Desmontando los mitos, leyendas y propaganda de Acción de Gracias

Desde la firma del Pacto del Mayflower hasta el desembarco en Plymouth Rock, la historia escolar de los peregrinos que estudian en Estados Unidos no se ajusta a los hechos.

Asaltado por tormentas durante su travesía de dos meses por el Atlántico, el Mayflower desembarcó en Cabo Cod el 11 de noviembre de 1620. Tras no encontrar un hogar adecuado, los peregrinos navegaron hasta la bahía de Plymouth, desembarcaron en pequeños grupos y se asentaron en los restos de una aldea de nativos americanos.

Fotografía de Detroit Publishing Company, Library of Congress
Por Bill Newcott
Publicado 23 nov 2022, 17:10 CET, Actualizado 23 nov 2023, 11:14 CET

Este artículo se publicó originalmente el 11 de noviembre de 2020 en inglés en nationalgeographic.com.

La buena gente de Plymouth (Massachusetts; Estados Unidos) tenía grandes planes para el año 2020, el 400º aniversario de la llegada de los peregrinos a Nueva Inglaterra. El museo sin ánimo de lucro de historia viviente de la ciudad (conocido desde su fundación en 1947 como Plimoth Plantation) había invertido mucho tiempo y algunos gastos en cambiar su nombre por el de Plimoth Patuxet Museums, para representar con mayor precisión el vínculo entre los peregrinos y la tribu de nativos americanos cuyo pueblo ocuparon. Se habían invertido más de 11 millones de euros en la restauración del Mayflower II, la reproducción del barco que flota en el puerto de Plymouth desde 1957. Se esperaban decenas de miles de espectadores para el regreso triunfal del barco renovado desde el dique seco, incluyendo un encuentro con el U.S.S. Constitution de Boston, de 223 años de antigüedad, y una escolta de nativos americanos remando en piraguas.

Se esperaba que millones de personas asistieran a la mayor fiesta de verano que jamás se había visto en Plymouth. Luego, en la primavera de 2020, la COVID-19 llegó y aguó la fiesta de cumpleaños.

Por otro lado, la historia de los primeros años de los peregrinos en Massachusetts y su relación con los pueblos indígenas que conocieron allí siempre ha estado llena de giros inesperados. Los europeos encontraron su punto de apoyo en las ruinas de un pueblo vaciado por los estragos de la peste. Apenas sobrevivieron a su primer invierno, y temieron ser invadidos por los nativos americanos que veían asomarse desde el bosque, pero encontraron en ellos un improbable socio militar y comercial. Y a través de todo ello, en todas las direcciones, la tierra se vio manchada por la traición y el derramamiento de sangre.

Para los cientos de miles de visitantes anuales de los Museos de Plimoth Patuxent, estas duras verdades pueden ser difíciles de cuadrar con el relato tradicional de la escuela primaria con el que muchos de nosotros crecimos en Estados Unidos: peregrinos benévolos e indios amables sentados alrededor de una gran mesa de picnic de Acción de Gracias. Pero la historia real es, aunque un poco más complicada, no menos humana. Nuevos descubrimientos han revelado no sólo el alcance del conflicto entre las dos culturas, sino también los sorprendentes niveles de intimidad social que compartían.

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    El Mayflower zarpó de Plymouth, Inglaterra, el 6 de septiembre de 1620. "Partimos de Plymouth habiendo sido amablemente agasajados y atendidos por diversos amigos que allí moraban", escribió el líder de los peregrinos Edward Winslow.

    Fotografía de Hulton Archive, Getty

    Comienzos tormentosos

    A pesar de su imagen aureolada, los peregrinos eran un grupo decididamente variopinto. Puritanos acérrimos, se vieron obligados a salir de Inglaterra y exiliarse en los Países Bajos hacia 1607 por resistirse a la Iglesia de Inglaterra del rey Jaime. Pero los refugiados, de carácter estricto, eran doblemente infelices en los Países Bajos, que entonces, como ahora, eran un escenario bastante abierto. Por suerte, el rey Jaime estaba ansioso por poblar las nuevas colonias norteamericanas, así que permitió a los peregrinos navegar hasta allí para practicar su religión renegada sin ser molestados. El viaje sería financiado por inversores, y a cambio los peregrinos enviarían pieles y otros bienes a Inglaterra para su venta.

