De dónde viene el amor y el odio hacia Cristóbal Colón

El "descubridor" de América ha pasado de héroe a villano en pocos años y su figura es un buen ejemplo del debate de cómo interpretamos el pasado.

Cristóbal Colón arrodillado y sosteniendo una bandera y una espada al tocar tierra en la isla que rebautizaría como San Salvador en octubre de 1492. La Era de las Exploraciones se vio impulsada por la doctrina religiosa que presentaba al cristianismo como una fuerza "civilizadora".

Fotografía de Courtesy of Library of Congress
Por Anthony Coyle
Publicado 11 oct 2022, 15:51 CEST, Actualizado 11 oct 2023, 16:45 CEST

En 2020, un año después de que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, exigiera a España que pida perdón por los abusos de la Conquista de América, el desmantelamiento de la estatua de Cristóbal Colón del paseo de la Reforma de la capital mexicana supuso una suerte de colofón a una oleada de retiradas de monumentos en honor al navegante italiano que explotó con el movimiento Black Lives Matter. Este año, España celebra su Fiesta Nacional del 12 de octubre en una atmósfera de inusual tranquilidad mediática que ya no se recordaba. En el centro de la polémica y objeto de muchas de las reacciones está la figura del marino italiano, que lideró la primera gran expedición europea que pisó tierras americanas por primera vez el 12 de octubre de 1492.

En la última década, capitales como Bogotá, La Paz y Buenos Aires se han deshecho de sus efigies colombinas; muchos de estos países celebran el 12 de octubre como el Día de la Raza; en Estados Unidos (con más de 40 estatuas eliminadas desde 2018) ha pasado a denominarse Día de la Solidaridad con los Pueblos Indígenas y en muchos estados la efeméride ya no computa como día festivo; en Caracas, la estatua de Colón fue condenada por genocidio en 2004. En un presente en el que obtener certezas en torno a la figura del explorador que, dicen, descubrió el Nuevo Mundo, se ha convertido en una odisea, términos como presentismo, cultura de la cancelación y la llamada generación woke (despierta) están haciendo del revisionismo histórico un concepto líquido, difuso y lleno de desafíos. ¿Qué certezas nos quedan?

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"El presentismo ha existido siempre"

El presentismo es el fenómeno que explica la estatua vandalizada del esclavista Edward Colston en Bristol (Reino Unido) o el desmontaje del monumento al general secesionista Lee en Richmond en Virginia (Estados Unidos), por citar dos ejemplos. Entendido como el análisis de hechos del pasado a partir de las reglas morales del presente, el presentismo “ha existido siempre”, según afirma Richard Kagan, profesor emérito de Historia en la Universidad John Hopkins (Estados Unidos), dado que, durante siglos, los historiadores han seleccionado sus temas en función de las cuestiones y preocupaciones contemporáneas: “A la luz de la importancia que el ciclo de noticias actual concede a las cuestiones relacionadas con la raza, el clima, el género y las desigualdades sociales y económicas a escala mundial, muchos de los historiadores actuales están tratando de ofrecer nuevas perspectivas sobre estas cuestiones en el pasado, ya sea reciente o remoto”.

Isabel de Castilla y Fernando II de Aragón, que estuvieron casados durante 35 años, unieron fuerzas para convertir España en la potencia dominante del siglo XV. Unieron el país política y religiosamente, derrotaron el último bastión musulmán en Europa occidental e iniciaron la era de la exploración respaldando a Cristóbal Colón, lo que sentó las bases del Imperio español.
Fotografía de Science History Images, Alamy

Es un hecho que, fuera de España, la imagen pública de Colón se ha degradado con los años. También en el sistema educativo español, en el que hace poco causó cierta polvareda que un libro de Filosofía de bachillerato le preguntase al alumno si “el Estado español debe asumir responsabilidades por el colonialismo”. Cabe preguntarse: ¿Colón siempre ha sido estudiado como un héroe conquistador?

Hay que remontarse a la biografía de Cristóbal Colón publicada en 1828 por Washington Irving para encontrar los primeros cimientos que conformaron el halo de heroísmo en torno a Colón, apunta Richard Kagan: “Se le presentaba como un individuo progresista y con visión de futuro, decidido a superar el oscurantismo y el atraso que representaban los profesores de Salamanca que cuestionaban (con razón) sus cálculos sobre el tamaño del globo”. Fue sólo en la segunda mitad del siglo XX cuando los historiadores utilizaron una variedad de nuevas fuentes de archivo para empezar a prestar atención a estas facetas de la trayectoria de Colón, “desmenuzando así la imagen heroica que Irving tanto contribuyó a crear”, concluye Kagan.

