que el gigantismo es posible entre animales que rara vez abandonan las profundidades.

Fotografía de Emory Kristof, National Geographic Image Collection

En 1809, el botánico George Shaw habló del kraken en sus charlas zoológicas ante la Royal Institution, citando a parientes europeos de la «enormemente grande» especie de sepia (es probable que la confundiera con los calamares) del océano Índico como posibles culpables de la leyenda: «Un naturalista moderno elige distinguir esta especie enorme con el título de sepia colosal y parece ampliamente dispuesto a creer todo lo que se ha narrado sobre sus estragos». Pasa a describir un ataque reciente contra un barco en «mares africanos», donde tres marineros fueron atrapados y asesinados por un «monstruo» como ese. Un tentáculo cortado durante la lucha tenía el grosor del «palo de mesana del barco y las ventosas, el tamaño de tapas de ollas».

Las descripciones posteriores, que reducen esta escala de proporciones épicas, eliminan el sensacionalismo del animal hasta tal punto que podría parecerse a alguna de las criaturas reconocibles que sabemos que existen, pero siguen siendo un misterio.

Graban el primer vídeo de un calamar gigante en aguas estadounidenses
Los científicos de la NOAA han grabado en vídeo un calamar de entre 3 y 3,6 metros en estado salvaje por primera vez en Estados Unidos.

El calamar gigante, por ejemplo —al igual que su homólogo meridional más grueso y corto, el calamar colosal— conserva un misticismo embriagador, con solo unos cuantos avistamientos de la criatura viva. Lo que sabemos se extrapola del análisis de temibles parientes depredadores como el calamar de Humboldt, algún que otro cadáver y las cicatrices observadas en criaturas como tiburones y cachalotes que se enfrentan a él en las profundidades.

Con ventosas dentadas, un pico imponente y ojos del tamaño de platos, estos invertebrados se parecen a muchas de las descripciones del kraken. Sin embargo, las proporciones aún son algo pequeñas: el espécimen de calamar gigante más grande documentado hasta la fecha medía 13 metros de largo y algunos especulan que pueden alcanzar 27 metros, y otros sugieren que podrían ser más grandes. Con todo, son conjeturas, lo que significa que, como ocurre con cualquier otro monstruo marino, no sabemos qué podría haber ahí abajo.

Esta imagen inquietante del artista japonés del periodo Edo Utagawa Kuniyoshi representa al Umibozu surgiendo del mar para enfrentarse al «marinero Tokuso». Las representaciones del Umibozu varían, pero la cabeza redondeada y oscura con ojos prominentes se repite. Según la leyenda, aparece cuando el agua está calmada y causa una tormenta, y se ha atribuido a la formación de nubes de tormenta u otros fenómenos atmosféricos.

Fotografía de Domínio Público

Manifestaciones siniestras

Uno de los fenómenos marinos más siniestros es el umibozu japonés, una figura oscura que aparece en los mares durante la noche, a menudo cuando las aguas se revuelven. Con una cabeza redondeada que se asemeja a la de los monjes budistas —de ahí su nombre, que significa «sacerdote del mar»—, el umibozu aparece en varias ocasiones en el folclore japonés desde el siglo XVII, aunque sus orígenes son ambiguos.

En el folclore, se dice que el umibozu presagia que se acerca una tormenta y a menudo su leyenda se mezcla con la de los funa yueri —las almas de los marineros ahogados—, ya que pide un cazo con el que llenar el barco de agua para hundirlo. Entre las explicaciones de este fenómeno se encuentran las olas de tormenta, las siniestras nubes mastodónticas o las nubes en yunque, e incluso los espejismos.

Tiburones gigantes

En el pasado, los tiburones monstruosos fueron reales, lo que quizá baste para que algunos crean que todavía lo son. También hay argumentos a favor de ello, pero probablemente no para las criaturas que te imaginas. Por ejemplo, si el megalodón —un tiburón prehistórico de 18 metros con dientes del tamaño de una ensaladera— siguiera haciendo de las suyas casi cuatro millones de años después de su última aparición en el registro fósil, lo sabríamos.

Las marcas de mordiscos en los cadáveres a la deriva y el rastro de esos dientes reveladores que crecen y se desprenden en una rotación interminable en el fondo marino nos proporcionarían muchas pruebas de que hay un depredador de aguas templadas con una dieta tan exigente que aún anda suelto por los mares. Pero las aguas más frías y profundas, que albergan criaturas más adaptables, podrían deparar muchas sorpresas.

Un tiburón de boca ancha, rara vez observado vivo, fotografiado en la costa de California. El tiburón de boca ancha, que es el más pequeño de los tiburones que se alimentan por filtración, es un pez enorme. Alcanza los cinco metros de largo y, como su nombre indica, cuenta con una boca enorme con decenas de hileras de dientes diminutos.

Fotografía de Biosphoto, Alamy

Esto fue demostrado por el tiburón de boca grande, un enorme pez que se alimenta por filtración y mide cinco metros, que cuenta con 50 hileras de dientecitos y vive en aguas tropicales, descubierto por primera vez cuando un ejemplar se quedó atrapado en los cables de un buque oceanográfico en la costa de Hawái en 1976. Esta curiosidad de natación lenta, conocida solo a partir de especímenes capturados en redes, cadáveres hinchados varados u observada con vida en raras ocasiones, es la personificación de los extraños animales que aún podrían esconderse en las profundidades.