    Después de unos cuantos intentos fallidos, el Mayflower zarpó de Plymouth, Inglaterra, el 6 de septiembre de 1620. Durante 65 miserables días, los acinados pasajeros vivieron tormentas, enfermedades e incluso el nacimiento de dos niños, un par de varones llamados Oceanus Hopkins y Peregrine White. El tiempo les obligó a ir más al norte de su destino previsto, la ribera del río Hudson, que entonces formaba parte de la colonia británica de Virginia. Finalmente, el 9 de noviembre, avistaron tierra: la punta de Cano Cod.

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      Una multitud de curiosos acudió el 10 de agosto a ver el regreso del Mayflower II al puerto de Plymouth después de tres años de restauración en el Mystic Seaport de Connecticut. Pero estaba muy lejos de los cientos de miles de visitantes que la ciudad esperaba antes de que el COVID-19 los mantuviera alejados.

      Fotografía de Scott Eisen, Getty

      Pero antes de que nadie pudiera poner el pie en el Nuevo Mundo, el líder de los peregrinos, John Carver, tuvo que hacer un papeleo de última hora. A diferencia de Virginia, la tierra que se extendía ante los peregrinos no tenía, por lo que Carver sabía, ninguna carta formal del rey Jacobo y, por tanto, ninguna ley efectiva. Se alarmó cuando algunos de los no puritanos que había entre ellos empezaron a postularse sin complejos para instaurar su propia ley.

      Rápidamente, los líderes peregrinos redactaron una constitución rudimentaria para "unirnos en un cuerpo político civil" que, a través de un proceso democrático, promulgaría "leyes justas e iguales... para el bien general de la Colonia".

      "Es casi seguro que ésta no es la sala donde se firmó el Pacto del Mayflower", dice Richard Pickering, historiador jefe de los Museos de Plimoth Patuxet. Estamos en un camarote relativamente grande en la parte trasera del Mayflower II. Innumerables cuadros muestran a los padres peregrinos finamente vestidos reunidos en una cabaña de este tipo y sentados, como en la Última Cena, alrededor de una gran mesa, blandiendo plumas mientras firman su documento de autogobierno.

      "En primer lugar", explica Pickering, "eran los camarotes de la tripulación, y a la tripulación ni siquiera le gustaban los peregrinos. Los 102 estaban apiñados en la cubierta debajo de esta".

      En realidad, la firma fue probablemente un asunto más informal, dice Pickering. "El documento se pasaba de mano en mano: '¡Toma, firma esto!' Y, no falto su piza de coacción. No se bajaba del barco hasta que se firmaba".

      Coaccionado o no, el Mayflower Compact es un documento que marca un hito en la historia de Norteamérica. Aunque las tribus nativas americanas se habían organizado en Gobiernos durante siglos, el pacto de los peregrinos fue la primera constitución escrita de autogobierno por parte de los europeos en el Nuevo Mundo.

      (Relacionado: ¿Qué hacemos con Cristóbal Colón?)

      Historia de dos rocosidades

      El Cabo Cod se enrosca como un brazo flexionado, con su puño enfadado contra el asalto de los inviernos de Nueva Inglaterra. En su cúspide se encuentra el Monumento al Peregrino de Provincetown, de 110 años de antigüedad, una torre de 76 metros que conmemora el primer desembarco de los peregrinos en las cercanías. Incongruentemente basado en la Torre del Mangia, del siglo XIV, en Siena (Italia), el monumento parece como si sus creadores hubieran confundido el Día de Acción de Gracias con el Día de la Raza (o Colombus Day). En lo alto de sus 116 escalones y rampas, el Nuevo Mundo de los Peregrinos se hace visible. 