Kagan cree que conservando la estatuas se enseña a los estudiantes las razones por las que se erigieron en primer lugar (“es imposible borrar el pasado, es mejor aprender de él”), y destaca que, en California, los ataques y actos de vandalismo a las estatuas de Juan de Oñate en Albuquerque y San Junípero Serra en California “han ido demasiado lejos”: “Es mejor utilizar estas estatuas como herramientas didácticas para aprender sobre el pasado y, especialmente, sobre las sociedades cuyos valores, ideas sobre la raza y la religión, y también sobre las mujeres, eran notablemente diferentes de las actuales”.

En un punto intermedio, Israel Álvarez Moctezuma, profesor de Estudios Medievales de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (México) opina que “cancelar el pasado es un ejercicio de amnesia colectiva que aun no sabemos que consecuencias tendrá; las estatuas de Colón y de los esclavistas ingleses no deberían de estar en el espacio público, pero si en un museo, porque finalmente forman parte de nuestra historia, por muy dolorosa que esta sea”. Para Fernando Cervantes, historiador mexicano y profesor de estudios de la Edad Moderna en la Universidad de Bristol (Reino Unido), tildar de héroe a Colón supone “aceptar acríticamente los postulados de la teoría del progreso, según la cual Colón formaba parte de la trayectoria racionalista y empírica que sentó las bases de la revolución científica y la ilustración”. Cervantes tacha de “flagrante mito” la idea de que Colón fuese un personaje adelantado a su tiempo y en lucha contra visiones oscurantistas y supersticiosas del mundo, así como la idea (“todavía muy aceptada”) de que los contemporáneos de Colón se opusieron a sus planes porque pensaban que el mundo era plano.

A pesar de que Colón nunca pisó Norteamérica, en julio de 2020, el portavoz de la Asamblea de California ordenó la retirada del monumento erigido en 1883 a Cristóbal Colón e Isabel la Católica argumentando que se trataba de “una figura histórica profundamente polarizadora dado el impacto mortal que su llegada a este hemisferio [el oeste] tuvo en las poblaciones indígenas”. ¿Está el revisionismo histórico más de actualidad que nunca o siempre ha estado presente de un modo u otro? Para Matthew Restall, etnohistoriador y profesor de historia de América Latina y Antropología en la Universidad de Pensilvania State (Estados Unidos), el matiz es muy sutil. “El revisionismo siempre ha existido, pero la conciencia de la naturaleza revisionista de la Historia crece y disminuye, y estoy de acuerdo en que hoy hay más conciencia de ello. La clave para entender al verdadero Colón es separarlo de los muchos Colones que se inventaron después de su muerte, y que siguen inventándose. La de héroe y villano son sólo dos de esas invenciones”, asegura vía correo electrónico.

“Cuanto más se convierta a Colón en un símbolo de acontecimientos históricos trascendentales, más va a atraer a defensores y detractores apasionados. Así, las batallas sobre las estatuas, los monumentos y los nombres de los días festivos no tienen que ver realmente con Colón, sino con una miríada de otras cuestiones.”

por Matthew Restal, etnohistoriador y profesor de historia de América Latina y Antropología en la Universidad de Pensilvania

A finales de los 90, movido por el cúmulo de malentendidos que encontraba en las creencias de sus alumnos, Restall emprendió la escritura del libro Siete mitos de la conquista española: “Me di cuenta de que la mayoría de ellos habían adquirido conceptos erróneos sobre el tema en general y que esos conceptos erróneos estaban arraigados en lo que los historiadores habían escrito durante el siglo anterior, que a su vez estaba arraigado en lo que los españoles y otros europeos habían escrito durante los siglos imperiales (del XVI al XIX)”. En su obra, Restall abunda en la idea de que el villano no es la persona, sino el concepto: “la idea, acogida por millones de personas, de que es justificable que un grupo de personas invada, masacre, explote y esclavice a otro grupo”. Además, arroja luz acerca de la, por entonces, inexistente nacionalidad española, la creencia de que la conquista fue ejecutada bajo las órdenes de Fernando II de Aragón, la ayuda fundamental de los aliados indígenas en la expansión y el hecho de que hubo territorios que nunca fueron conquistados, entre otros temas. “Cuanto más se convierta a Colón en un símbolo de acontecimientos históricos trascendentales, más va a atraer a defensores y detractores apasionados. Así, las batallas sobre las estatuas, los monumentos y los nombres de los días festivos no tienen que ver realmente con Colón, sino con una miríada de otras cuestiones", sentencia.