Imágenes de un inusual tiburón de boca ancha

Peces antiguos

Quizá no haya plesiosaurios ni tiburones gigantes ahí fuera, pero si se necesitaran evidencias de que los mares revelan apariciones sorprendentes de criaturas consideradas extintas, el celacanto es un ejemplo de ello. Este extraño pez de dos metros se consideró extinto junto con los dinosaurios hasta 1938, cuando se halló un espécimen vivo en la costa de Sudáfrica.

La anatomía del celacanto, que suscitó mucho interés cuando se redescubrió en 1938. El celacanto es un gran pez depredador que tiene un cráneo articulado para digerir grandes presas y da a luz a crías vivas.

Fotografía de William H. Bond, National Geographic Creative

Con una amplia gama de rasgos primitivos como un cráneo articulado, una columna vertebral hueca, ocho aletas con lóbulos gruesos que se mueven como las patas de las criaturas terrestres que caminan y un ojo pálido adaptado a sus andaduras nocturnas, en 1998 el celacanto ganó una segunda especie, descubierta en Indonesia, lo que se añadió al renacimiento de un linaje considerado extinto.

Sirenas

A veces, cuando una leyenda está arraigada en la mente del observador, puede bastar con ver algo con una leve semejanza para que la mente llene los vacíos. Esto podría haber sido lo que ocurrió cuando Cristóbal Colón se acercó a la costa de la República Domincana en 1493 y vio sirenas. «No son tan hermosas como dicen», escribió en su diario, «sus caras tenían algunos rasgos masculinos».

«Rasgos masculinos»: un manatí antillano o del Caribe investiga la cámara. El manatí, un animal lento y sin depredadores naturales, suele ser herido accidentalmente por los humanos y afronta problemas considerables.

Fotografía de Shutterstock, National Geographic Image Collection

No cabe duda de que lo que describía era un manatí, que —rasgos faciales aparte— quizá tenga más características para diferenciarse de las sirenas de las leyendas. Con una longitud de hasta tres metros y envueltos en grasa, pueden pesar hasta 500 kilogramos y tienen un hocico grueso con orificios nasales que cierran bajo el agua, aletas y una cola en forma de remo. Sin embargo, este vínculo se volvió tan intrínseco que el nombre de la familia de los manatíes y sus parientes del Pacífico, los dugongos, adoptó el mote de sus homólogas mitológicas: sirénidos. De hecho, la palabra dugongo significa «dama del mar» en idioma malayo.

Monstruos lacustres

Pocas masas de agua del planeta han romantizado al monstruo acuático tanto como el lago Ness. Este lago de 37 kilómetros de largo —unido al mar por canales y con la capacidad suficiente para contener todos los lagos y embalses de Inglaterra y Gales— ha sido escrutado en los medios populares como el hogar de una misteriosa criatura durante casi un siglo. Aunque las sospechas sobre las aguas locales se remontan a la época del misionero cristiano San Columba —que, según se dice, tuvo un altercado con una «bestia acuática» en el siglo VI—, la saga moderna comenzó el 2 de mayo de 1933, cuando un artículo publicado en el Inverness Courier publicó el relato de un testigo ocular que decía que un «enorme animal se movía y se zambullía en la superficie» del lago.

El tamaño del lago Ness –casi 40 kilómetros de largo y profundidades de más de 200 metros en algunos lugares– se traduce en que hay que cubrir un territorio bastante grande para rastrear cualquier cosa. Con todo, persisten los rumores de que hay un monstruo en sus profundidades; la última imagen que recibió atención se encontró en los mapas de Apple.

Fotografía de Emory Kristof, National Geographic Image Collection

 

Al año siguiente, apareció una fotografía ahora infame que aparentemente mostraba una criatura de cuello largo similar a un plesiosaurio emergiendo del agua, que causó una tormenta mediática. Desde entonces, un montón de imágenes falsas (o dudosas) han echado leña al fuego de la mitología sobre la criatura conocida como «Nessie».

La mayoría de los avistamientos comparan a la criatura con una serpiente o un lagarto acuático similar a un plesiosaurio, quizá un resto de la época de los dinosaurios que de algún modo siguió viviendo en las aguas del lago, donde abundan los peces. Es una idea tentadora, ya que el lago Ness —con una profundidad de 220 metros en algunos lugares— es mucho más profundo que la mayor parte del mar del Norte. Las explicaciones más prosaicas ofrecidas incluían un tiburón de agua dulce de gran tamaño, un calamar adaptado, anguilas e incluso una nutria.

Los fotógrafos y científicos de National Geographic bucean en el lago Ness durante un reportaje de 1977 para investigar el lago escocés y su habitante criptozoológico.

Fotografía de Emory Kristof, National Geographic Creative

Para algo que representa la definición de criptozoología —y con una retahíla de bulos a cuestas, como la foto que supuestamente lo puso todo en marcha—, los científicos han prestado una atención considerable a la misión de determinar la existencia o inexistencia de una criatura inesperada que anda suelta por el lago. Se incluyen estudios con sónar por expertos de la Universidad de Birmingham, otro financiado por la BBC y un perfil genético del lago llevado a cabo por tres universidades europeas.

En 1977, National Geographic también se unió a estas investigaciones, contratando al fotógrafo submarino David Doubilet y al explorador Robert Ballard para realizar un estudio fotográfico de sus profundidades. Ballard acabaría encontrando el Titanic ocho años después, pero ninguna de estas expediciones halló pruebas concluyentes de la presencia de un «monstruo» en el algo Ness. Pero a pesar de que hay mucho para refutarlo, es difícil demostrar una negación y no parece que la lucrativa intriga local en torno al lago Ness vaya a desaparecer.

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