      Al este, el oleaje del Atlántico golpea el parque Nacional de la Costa del Cabo Cod. Al final de la costa se encuentra la playa del Primer Encuentro, lugar donde se produjo el primer enfrentamiento entre los recién llegados peregrinos y los wampanoag. Aquel encuentro inicial terminó en una breve e ineficaz andanada de flechas y disparos. Fue el comienzo de una complicada relación que empezó siendo conflictiva, creció hasta convertirse en una inestable alianza política y finalmente derivó en hostilidades abiertas y siglos de desconfianza. Incluso hoy, las dos partes están, en cierto modo, tratando de resolver su problemática historia común.

      A unos 51 kilómetros al oeste, perfilado contra el sol bajo de la tarde, se encuentra el destino final de los peregrinos: el puerto natural protegido de la bahía de Plymouth. Los peregrinos escribieron sobre sus aventuras con exquisito detalle, pero nunca mencionaron Plymouth Rock, lugar tradicional de su segundo desembarco unas semanas después de su llegada. No fue hasta 1741 que el anciano hijo de un peregrino concedió ese honor a la modesta roca que ahora se encuentra bajo un dosel de granito en el paseo marítimo de Plymouth.

      El discurso escolar sobre Plymouth Rock era tan intenso que, cuando era joven y estaba de vacaciones en Nueva Inglaterra con mi familia, esperaba ver un monolito del tamaño de Gibraltar, pero descubrí un trozo de piedra que parecía un gran sillón gris. Esta roca, que nunca fue muy grande, tiene hoy en día un tercio de su tamaño original, ya que el resto ha sido desmenuzado por los buscadores de recuerdos.

      El pórtico dórico romano que cobija la tradicional Plymouth Rock tenía ya 30 años cuando estos visitantes de la década de 1950 hicieron la peregrinación. Construido para celebrar el 300 aniversario de la llegada del Mayflower, el pórtico sustituyó a un monumento de 1887 que guardaba en su ático una colección de huesos que se creía eran los de los peregrinos que murieron aquel primer invierno. Los restos se trasladaron a un sarcófago en la cercana Cole's Hill.

      Fotografía de Douglas Grundy, Three Lions, Getty

      Desde Plymouth Rock subo por una empinada escalera de hormigón hasta Cole's Hill, un acantilado con vistas a la bahía de Plymouth. La mayoría de los años la colina resuena con las risas de los turistas que se sacan selfies, pero en realidad hay pocos lugares más lúgubres que éste, un lugar asociado desde hace mucho tiempo con la muerte y la desesperación.

      Al ascender a esta colina, la primera expedición de peregrinos descubrió una auténtica ciudad fantasma: un poblado indígena, vacío desde hacía unos tres años. Muchas de sus cabañas seguían pobladas por cadáveres esqueléticos de patuxet que habían sido aniquilados por una enfermedad hemorrágica, probablemente la viruela, traída por los primeros comerciantes europeos.

      Aun así, el grotesco emplazamiento se encontraba en una ladera fácilmente defendible junto a un arroyo. A pesar de su horrible historia, los peregrinos se establecieron allí, alabando a Dios por su providencia.

      Pero las alabanzas pronto se convirtieron en luto. En la cima de la colina de Cole se encuentra un sarcófago de mármol que contiene una masa de huesos mezclados, que se supone que son los de los 52 hombres, mujeres y niños peregrinos que murieron por enfermedad y exposición aquel primer invierno salvaje. Los enterraron apresuradamente en este lugar en pleno invierno, pero sus restos quedaron al descubierto tras unas fuertes lluvias de finales del siglo XIX.

      El espíritu melancólico de Cole's Hill se profundiza a pocos metros con un monumento más modesto, una placa adherida a una roca que conmemora el "Día Nacional del Duelo". Cada Día de Acción de Gracias, representantes de muchas tribus nativas americanas se reúnen aquí para recordar, en palabras de la placa, "el genocidio de millones de sus habitantes, el robo de sus tierras y el implacable asalto a su cultura".

      La tristeza de este lugar es palpable.