(Relacionado: De la leyenda a la controversia: así ha evolucionado la imagen de Cristobal Colón en EE.UU.)

La instrumentalización de la historia como arma arrojadiza

Restall pone el foco en la delgada línea que, una vez traspasada, convierte al revisionismo histórico ("que sigue estrictamente las reglas de la evidencia"), en manipulación distorsionada del método histórico al servicio de objetivos políticos presentistas: “Aunque hay muchos más, el ejemplo más atroz es la negación del Holocausto”.

El revisionismo histórico “no sólo es positivo, sino también necesario”, afirma Emilio Redondo, profesor de Historia de América en la Universidad Complutense de Madrid, (“no hay una verdad histórica definitiva, ésta es siempre provisional”), incidiendo también en la importancia de los matices: “No se debería censurar ni descalificar como mero presentismo el hecho de que ahora exista una mayor sensibilidad hacia comportamientos poco edificantes que hace un siglo se pasaban por alto en grandes personajes históricos, de la misma manera que tampoco éstos deberían ser expuestos a escarnio público o arrojados al sumidero del olvido”.

Cristóbal Colón zarpó en 1492 del puerto de Palos de la Frontera (Huelva) con una flota de tres carabelas: la Pinta, la Niña y la Santa María. Aunque buscaba un pasaje occidental hacia Asia, Colón tocó tierra en las Américas, iniciando una era de exploración y colonización europea.

Fotografía de Color lithograph via Bridgean Images

Redondo destaca cómo en España el concepto de revisionismo histórico se ha manchado de ciertas connotaciones peyorativas, especialmente en el estudio sesgado de la Segunda República, la Guerra Civil y el Franquismo. En este sentido, Redondo sitúa el Descubrimiento de América (y el “boom editorial relacionado con el pasado imperial hispano”) como otro ejemplo más de narrativas instrumentalizadas: “es muy significativo que aquí el fenómeno revisionista se haya producido en una doble vertiente: por un lado, la glorificación acrítica de ese pasado imperial; por otro, su condena sin paliativos desde una visión presentista. Es en este esquema donde encaja el juego entre imperiofilias e imperiofobias que padecemos en la actualidad, y que por lo general no parte de la voluntad honesta de comprender el pasado, sino de la justificación de posiciones ideológicas en el presente”. Prueba de ello es, por ejemplo, la existencia de simposios organizados por decenas de investigadores que aseguran que Colón fue en realidad catalán o que, al menos, lo hablaba (según afirma Estelle Irizarry, una investigadora de la Universidad de Georgetown; Estados Unidos).

“El revisionismo histórico responsable sería aquel que busca contar la historia y la experiencia del mayor número posible de personas, grupos y colectivos, ofreciendo una pluralidad de perspectivas sobre un momento dado de nuestro pasado, sin dar preeminencia a ninguno de aquellos.”

Olivia Muñoz-Rojas, Doctora en Sociología por la London School of Economics

Aunque el papel de internet y las redes sociales en pos de la libertad de expresión es incuestionable, Redondo destaca la “paradoja de que esas mismas redes sociales que han abierto el debate público son las que provocan la censura o, cuando menos, el vituperio sobre opiniones distintas, al amparo del anonimato y el gregarismo que caracterizan a estos medios masivos digitales”.

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Cultura de la cancelación y la generación woke

Según el diccionario de Oxford (que añadió el término Woke en su edición de 2017), el adjetivo woke hace alusión a una persona que está "en alerta ante la discriminación y la injusticia racial o social”. La palabra, paradójicamente, vino acompañada de la inclusión de otro término no menos delicado: posverdad. Usada de forma peyorativa por, entre otros, el expresidente de Estados Unidos Donald Trump (para burlarse de la capitana de la selección estadounidense de fútbol femenino), la palabra woke se ha convertido en arma arrojadiza del conservadurismo estadounidense y europeo o, en la orilla opuesta, en un título del cual enorgullecerse. Fue acuñada en un artículo escrito por el novelista afroamericano William Melvin Kelley en The New York Times en 1962 (If You're Woke You Dig It), y en los últimos tiempos la hemos visto asociada al brote de movimientos sociales reivindicativos relacionados con raza, género y orientación sexual, entre otros asuntos.