      Después de los primeros entierros en Cole's Hill, los peregrinos crearon un nuevo cementerio en lo alto de las colinas, más allá de la empalizada de madera que construyeron alrededor de su asentamiento. La Colina de los Entierros sigue siendo un refugio tranquilo y arbolado, al que se puede subir con relativa facilidad desde el paseo marítimo. Desde su cima, a través de los árboles y las lápidas, la amplia vista de la bahía de Plymouth y su barrera de bancos de arena confirma por qué este era un lugar idóneo para defenderse de los ataques por mar.

      Sin embargo, los bosques circundantes eran otra historia.

      Al girar hacia el sur en la cima de la Colina de los Entierros, miro hacia otra colina justo al otro lado del estrecho y rápido arroyo de Town Brook. Durante meses, a principios de 1621, los peregrinos se pararon donde yo estoy y miraron al otro lado del arroyo, observando con nerviosismo los rostros preocupados de los miembros de la tribu wampanoag.

      Entonces, el 16 de marzo, un nativo americano atravesó con valentía la puerta de Plimoth, levantó la mano y les saludó en inglés. Se llamaba Samoset y había aprendido la lengua de los extranjeros gracias a los comerciantes. Volvió con otro nativo americano llamado Tisquantum, más conocido como Squanto. Este hombre no sólo hablaba un inglés perfecto, sino que años antes había sido secuestrado y llevado a Europa como esclavo.

      Squanto obtuvo su libertad y regresó a Norteamérica como guía, sólo para enterarse de que su desgracia probablemente le había salvado la vida: resultó ser miembro de la tribu patuxet, que en su ausencia había sido aniquilada por la peste. Ahora, el único superviviente de los patuxet se encontraba en el nuevo asentamiento de los peregrinos, construido sobre las ruinas del hogar de su familia muerta. 

      Con Squanto como traductor, los peregrinos negociaron un tratado de paz con Massasoit, líder de los wampanoag, una confederación informal de varias tribus de la zona, incluida la ya extinta patuxet. Lo más importante es que las dos partes acordaron defenderse mutuamente, un vínculo que beneficiaba tanto a Massasoit, que se enfrentaba a la resistencia de sus rivales, como a los peregrinos, que habrían estado indefensos ante cualquier ataque concertado.

      De hecho, fue ese tratado el que condujo al legendario primer Día de Acción de Gracias. Cuando los peregrinos celebraron su primera cosecha en noviembre de 1621, dispararon sus mosquetes al aire. Cuenta la leyenda que Massasoit, temiendo que sus aliados estuvieran seindo atacados, se apresuró a acudir al lugar con un grupo de guerreros. La historia cuenta que, aliviados al descubrir que todo estaba bien, el grupo se quedó a cenar. Lo más probable, según el historiador de Plimoth, Pickering, es que Massoit y sus hombres, acostumbrados a oír disparos en los simulacros militares, pasaran por allí en misión diplomática, trayendo consigo cinco ciervos como regalo.

      Esto no es Disneylandia

      Cuando el follaje otoñal estalla en amarillos y rojos, el aparcamiento del Museo Plimoth Patuxet debería estar atestado de coches de todos los estados al este del Misisipi. En cambio, un centenar de vehículos, prácticamente todos con matrícula de Massachusetts, se agolpan cerca de la entrada. El escaso número no es una sorpresa. Para visitar este lugar desde mi casa en Delaware, primero tuve que rellenar por internet un formulario de visitante del Estado de Massachusetts y traer documentación de una prueba de COVID-19 negativa reciente.

      Cerca del centro de visitantes me recibe Darius Coombs, miembro de la tribu wampanoag y empleado del museo desde hace más de 30 años. Mientras subo la cremallera de mi cortavientos para protegerme del frío otoñal, Coombs parece estar totalmente cómodo con su vestimenta tradicional: mocasines de piel de alce y polainas de piel de ciervo, calzón y manto. Alrededor de sus hombros lleva un abrigo de piel de castor, con la piel hacia dentro para capturar y conservar el calor corporal. Sobre su brazo cuelga la piel de un lobo negro.

      Coombs me lleva a un claro con un patrón en forma de molinete marcado en el suelo: el contorno de lo que los wampanoag llaman una casa de caracol, construida por primera vez en estos lugares hace unos 12 000 años. 

      La aldea wampanoag reconstruida por el museo hacia 1620, un conjunto de casas cubiertas de corteza llamadas wetu, se encuentra en la orilla del río Eel. Junto al agua, un miembro de la tribu arranca una mishoon, una canoa excavada, del tronco de un árbol. Cerca de allí, un enorme mishoon de 14 metros, tallado en un árbol de siete toneladas, está casi terminado.

      Al igual que Coombs, todos los trabajadores que llevan pieles aquí son Wampanoag. "No puedes llevar pieles si no eres wampanoag", dice. "Cuando vamos a cazar estos animales, hacemos una ceremonia para ellos. Estás tomando la vida del animal, así que se convierte en parte de lo que somos. Esto es importante para nosotros. Esto no es Disneylandia".

      No puedo evitar notar que el acento de Coombs tiene a menudo ecos de su infancia en Boston. Cuando le sugiero que su discurso nunca pasaría por una película de Hollywood sobre los nativos americanos, sonríe al recordar a un equipo de documentalistas que recientemente le pidió ayuda para hacer una película sobre los niños wampanoag en la época de los peregrinos.

      Aceptó, con una condición: "Les dije que también tendrían que mostrar a nuestros niños de hoy en día, con pantalones vaqueros y zapatillas de deporte y montando en bicicleta. No quiero que los niños piensen que nuestros hijos sólo existieron en el pasado. Están aquí ahora, y son como cualquier otro niño".

      Estoy subiendo por The Street (la calle), como se conocía a la única avenida de la primitiva colonia de Plimoth. El curso erosionado y sin pavimentar está flanqueado por rústicas casas de madera con tejados de paja. Detrás de muchas de ellas hay pequeños jardines, atendidos por hombres y mujeres vestidos de época, que cavan, escardan o podan diligentemente.

      La calle original se encuentra en algún lugar por debajo del ajetreado pavimento de la actual Leyden Street de Plymouth. Esta réplica discurre por una ladera similar a 5 kilómetros al sur de la original, por el centro de la reconstruida Plantación Plimoth.

      Detrás de una casa veo a un hombre de barba roja, con una bata amarilla brillante, trabajando duro.

      "Estoy arando estiércol", declara alegremente, con una sonrisa y un suave acento británico.

      Me dice que es Edward Winslow, firmante del Pacto del Mayflower, tres veces gobernador de la colonia y autor de un relato fundamental de los peregrinos, Good Newes From New England. 

      "Usamos este estiércol para fertilizar nuestros pequeños lechos de jardín", dice; "pero en los campos, para el maíz, utilizamos pescado, como nos enseñaron los indios. No me gustaría tener suficientes animales para crear suficiente estiércol para cubrir nuestros campos de maíz".

      Charla animadamente sobre las alentadoras noticias de Jamestown y la muerte del rey Jaime. Me doy cuenta de que podría seguir toda la tarde, pero me han dicho que soy libre de pedir a los intérpretes históricos del museo que se salgan del personaje y hablen de su verdadero yo, lo que supone un cambio radical respecto a las estrictas normas del museo para no salirse del personaje. Comprobando que no hay otros visitantes al alcance del oído, le pido a Edward Winslow que vuelva a entrar en el siglo XXI.

      El brillo de sus ojos se mantiene, pero la voz cambia bruscamente del inglés del siglo XVII al bostoniano suburbano de hoy en día.

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        Botado originalmente en un astillero británico en 1957 (un regalo a Estados Unidos en agradecimiento por sus sacrificios durante la Segunda Guerra Mundial) el Mayflower II regresa al puerto de Plymouth el 10 de agosto. Una celebración de gala en el puerto de Boston tuvo que ser desechada debido a la pandemia de COVID-19.