Pilar García Jordán, Catedrática emérita de Historia de América de la Universidad de Barcelona, cree que el revisionismo histórico está más presente en la sociedad actual “debido a la difusión de la cultura woke en Europa y, con ello, a la progresiva imposición de un pensamiento uniformador y único cuya matriz se encuentra en la sociedad norteamericana; cultura que ha construido un marco teórico, ajeno a la cultura europea, que ha sido importado por algunos sectores de una determinada izquierda”. García Jordán cree que, al asignar una configuración política en base a las identidades de las personas, “la lucha de clases está convirtiéndose en una lucha de identidades”.

La profesora asegura que la cultura woke ha propiciado la llamada cultura de la cancelación, la cual “a partir de una supuesta idea del bien común fomenta no solo la supresión de la persona o la necesidad de que los actores individuales, representantes de instituciones públicas y privadas pidan perdón por hechos y procesos acaecidos cientos de años atrás, sino también, en nombre de la llamada corrección política se pretenda anular las voces discrepantes a las que se somete a escarnio y acoso”, comenta, para poner como ejemplo lo sucedido en 2021 en Reino Unido con la filósofa Kathleen Stock quien tras ser acusada de transfobia, abandonó la docencia en la Universidad de Sussex.

Para la Dra. Kelly Elizabeth Wright, sociolingüista experimental de Ciencias del Lenguaje de Virginia Tech (Estados Unidos), el cambio es algo innato a las personas, al lenguaje y a la vida (“nunca existirá un mundo con certezas”) y lo único que podemos hacer es “emprender acciones que tiendan a la bondad”, para luego dejar claro que “dejar estatuas de individuos conocidos por haber causado daños discretos a comunidades que buscan alivio de esos daños no es algo que tienda a la bondad”. Wright está convencida de que nada es inmutable y establece un paralelismo entre la evolución del lenguaje y su uso para explicar realidades.

Wright afirma que todos los individuos no normativos, ya sean LGTB, discapacitados o indigentes, se han mantenido al margen de todos los procesos oficiales de creación de significados durante toda la historia de la imprenta hasta hace unos 200 años: “Los blancos nombraron los cielos. Nombraron todas las partes del cuerpo. Nombraron todos los lugares y las cosas a su imagen y no a la de los cuellos de los pueblos sobre los que se asentaban, de cuyas tierras despojaban (…) revisionismo histórico es casi todo lo que ha existido. Cuando me preguntas por qué vemos a la gente derribando estatuas y negándose a celebrar a los que masacran, si estos actos son coherentes, debo preguntarte: ¿qué deberías hacer cuando te enteras de que te han mentido?”

Un niño sentado en un monumento dedicado a Cristóbal Colón. El edificio conmemora el desembarco de este marinero en la ciudad costera de Aquadilla.
Fotografía de Charles Martin, National Geographic Creative

Entonces, ¿estamos condenados a vivir una revisión perpetua de los acontecimientos pasados que nos ayuden a entender mejor la actualidad? ¿Hemos entrado en una espiral revisionista que se retroalimentará hasta el fin de los días? Alejandro de la Fuente, Profesor de Historia y Economía de América Latina en la Universidad de Harvard (Estados Unidos), cree que dicha espiral siempre ha existido, y que la situación actual, tanto en la academia como en los medios de comunicación, es que las realidades “tienen que competir con otras narrativas que también circulan en el espacio público; hay más oportunidades para pensar la historia desde otras experiencias y desde otros proyectos políticos”.

En opinión de Olivia Muñoz-Rojas, Doctora en Sociología por la London School of Economics (Reino Unido), “el revisionismo histórico responsable sería aquel que busca contar la historia y la experiencia del mayor número posible de personas, grupos y colectivos, ofreciendo una pluralidad de perspectivas sobre un momento dado de nuestro pasado, sin dar preeminencia a ninguno de aquellos". Según la investigadora, los seres humanos tendemos a desarrollar “un sentimiento de excepcionalidad” según el cual, cada generación tiende a sobreestimar la importancia de su momento histórico y a verlo en cierta medida como una culminación del pasado.

Los viajes de Colón y la posterior conquista y colonización europea de América es uno de los procesos históricos que más cambiaron la historia de la humanidad. “El proceso que Colón inició en América estuvo plagado de una violencia que se ha perpetuado en el tiempo, llegando a nuestros días en la forma de un racismo y una desigualdad estructurales que sufren millones de personas en los países americanos", explica Muñoz-Rojas. Lo que estamos presenciando “es una reivindicación de los vencidos, los oprimidos, los silenciados. Pero, apunta, no todas las conquistas del pasado tienen estas consecuencias en el presente: “no veo muchos colectivos que reclamen reconocer los crímenes del Egipto faraónico, por ejemplo, o del Imperio romano, porque sus consecuencias son menos palpables en el presente”.

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