        Fotografía de Scott Eisen, Getty

        "Soy de Plymouth", dice Joshua Bernard, que empezó aquí en 2012 mientras trabajaba en la Universidad de Massachusetts en Amherst. "Fui a la UMass para estudiar lingüística y luego la pulí haciendo investigación mientras trabajaba aquí".

        Bernard explica que salpica su lengua arcaica con un acento de Worcestershire. "Una mujer de Inglaterra se puso a hablar conmigo en un dialecto regional completo", dice; "eso fue una pequeña victoria personal".

        Demasiado pronto, es el momento de dejar que Joshua Bernard vuelva a Edward Winslow. "Un placer", dice el peregrino de 400 años. Se vuelve a su pila de estiércol.

        Al salir por la amplia abertura de la réplica de la empalizada, observo una casa wetu wampanoag con forma de pan y cubierta de corteza a unos 20 metros de distancia. Nuevas investigaciones arqueológicas sugieren que la casa podría estar mucho más cerca. 

        Excavando al pie de la Colina de los Entierros en 2019, un equipo de la Universidad de Massachusetts descubrió una línea de tierra oscura que casi con seguridad son los restos de la empalizada original de la colonia: el primer vestigio real de Plimoth que se encuentra. Pero el hallazgo más emocionante fue otro en el exterior de ese muro: los restos de lo que parece ser un sitio de fabricación de herramientas Wampanoag.

        "Literalmente, estas dos culturas vivían a pocos metros de distancia la una de la otra", dice Jade Luiz, conservadora de las colecciones de los museos de Plimoth Patuxet, donde toda una galería está dedicada a la historia de los wampanoag y sus interacciones con los europeos. "Eso reescribe mucho de lo que creíamos saber sobre ellos".

        Bautizados con sangre

        Los wampanoag mostraron a los peregrinos cómo cultivar la fina tierra de Nueva Inglaterra y también intercambiaron pieles que los peregrinos necesitaban desesperadamente para pagar a sus acreedores en Londres. Más allá de eso, la suya fue una relación bautizada con sangre. Como parte de su acuerdo de defensa mutua, los dos grupos lucharon codo con codo contra los enemigos de Massasoit. Los líderes de los peregrinos incluso atrajeron a dos hombres de una tribu rival a una supuesta cena privada y los apuñalaron a ambos hasta la muerte.

        "La vida era brutal", dice el historiador David Silverman, profesor de historia de la Universidad George Washington y autor de This Land is Their Land (Esta tierra es su tierra). "Si uno entraba en la colonia de Plymouth o en un poblado wampanoag durante el siglo XVII, lo primero que vería en la entrada serían partes de cuerpos cortados y cabezas decapitadas".

        No envidia a los administradores de los Museos Plimoth Patuxet en su intento de equilibrar las experiencias familiares con la historia de corazón frío.

        "La buena historia", dice; "molesta a todos".

        La alianza entre peregrinos y wampanoag duró unos 50 años. Tras la muerte de Massasoit en 1662, su hijo Metacom, también conocido como el Rey Felipe, empezó a hacer frente a la invasión europea. En el transcurso de la Guerra del Rey Felipe, de 1675 a 1678, los nativos americanos asaltaron más de la mitad de los asentamientos europeos desde Connecticut hasta Maine. Los colonos respondieron formando una milicia armada, la primera de la historia colonial.

        Al final, los colonos ingleses se impusieron. La conquista sistemática de los pueblos indígenas de Norteamérica por parte de los ingleses y sus sucesores había comenzado en serio.

        Pero, ¿es un error conmemorar ese momento brillante en el que personas de dos mundos muy diferentes encontraron una forma de coexistir? No en opinión de estudiosos como John Turner, profesor de estudios religiosos en la Universidad George Mason y autor de They Knew They Were Pilgrims.

        "Cuando se piensa en ello, 50 años de paz es un tiempo bastante largo", dice Turner. "Aunque la alianza entre los peregrinos y los wampanoag fue de necesidad y no de amistad, merece la pena celebrarla".

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